Egan fue comparada en su momento con David Foster Wallace o George Saunders (quien la considera “la mejor escritora en activo”). Sus experimentaciones formales y estructurales, y su gusto por la ironía y la metaficción (la propia autora calificó ‘El tiempo es un canalla’ como un cruce entre Proust, ‘Los Soprano’ y un disco de The Who), llevaron a la crítica a meterla en el saco del posmodernismo y la literatura de vanguardia. Ahora, con su nueva novela, habrá que sacarla.
Y es que ‘Manhattan Beach’ (Salamandra) es más clásica que un novelón decimonónico. No está escrita con la ceja levantada y una sonrisa resabiada en los labios, sino con el ceño fruncido y la mirada perdida en el horizonte. Durante casi quinientas páginas, Egan reconstruye de manera excepcional todo un mundo: el Nueva York portuario de la Segunda Guerra Mundial, un lugar impregnado de olor a salitre, pescado y petróleo, donde dieron los primeros pasos hacia la emancipación las mujeres que ocuparon los puestos de trabajo que habían dejado libres los hombres que se habían marchado al frente.
Una de esas mujeres es Anna, la protagonista, una veinteañera combativa y tenaz, decidida a no quedarse en el lugar que “le corresponde”. A través de su lucha por salir a la superficie y nadar junto a los hombres, de intentar “derrumbar el andamiaje de prejuicios”, conoceremos a los demás personajes: su padre ausente, que protagoniza un relato casi de aventuras navales; su madre, antigua corista, y su hermana, aquejada de parálisis cerebral; un seductor gánster muy bien relacionado con la élite neoyorquina que protagoniza la parte más negra de la novela; y una serie de secundarios, extraordinariamente construidos, que ponen de manifiesto dos de las grandes virtudes de ‘Manhattan Beach’: su sutil retrato de las minorías, y su capacidad para sortear uno de los grandes males de las ficciones históricas: el anacronismo. En 1943 no había “afroamericanos” en Nueva York. Había “negros”, estaban discriminados y tenían los peores trabajos. Tampoco había “gays”. Había “homosexuales” o “maricones”, según quién hablara, y permanecían ocultos dentro de buques mercantes o matrimonios de conveniencia.
Al igual que la protagonista de ‘Manhattan Beach’ se sumerge en el fondo marino, Egan sumerge al lector en el libro como si las solapas tuvieran brazos. La autora demuestra un enorme talento para la descripción de ambientes (Nueva York es un personaje más), el retrato psicológico de los personajes (de todos, no solo de los protagonistas), la construcción narrativa (combinando tramas y tiempos de manera muy fluida), el discurso feminista (sin salpicar, navegando junto a los demás temas de la novela) y la evocación poética, sacando mucho partido metafórico a la oposición fondo/superficie y a la contemplación/inmersión en el mar. No es de extrañar que el oscarizado Scott Rudin, productor de adaptaciones célebres como ‘No es país para viejos’, ‘Las horas’ o ‘Millennium’, se haya apresurado a comprar los derechos. ¿Quién la dirigirá? Voto por Todd Haynes. 8’5. Disponible en Amazon.