La edición de este año del Vida Festival (que ya ha confirmado su primer nombre para 2020: Destroyer) estuvo ligeramente gafada. Primero, canceló Beirut, el plato fuerte del viernes. Segundo, el sábado cayó un chaparrón inesperado que cambió algunos horarios. Aun así, el balance fue notable. [Foto Hot Chip: Christian Bertrand para Vida Festival].
El escenario Masia x Levis lo inauguró Julia Jacklin a las 19.30h. En formato cuarteto, la australiana se mostró fiel a su vena dramática, pero más enérgica que en disco. Su fuerza se desplegó a base de alardes vocales y pausas dramáticas. Recreó ‘Don’t Know How to Keep Loving You’ de manera larga y sentida, con su hermosa voz en arrebatado crescendo. Se quedó sola para defender ‘Don’t Let the Kids Win’, reivindicando todo su potencial como intérprete, aunque el aire estival parecía refrenar tanta intensidad. Ella misma bromeó sobre los festivales de verano y lo extraño que resultaba subir a un escenario a sudar ante desconocidos.
José González solo con su guitarra (y unas escuetas proyecciones), en la inmensidad del segundo escenario del festival, podía parecer pequeño. Pero la hora, la luz y la temperatura se alinearon -junto a la pericia de González- para crear un concierto memorable. El único pero que se le pudo poner fue el volumen: su guitarra retumbaba en exceso. Pero eso no malogró la magia. José, con destreza, sin necesidad de nadie más para marcar ritmos y subidas, convirtió la fórmula de recital acústico en un derroche de poderío, haciéndose gigante a medida que iba desarrollando sus bellas canciones. Brilló un ‘What Will’ alargada, anunció ‘Afterglow’ con «tintes apocalípticos», ‘Killing for Love’ creció con la fuerza y las palmas del público. Incluso logró que la guitarra semejara un piano en la versión de ‘Blackbird’ de los Beatles. No fue la única versión. También cayeron su archiconocida relectura de ‘Teardrop’ de Massive Attack, ‘Let’s Stay Together’ de Al Green e incluso un tema de Paul Simon.
Él Mató A Un Policía Motorizado se hicieron fuertes a base de descargas planetarias en el escenario Masia. Y ciertamente, el escenario grande era su lugar, a tenor de cómo la concurrencia coreaba ‘Chica de Oro’, ‘Yoni B’ o ‘Chica rutera’. A continuación, Fat White Family generaron bastante expectación. Sus pintas no podían ser más patibularias, empezando por el increíble tupé de su saxofonista y acabando con el look de exmilitar yonki de Lias Kaci Saoudi, su cantante. Su último disco, ‘Serf’s Up’ transcurre por la senda del techno pop sórdido a la Soft Cell, pero en directo se escoraron más al post punk de sus anteriores álbumes. La banda tocó de manera milimétrica, acercándose incluso a Morphine. Pero la atención se la llevó Lias, con sus bailes espasmódicos y sus poses macarras. El tremendismo de ‘Feet’ o su (¡ehem!) hit ‘Hits, Hits, Hits’ enardecieron al personal. Incluso hubo conatos de pogos y baños de cerveza. En la senda de británicos camorristas, Sleaford Mods no fallaron haciendo, claro está, de Sleaford Mods: Andrew Fearn dándole al play y Jason Williamson escupiendo palabras y carisma. Encima cantaron ‘Tarantula Deadly Cargo’, lo que me hizo feliz, a pesar de su abrupto final. [Foto Él Mató A Un Policía Motorizado: Mika Kirsi para Vida Festival].
Pero los vencedores de la jornada fueron Hot Chip. Son encantadores, tienen toneladas de temazos y Alex Taylor posee una de las voces más bonitas del pop. Y todas sus virtudes (y alguna más) se materializaron en un concierto eufórico y sin descanso, en el que ellos parecían estar divirtiéndose aún más que nosotros (los botes de Joe Goddard eran contagiosos). Tuvieron la mejor escenografía; unos tabiques blancos sobre los que jugaban las luces, audiovisuales colorista. Y, claro está, el repertorio más imbatible de la noche. Los graves reventaban tímpanos en las primeras filas, lo que fue aprovechado para ponernos patas arriba nada más empezar, abriendo prácticamente con ‘One Life Stand’ y ‘Over and Over’. No temían dejar muchos de sus clásicos al principio, porque consiguieron que los temas de ‘A Bathful of Ecstasy’ también sonaran a hits. Los momentos álgidos de un concierto ya álgido de per se fueron el jolgorio coreografiado de ‘Flutes’, con el añadido del emocionante falsete de Alex y una versión canónica del ‘Sabotage’ de Beastie Boys, en que era un gozo verle desgañitándose para remedar a Ad-Rock (con excitantes resultados). Hasta les perdoné que no cantaran ‘Boy From School’ entera, aunque se hicieron querer añadiéndole ese puente a lo ‘French Kiss’, para unirla a ‘Spell’. Puro gozo.
La cancelación por laringitis de Beirut, cabezas de cartel, obligó a mover todos los horarios de la jornada. Frente al escenario el Vaixell había una multitud esperando a Kevin Morby, que apareció vestido… y no tan solo como se indicaba en el programa. Parecía complicado trasladar la fastuosidad de ‘Oh My God’ en formato mínimo. Pero Kevin y su exquisito trompetista (lamentablemente, no fui capaz de retener su nombre) fueron capaces de suplir todos los instrumentos del disco. Sentado al piano, abrió con ‘Oh My God’ (el tema); amarrado a la guitarra, desgranaron de manera fabulosa ‘Hail Mary’, ‘Piss River’, ‘Savannah’ o ‘Congratulations’. Ya solo, bromeó con que era la primera vez que tocaba en un barco fuera del agua. Waxahatchee, abajo, no perdía comba de la actuación. Y, felizmente, subió a cantar con él ‘The Dark Don’t Hide’ de Jason Molina. La luz del crepúsculo se deslizaba, entonamos con ellos ‘OMG Rock n Roll’, Kevin se volvió a quedar solo para hacer ‘I Have Been to the Mountain’, le cantamos los pa-para-pa en ‘Parade’ y cerró, bien acompañado de nuevo, con ‘Harlem River’. Una absoluta delicia. Y el mejor concierto de la jornada.
Sharon Van Etten saltó al escenario grande con ganas de comérselo todo, como un cruce entre Patti Smith y Mick Jagger. Ella era pura fibra, mientras bailaba espasmódica y fiera en ‘Jupiter 4’ y ‘Comeback Kid’. Las luces y los audiovisuales se conjugaron para realzar su nervio. Pero no sólo brilló su faceta dura, sino que se mostró su parte más tierna, sola con la acústica en ‘One Day’ y con el deje melancólico de ‘Your shadow’. El momento más emotivo lo vivimos con Sharon sentada al piano eléctrico. “Voy a cantar una canción que ha estado ahí desde que era pequeña y que, desafortunadamente sigue vigente”, nos explicó para introducir ‘Black Boys on Mopeds’ de Sinead O’Connor y sus duros versos sobre perdedores vapuleados por el sistema. Poco le duró la melancolía, por eso. Con ‘Seventeen’ regresó el desmelene, los guitarrazos, el enloquecimiento de las primeras filas, hasta el cierre. Absolutamente pletórica. También vivieron su momento de enardecimiento los Fontaines D.C.
Las pintas de los Temples resumían a la perfección su música antes de tocar siquiera una nota. Flacos, pelazo y ropajes barrocos, como si una máquina del tiempo nos los hubiera traído desde 1969. Se dedicaron a reivindicar más su querencias psicodélicas más pesadas, lejos de la frescura de ‘Volcano’, su segundo disco. Eso hizo que no acabara de conectar con ellos. El concierto resultó algo impostado y menos divertido que lo que prometía su look. Nadie les pudo negar, por eso, categoría ni habilidad. Y el público los recibió con ganas. Los “lololos” que el respetable entonó con ‘Mesmerize’ tardaron largo rato en apagarse.
Los que también sonaban a otra época fueron Superchunk. Pero, a diferencia de Temples, ellos sí son epítomes de aquella época. Su alegre college rock noventero llegaba fresquito y era divertido el contraste entre su aspecto de oficinistas seriotes y sus pildorazos a piñón fijo. Sin embargo, los abandoné para ir a la Cova a ver a Hidrogenesse… en la lejanía. Ahí entendí el porqué de los huecos en Superchunk: el escenario estaba atestado. El grueso de los asistentes se había decantado por el dúo y era muy difícil acercarse al escenario. Aunque estemos acostumbrados a los estilismos de Genís, esta vez su atuendo era la cosa menos adecuada para una sofocante noche de verano: una gasa roja ajustadísima que le cubría hasta la cabeza. A diferencia de los shows en que presentan ‘Joterías bobas’, ofrecieron un espectáculo más sobrio (dentro de sus parámetros, claro) y se dedicaron a los hits: ‘A-68’, ‘No hay nada más triste que lo tuyo’ o ‘Disfraz de Tigre’ como canción más vociferada de la noche. Acabaron en lo más alto con ‘Échame un kiki amor’. Ya no pude quitármela de la cabeza en todo lo que quedó de noche.
El último día del festival quedó empañado por unos inesperados chaparrones que no sólo nos empaparon, sino que, además, desajustaron los horarios. La primera que se topó con la lluvia (y venció) fue Stella Donnelly. Quizás es sensación mía, pero ha crecido exponencialmente como artista desde que la vi en el pasado Primavera Club. Claro que presentar un disco tan fantástico como ‘Beware of the Dogs’ ayudó. Stella y su banda no pudieron ser más cautivadores. Un encanto con truco, pues Stella juega con los tópicos asociado a su aspecto (joven, guapa, ingenua) y a su música (risueño indie pop, voz dulce) para sacudirnos con sus combativos mensajes feministas. El resultado, un recital arrebatador y conmovedor, salpicado por los divertidos discursos de Stella; nos explicó que a su madre no le gusta ‘Mosquito’ y soltó un “sorry, mum” cuando llegó a la parte del vibrador; rellenó de morcillas ‘Old Man’, se puso seria y nos emocionó en ‘Watching Telly’ abogando por los derechos reproductivos de la mujer “porque ninguna religión lo hará”; nos enamoró perdidamente con la coreografía de la dicharachera ‘Die’ (una de mis canciones favoritas en lo que llevamos de año), su banda bordó los coros gritados en ‘Lunch’… El momento álgido llegó con el discurso previo a ‘Boys Will Be Boys’, su mayor himno. De cómo una canción grabada en su habitación cuatro años antes la había llevado hasta aquí; de cómo trata de la violación de una amiga y de cómo siempre se cuestiona a las mujeres: qué vestías, por qué ibas sola. Y que era momento de parar de cuestionar a las víctimas. Pero, a la mitad del tema, empezaron a caer gruesas gotas de lluvia. Parte del público huyó, pero otros nos quedamos, jaleando. Parecía que el show acababa ahí, por orden de la organización. Pero empezamos a reclamar “¡otra, otra!” hasta que nos salimos con la nuestra y tocó ‘Tricks’ bajo el aguacero, para la alegría desatada de todos. La actuación más memorable de todo el festival. [Foto Stella Donnelly: Judit O para Vida Festival].
Seguía lloviendo con Gus Dapperton, que gastó toneladas de actitud desenfadada (y desafinada). Pero tras Stella sabía a poco, así que lo abandoné, para bailar hitazos remojados con los Pin & Pon DJ. El agua paró, pero a cambio nos dejó un bochorno asfixiante, que se hizo especialmente patente en el concierto de Molly Burch en la Cova. Lamentablemente, el retraso y la humedad tropical no fueron los únicos lastres. La pobre Molly padeció un sonido atroz, que boicoteó toda su actuación, aunque ella y su banda fueran todo empeño; a ella se le oía bajísimo, la base rítmica saturaba todo, las guitarras electroacústicas eran inaudibles, el escenario se quedaba a oscuras por momentos, nos llegaba Nacho Vegas desde el escenario Masia… Aun así, tanto ella como el público capeamos las inclemencias y pudimos disfrutar algo de su voz profunda, de sus temas dramáticos basados en las grandes damas de la canción de los 50. Incluso emocionarnos con su último single, ‘Only One’ y una ‘I Adore You’ de piel de gallina, que tocó prácticamente sola y nos hizo imaginar cómo hubiera sido su actuación en condiciones óptimas. A Soledad Vélez, en el mismo escenario, tampoco se la oía al principio. Por suerte, ella sí que logró tener los problemas solventados a tiempo para gozar de sus boleros techno-pop, entonados con pasión y desgarro.
Madness congregaron la mayor multitud de los tres días. El pistoletazo de salida fue el clásico ‘One Step Beyond’, que generó carreras entre los que íbamos algo rezagados. Suggs bromeó con que era un milagro que siguieran aún vivos tras 40 años. Pero allí estaban, congregando a familias enteras para disfrutar de sus himnos ska. El repertorio fue muy parecido al que nos ofrecieron en Benicàssim el año anterior. Quizás algo menos redondo por tener más tiempo disponible (y más temas de relleno). Pero pudimos disfrutar igualmente de su insolencia festiva, el magnífico saxo de Lee Thompson, de los lololos en ‘Our House’ y de un ‘It Must Be Love’ coreado por la masa como si no hubiera un mañana. [Foto Madness: Christian Bertrand para Vida Festival].