Hace unos días la web norteamericana Vulture publicaba un interesante reportaje en el que, por medio de entrevistas a artistas del ámbito alternativo o independiente, plasmaba una realidad económico-laboral muy diferente a la que muchos imaginan tras el teórico «éxito» artístico por sus trabajos musicales. Su investigación comenzaba tras unas declaraciones de alguien tan conocido como Cass McCombs, que aseguraba que dudaba mucho de que cualquier músico de su perfil pudiera siquiera permitirse tener un hogar estable.
Y, además, revelaba que prácticamente la mitad de los músicos que él conocía tenían un segundo trabajo, de cualquier tipo. Así, descubríamos que el propio McCombs ha hecho y hace prácticamente de todo (desde camionero a pintor en la Torre Trump, pasando por dependiente en tiendas o doblar y pegar sobres); Tamaryn realiza tareas logísticas para una empresa de perfumes o ejerce de secretaria en la consulta de un psiquiatra; Eva Hendricks de Charly Bliss ha sido camarera hasta hace muy poco; o Steve Lamos de American Football ejerce de profesor universitario.
Esto ha llegado a nuestro país. Javier Carrasco, alias Betacam, conocido por su proyecto personal y por su aportación en grupos como Rusos Blancos o Templeton (entre otros), se hacía eco en Twitter del artículo con este mensaje: «De qué vive la clase media musical. Sorpresa: de la música no. Y esto es EEUU, donde se supone que hay un tejido y una industria. Figuraos la historias de terror de Españaza…» Y, ante la propuesta de un tuitero para que en nuestra web hiciéramos un reportaje similar para mostrar esa cruda realidad, hemos recogido el guante: hemos consultado a algunos de los grupos y artistas de proyectos indies con un bagaje más dilatado y una carrera más consolidada para saber cuál es la situación real de estos músicos de los que se presupone que, como mínimo, deberían estar ganándose la vida con sus canciones. Además del propio Betacam y su compañero en Rusos Blancos Manu Rodríguez, Los Punsetes, Triángulo de Amor Bizarro, Doble Pletina y McEnroe, todos surgidos en aquella Generación Myspace que algunos identifican como la última fructífera del indie, responden nuestro cuestionario. [Fotografía de McEnroe: Verónica G. Lalueza.]
Ricardo Lezón, de McEnroe: «Todos tenemos, o hemos tenido, trabajos ajenos a la música. Yo ahora estoy en paro y sin más ingresos que los que recibo de la música y no me da para vivir».
En general, casi todos los grupos confirman que no tienen «la suerte» de permitirse vivir de lo que genera la música, ni de los conciertos ni, evidentemente tal y como están la industria, de los royalties. Marc Ribera y Manu Rodríguez confirman que ningún miembro de Doble Pletina o Rusos Blancos pueden vivir de ello. Ni siquiera Betacam, pese a que, dice, llegó a mantenerse durante unos meses con lo que sacaba de Betacam y tocando con otros grupos. «Pero no dejó de ser una anécdota, un espejismo», asegura. Lo de Ricardo Lezón de McEnroe es más dramático aún: «Todos tenemos, o hemos tenido, trabajos ajenos a la música. Yo ahora estoy en paro y sin más ingresos que los que recibo de la música y no me da para vivir», asevera con claridad. Tampoco pueden hacerlo Los Punsetes, pero ellos lo achacan al hecho de que son 5 y viven en Madrid, que es «una ciudad en la que vivir (a secas) ya es complicado» por su elevado coste. «También te digo que si fuésemos dos o viviéramos en otra ciudad quizá sí podríamos vivir de la música», dice Jorge García, su guitarrista.
Quizá eso explica la única nota discordante: los cuatro miembros de Triángulo de Amor Bizarro viven de la música y ha sido así desde que empezaron en 2007. ¿La clave? No tienen ni idea. «Supongo que nuestro estilo de vida está ya muy adaptado a ello. (…) Escogimos nuestras prioridades y nos lanzamos», nos dice Rodrigo Caamaño. También tiene claro que, si no fuera así «el grupo seguramente ya no existiría», porque «sería imposible para nosotros compaginar esto con otro trabajo durante tanto tiempo». En todo caso, quiere dejar claro que «no somos ricos ni nosotros ni nuestras familias, somos los 4 de clase obrera. Trabajamos mucho, a veces con temporadas con pocos ingresos, y nos la jugamos cada vez que sacamos un disco, pero todo esto viene en el lote. Es un trabajo muchas veces muy duro, mucho más de lo que la gente se piensa, pero a la vez nos sentimos muy afortunados», concluye.
Rodrigo Caamaño, de Triángulo de Amor Bizarro: «La única forma de que nos den los números es dedicarle muchas horas, seguramente demasiadas».
Evidentemente, para TAB está claro: «todo gira en torno al grupo». Pero aunque suene bonito, Rodrigo asegura que es un trabajo muy estresante, porque «la única forma de que nos den los números es dedicarle muchas horas, seguramente demasiadas». Para el resto de grupos consultados, que no han logrado lo que los gallegos, las profesiones desempeñadas son muchas y variadas. En Rusos Blancos, Laura y Javi trabajan en el sector audiovisual, Manu en una joyería, Iván en hostelería y Pablo ha alternado trabajos de hostelería con clases y talleres de percusión u otros trabajos adicionales, como paseador de perros, nos explica el propio Manu. En cuanto a Los Punsetes, Luis trabaja en una discográfica, Manuel y Chema en producción de televisión, Ariadna en una marca de ropa (como ya sabíamos) y Jorge es editor de vídeo, como varios de los Rusos Blancos. Por su parte, los cinco Doble Pletina son asalariados y sus oficios forman parte de un abanico tan variopinto como el diseño, la construcción o la comunicación. En McEnroe cuentan con un agente inmobiliario, un abogado, un comercial, un economista y operario de mantenimiento de gasolinera.
Manu Rodríguez, de Rusos Blancos: «Nadie del grupo tiene el típico trabajo de oficina que te garantiza que todos los viernes salgas a las 15 y no vuelvas hasta el lunes, lo cual es casi imprescindible para poder girar».
En cuanto a cómo se compatibiliza eso con conciertos, giras y grabaciones, hablamos casi de milagros, en palabras literales de Jorge de Los Punsetes. «Nadie del grupo tiene el típico trabajo de oficina que te garantiza que todos los viernes salgas a las 15 y no vuelvas hasta el lunes, lo cual es casi imprescindible para poder girar», dice Manu de Rusos Blancos. «En conclusión, lo compaginamos con muchos AVEs (y mucho sobrecoste)», añade. Ricardo de McEnroe asegura que «si hemos conseguido tocar en tantos sitios es por pura ilusión y espíritu, y haciendo muchos malabarismos». Para Betacam es algo más fácil cuando desempeña su trabajo como freelance («a costa de trabajar cuando otros disfrutan de su merecido ocio», claro), aunque no puede quejarse tampoco de sus desempeños en productoras («Siempre he tenido compañeros y jefes bastante comprensivos»). Para Doble Pletina los conciertos fuera de su ciudad, Barcelona, sólo son posibles los fines de semana o festivos. En situaciones especiales cogen vacaciones o días de asuntos propios, «incluso para grabar canciones en estudio».
Jorge García, de Los Punsetes: «(La venta de discos) da para unas propinas, sobre todo los ingresos por streaming, que son ridículos».
En esta pregunta todos coinciden en algo que quizá parecía obvio: todo lo que no sean los emolumentos de conciertos es pura anécdota. «Da para unas propinas», dicen Los Punsetes, «sobre todo los ingresos por streaming, que son ridículos». Manu Rodríguez asegura que esa parte podría ser interesante «si llegara alguna vez», y dice que la venta de discos es interesante para cubrir gastos comunes de la gira, aunque comienza a percibir cierto desinterés por los formatos físicos en sus fans: «la mitad de las veces vas cargado con un montón de discos (especialmente cuando eres un grupo que ha sacado tantos como nosotros), para vender poquísimos. De hecho vendíamos mucho más en los conciertos cuando empezamos que ahora, siendo entonces un grupo mucho menos conocido». Para McEnroe son, escuetamente, «un ingreso». «Los discos prácticamente son los que se venden en los conciertos, y los conciertos cada vez se reducen más a tocar en festivales», aclara Lezón. Rodrigo de TAB coincide en «no considerar» las ventas de música, aunque en su caso «a veces te llega un cheque de autores que te hace un apaño». Y eso que ellos no son un grupo de sincros (los derechos de sincronización por sonar de fondo en algún programa de televisión o serie, por ejemplo) o campañas publicitarias: «las veces que estuvimos a punto de cerrar cosas así siempre se cayeron en el último momento por algún problema con nuestras letras. Lo cierto es que aunque no cerrar sincros nos acerca más al hambre, también me da cierto orgullo hacer canciones no aptas». Lo que es según él un «chiste malo» es el streaming, porque son «unos cuantos millones de reproducciones que las plataformas no reparten y no dan ni para cubrir los recambios de cuerdas», asegurando que siguen percibiendo mucho más por royalties de formatos físicos.
Marc Ribera, de Doble Pletina: «Los pequeños beneficios obtenidos de los conciertos se reinvierten en el grupo: vídeos, grabaciones, material, viajes, etcétera».
En esto, como decíamos antes, sí hay un consenso total: si hay algo que pueda sostener financieramente a un grupo son los conciertos. Rodrigo de Triángulo, como nos decía antes, confirma que los cuatro viven de eso «desde hace 12 años». Ya hemos visto que el resto no puede, pero no lo consideran tan quimérico: Betacam cree que se podrían «cuadrar números» con esos ingresos, que para Los Punsetes comienzan a ser algo «mínimamente interesante». Manu de Rusos Blancos coincide, pero siempre condicionándolo a la estructura de cada grupo. «Un grupo de tres personas en el que todos vivan en la misma ciudad y puedan desplazarse en coche sin necesidad de alquilar furgo, podrá sacarse un dinero majo con los conciertos. En nuestro caso, tenemos a la mitad del grupo fuera de Madrid, en ciudades distintas, no solo porque seamos imbéciles (que también), sino porque esas personas no podían seguir permitiéndose vivir aquí», dice coincidiendo con lo que decían antes Los Punsetes. «Todo eso te incrementa los costes y hace que el dinero de los conciertos sirva más para cubrir costes y para pegarnos alguna cena ocasional. Poco más», concluye. Marc de Doble Pletina coincide en que los «pequeños» beneficios obtenidos de los conciertos se reinvierten en el grupo: «vídeos, grabaciones, material, viajes, etc.»
Jorge García, de Los Punsetes: «Es inevitable perder dinero al principio de la vida del grupo, aunque es algo que suele tomarse como una inversión».
Por dar un dato positivo, varios coinciden en que, aunque perder pasta era muy normal en sus inicios («puede considerarse una inversión», dicen Los Punsetes), para casi todos es algo que ha quedado atrás. En parte gracias, dice Manu de Rusos Blancos, a que tocando en una buena cantidad de sitios y fechas las posibles pérdidas en unas plazas se compensan con los superávits de otras. Rodrigo coincide, pero él lo achaca a la fiscalidad y hace cuentas: «con la legislación del anterior gobierno –el IVA al 21%, la retención al 15% (somos autónomos)–, la SGAE (que se lleva sobre un 10% por adelantado de las entradas a devolver en 2 o 3 años), el 20% del management, y alquileres y gastos de sala, a veces te queda menos de la mitad de la entrada antes de gastos, sin contar sueldos de técnicos, dietas, hoteles y desplazamientos. En la época de ‘Año Santo’ iba la tercera parte de gente a los conciertos que con ‘Salve Discordia’ y teníamos la sensación de que nos daban mejor las cuentas».
Rodrigo Caamaño, de Triángulo de Amor Bizarro: «Como comemos gracias al grupo, nos es complicado reinvertir en él para poder crecer».
Esto le lleva a plantear algo muy interesante que explica por qué a veces parece que unos artistas de determinado nivel se estancan. «Que el grupo sea nuestra forma de vida tiene dos caras: por un lado podemos dedicar todo nuestro esfuerzo a lo que más nos gusta, pero a su vez como comemos gracias al grupo, nos es complicado reinvertir en él para poder crecer». Siguiendo la disgresión de Rodrigo, Manu explica una anécdota de su primera gira cuando, «en un arranque más de estupidez que de optimismo» comenzaron con un saldo de -1.000 euros por un desperfecto en la furgoneta alquilada al no haber contratado un seguro a todo riesgo. «El desamparo al que te aboca cualquier imprevisto o la falta de asesoramiento a la hora de empezar es un buen reflejo de nuestra debilidad como sector» dice. Doble Pletina coinciden con Manu en que para un grupo de más de 4 personas, un desplazamiento para actuar entraña siempre cierto riesgo económico. McEnroe, salvo en sus inicios, «generalmente siempre [han] podido cubrir, al menos, o incluso cobrar algo».
Javier Carrasco, Betacam: «Al ritmo que nos estamos cargando el estado del bienestar, veo cada vez más lejano un horizonte en el que resolver esta precariedad. Hay otras precariedades más urgentes».
Para Doble Pletina «es necesario mejorar las condiciones para los artistas independientes en general» e inciden en lo que el streaming de música reporta a los grupos no es justo: «cobrar un porcentaje más elevado por las escuchas en streaming probablemente no cambiaría nuestra situación de manera radical, pero también es cierto que todo suma, y que los repartos que se están dando en estos momentos son irrisorios». Manu de Rusos Blancos piensa que quizá no sería una ayuda a nivel de rentabilidad, pero que sí sería interesante una reforma fiscal que simplificara su situación. Betacam considera que, dado el deterioro del estado del bienestar, es «un horizonte cada vez más lejano», sobre todo porque «hay otras precariedades más urgentes». En esa línea, Los Punsetes consideran muy difícil acometer reformas «sin crear una situación de injusticia respecto a otros sectores (de la cultura y fuera de ella)», y añaden que reformas globales «como limitar los precios de alquiler o reducir la absurda cuota de autónomos», afectarían al conjunto de la sociedad, y también a los artistas. Rodrigo de TAB, en cambio, sí considera necesaria esa reforma. «Ahora mismo cuesta encontrar una forma legal y fiscal que refleje la realidad de la actividad económica que desempeñamos», dice, esperanzado en que «el nuevo gobierno que salga de estas elecciones tenga en cuenta la realidad del sector en su conjunto y proporcione las reformas necesarias para poder desempeñar nuestra actividad de forma más armonizada con otros sectores». Para Ricardo Lezón la «reforma» que considera crucial es «que el artista sea lo más importante».
Manu Rodríguez, de Rusos Blancos: «Hasta que los cabezas de cartel de los festivales no se nieguen a tocar a no ser que todos los grupos participantes estén dados de alta, pagados y tratados en condiciones, no conseguiremos nada».
En esta pregunta, hay disparidad de perspectivas. Doble Pletina creen rotundamente que sí, recordando «algunos casos mediáticos de grupos que han sufrido accidentes sin estar cubiertos por ningún tipo de seguro». Rodrigo Caamaño piensa que sí, pero se muestra escéptico porque «no tenemos la misma problemática nosotros que Miguel Bosé, por ejemplo, y veo difícil un solo sindicato que nos representase a todos». La pluralidad del mundo musical impide «reducirlo todo a una o dos reivindicaciones en común», sería simplificar demasiado. Pone como ejemplo el caso de la SGAE, con las presuntas tramas de corrupción destapadas: «muchos de los autores con más poder y capacidad para ser escuchados se mantienen en silencio mientras nos saquean a todos. Supongo que ese silencio se puede comprar con participaciones en jurados de concursos musicales televisivos o mega campañas promocionales, por ejemplo». En una línea parecida, aunque sin tirar a nombres tan teóricamente elevados como Papito sino a los cabezas de cartel habituales de los festivales, se manifiesta Manu Rodríguez: «recuperar la fortaleza y credibilidad de los sindicatos es fundamental para todos los sectores, no solo el nuestro. Pero es el sindicato el que surge de la unidad y solidaridad de los trabajadores, y no al revés. Hasta que los cabezas de cartel de los festivales no se nieguen a tocar a no ser que todos los grupos participantes estén dados de alta, pagados y tratados en condiciones, no conseguiremos nada. Necesitamos el empuje de nuestros compañeros más fuertes para articularnos».
Anntona, de Los Punsetes: «Un grupo como nosotros es antes una empresa que un grupo de trabajadores por cuenta ajena».
Betacam, aunque cree que «en un país normal» ya funcionaría de manera normal, no tiene mucha fe en las iniciativas que ya hay en este sentido –»lo que he visto no me ha dado mucha esperanza»–, básicamente porque «somos muchos y muy mal avenidos, la verdad. Casi tengo más fe en un cambio de mentalidad individual que en uno colectivo». Ricardo Lezón destaca que ya existe uno, la Unión de Músicos Independientes. «No sé si es una solución pero sí que es necesario para hacer visibles muchas injusticias. También está la SGAE», apunta, aunque tiene claro que «debería pelear y servir también para que todos los autores, todos, nos sintiéramos protegidos y respetados», no sólo los más rentables. Jorge de Los Punsetes no duda de su conveniencia, pero recalca que también «hay que tener en cuenta que la sensación de precariedad no es exclusiva de los músicos. Afecta a las salas, a los promotores, a los sellos…» Es decir que «como músico, puedes pretender exigir unas mínimas condiciones para tocar, pero hay que ser muy consciente de cuánto generas y a quién le pides las cosas. Por ejemplo, una sala con un aforo de 150 personas ya vive muy al límite y no es en ningún caso el enemigo o la persona contra la que luchar». En esa línea, Anntona pone acento en que «un grupo como nosotros es antes una empresa que un grupo de trabajadores por cuenta ajena. De hecho, una empresa es la forma natural en la que debe constituirse un grupo de música, aunque después sus miembros trabajen también como asalariados de su propia empresa». Manu dice que esto es algo que «a los sindicatos les suele costar entenderlo». «Los que van apareciendo de momento, aunque es innegable que están contribuyendo a la regularización de una industria muy precaria y eso es fantástico, parece que siempre tratan a los músicos como indefensos individuos explotados y a todos los demás actores del asunto (festivales, sellos, salas, ayuntamientos etc.) como el coco malo, cuando la realidad es algo más compleja», remacha.
Rodrigo Caamaño, de Triángulo de Amor Bizarro: «Mucha gente ve a los músicos o como millonarios o como matados: es la influencia de los medios mayoritarios y la cultura del éxito a lo bestia».
En general, todos coinciden en que el público no es consciente de lo que implica, y aseguran que aún hay mucha gente que se sorprende de que no puedan vivir de la música. O, si lo hacen, como Triángulo de Amor Bizarro, padecen la dualidad de que si no son «millonarios», son unos «matados». «Piensan que no eres más que otro aspirante a ese éxito masivo, y en cierta medida se compadecen de ti, lo que me da bastante rabia la verdad» explica Rodrigo. «No se imaginan que pueda haber todo un mundo musical ahí perdido detrás de los vídeos de portada de Youtube, o que realmente eres feliz con tu trabajo y te ganas la vida sin tener que ser el más famoso del pueblo», y que eso explica que vean «bandas que tienen pudor a que los vean hasta cargando el equipo», «por miedo a que se rompa el hechizo«. Un «hechizo» que para ellos se «amplifica» cuando han visto a Low o a Yo La Tengo cargando sus propios instrumentos.
Ricardo Lezón, de McEnroe: «Tocamos porque nos gusta y nos sentimos privilegiados de poder ir a sitios y que haya personas que quieran escucharnos, pero esa es la recompensa principal».
El amor a lo que hacen, en todo caso, les hace asumir estas «penalidades», como lo llaman Doble Pletina. Jorge de Los Punsetes insiste en que aunque sea vocacional, como escribir un libro o filmar una película, cree que «la mayoría de la gente no es muy consciente de la cantidad de energía y esfuerzo mental y económico que se invierte en hacer un disco y salir por ahí a presentarlo». Ricardo destaca que ellos tocan porque les gusta y se sienten privilegiados de poder ir a sitios y que haya personas que quieran escucharles. «Pero esa es la recompensa principal. Vivir de la música, a nuestro nivel, no es posible». Manu de Rusos Blancos confirma esa precariedad, pero no cree que sea peor que en otros sectores. «¿Hasta qué punto somos conscientes los grupos de las condiciones laborales de los técnicos? ¿Del personal de barra? ¿De lo que le puede suponer al público pagar una entrada o comprar un disco?» Javier Carrasco es más acido: «Todos somos conscientes de que nuestra ropa la hace una pobre familia de Bangladesh y mira lo que nos importa, como para pedirle a la gente que sea consciente del dramita del primer mundo que le supone a un grupo de clase media salir de gira. Bastantes penas les contamos en nuestras canciones como para aburrirles con nuestra logística».
Marc Ribera, de Doble Pletina: «Las redes sociales pueden contribuir a una cierta idealización de lo que representa ser artista, pero también se han utilizado con éxito para denunciar injusticias o como espacio de debate».
Para Manu Rodríguez, «contribuyen a dar una imagen de éxito a la que te tienes que plegar», «porque a la hora de que te contraten para tocar por ahí eres un producto, y hay que vender un producto exitoso«. Tiene una parte de realidad, «porque es verdad la foto que subes con una sala llena gozándolo con tu concierto». Pero lo que no se ve es que «has llegado al concierto por los pelos después de trabajar y que al día siguiente te tienes que coger un AVE a las 7 para llegar a tiempo». Doble Pletina defienden que, aunque contribuyan a una cierta idealización de lo que representa ser artista, «también se han utilizado con éxito para denunciar injusticias o como espacio de debate». En esta línea, Jorge de Punsetes destaca que, por ejemplo, que «el artículo de Vulture que citáis circuló muy rápido en Twitter y está generando respuestas, debate y concienciación, y ese es siempre el primer paso para intentar cambiar algo». Betacam es aún más incisivo y hace autocrítica. «El daño nos lo hacemos nosotros mismos proyectando una imagen de éxito casi siempre irreal. Todo es la hostia siempre, el último concierto siempre fue el mejor y la última canción que sacas siempre es un temazo».
Rodrigo Caamaño, de Triángulo de Amor Bizarro: «No puedes poner en la misma escala un gol de Cristiano Ronaldo o el ‘Marble Index’ de Nico, por ejemplo, y eso es lo que hace el contador de reproducciones».
Junto con Ricardo Lezón, que asevera que en las redes sociales «casi todo es mentira», el más vehemente con ellas es Rodrigo de Triángulo de Amor Bizarro. Para empezar, tiene sus dudas sobre el hecho de que «gran parte de las interacciones sociales humanas pasen por un par de megacorporaciones», porque no cree en su supuesta neutralidad como canal. Y también ataca que todo gire en torno al número de reproducciones, seguidores y visitas. «Entiendo la necesidad que tenemos todos los humanos de ordenar y cuantificar todo lo que nos rodea», pero considera que las plataformas se aprovechan de ello porque «es la principal forma que tienen de monetizar y jerarquizar contenidos que solo tienen en común el formato». Considera que es muy perjudicial para la expresión y la sensibilidad: «no puedes poner en la misma escala un gol de Cristiano Ronaldo o el ‘Marble Index’ de Nico, por ejemplo, y eso es lo que hace el contador de reproducciones. La mayor parte de la música o el arte que me gusta a mí y a mucha otra gente seguramente no llegaría a existir nunca bajo este sistema».