Faye Webster / Atlanta Millionaires Club

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Faye Webster / Atlanta Millionaires Club

Lo más fácil es clasificar a Faye Webster como otra de estas jóvenes cantautoras –como Stella Donnelly, Molly Burch, Lucy Dacus…– que están dando a ese concepto un giro diferente. Y en buena medida es cierto. Las canciones de sus dos primeros discos, ‘Run and Tell’ (2013) y ‘Faye Webster’ (2017), encajan en ese patrón de pop meets Americana, con el pedal steel por bandera pero buscando conectar a través de buenas melodías y arreglos sorprendentes. El recién publicado ‘Atlanta Millionaires Club’, sin embargo, tiene algo especial que lo distingue sobremanera. Un ingrediente de ese “algo” es un eclecticismo bastante llamativo: ese que la (y nos) lleva del lounge tropical deliberadamente demodé de ‘Room Temperature’ a la interesantísima vía que abre en ‘Flowers’, en la que, de la manos de su viejo colaborador Father, da cuenta de una influencia rap (que al parecer cultivó en la adolescencia e incluso tuvo un grupo) insólita. Un tema que florece a medio camino del R&B experimental y la canción folk y que es una de las cosas más estimulantes que he escuchado en los últimos tiempos.

Pero, entre ambos extremos, Webster despliega una paleta de colores preciosos que, con sus toques de mullido funk, la sitúan cerca de la última Natalie Prass, la menos clásica. Ahí se van situando, tras un inicio más tradicional –que nos deja estupendas canciones tan incontestables como ‘Right Side of My Neck’ o ‘Hurt Me Too’, nada lejana de Weyes Blood–, ‘Kingston’, ‘Pigeon’, ’Jonny’ o ‘Come to Atlanta’, en las que su tenue, casi susurrado, timbre vocal se muestra comodísimo entre potentes arreglos soul (co-produce la propia Faye con Drew Vandenberg, al que ya encontrábamos en el debut de la mentada Donnelly), que ya aparecían más tímidamente en su anterior álbum.

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Casi tan estimulante como esa transición musical es el aspecto lírico que rodea a este ‘Atlanta Millionaires Club’, ya desde su nombre: remite a un grupo de amigos de su padre que hace obras benéficas y se hace llamar así pese a sus modestas finanzas. Es también un canto a su ciudad, a la que regresó tras aventurarse a vivir en la musical Nashville durante un año. Pero no se adaptó porque pasaba la mayor parte de su tiempo allí en completa soledad. “Debería salir más”, se repite a sí misma una y otra vez, con cierto desespero, en la inaugural ‘Room Temperature’. Una soledad que también se acentuaba por la relación a distancia con el tal Jonny –nombre real– que co-protagoniza el álbum en la sombra: ‘Pigeon’ habla del episodio real en que le envió una paloma a mensajera… a Australia.

Y es que la honestidad y una poesía tan sencilla como devastadora –esos “El día que dije te quiero / No lo respondiste de vuelta / Ese fue el día en que me di cuenta de que el silencio puede escucharse” de ‘Hurts Me Too’, por ejemplo– están a la altura de tan preciosas canciones. Especialmente cuando muestra sin ambages su fragilidad en las dos ‘Jonny’: en la primera, no exenta de un humor socarrón (“Quiero ser feliz / Encontrar un hombre con un nombre viejo como el mío / Y superar que mi perro sea mi mejor amigo / Y él ni siquiera sabe cómo me llamo”), pide al interfecto que le diga, de una vez, si le quiere; en el reprise (pocas veces ha habido uno tan justificado como este) final, entre apasionadas cuerdas y vientos, recita al más puro estilo Nancy Sinatra que, por fin, comprende que “está lista para ser feliz”… pero sin él. “Adiós, Jonny”.

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Calificación: 7,7/10
Lo mejor: ‘Flowers’, ‘Right Side of My Neck’, ‘Kingston’, ‘Jonny’, ‘Room Temperature’
Te gustará si te gustan: Natalie Prass, Stella Donnelly, Molly Burch.
Escúchalo: Spotify

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