Recién publicado su nuevo disco, un ‘Western Stars’ en el que da rienda suelta a su vena más romántica, Bruce Springsteen cumple hoy 70 años. 7 décadas de las cuales ha pasado las cuatro últimas como el gran héroe del rock clásico norteamericano en todo el mundo, gracias a una colección de álbumes memorables –también con sus tachas, eso es inevitable– que le mantienen como una de las figuras indiscutibles y más influyentes de la música popular actual.
A la espera de que se anuncien las fechas del tour mundial para presentar ‘Western Stars‘, que se anunciará en tanto culmine la grabación, atención, de otro nuevo álbum –esta vez junto a su mítico grupo de acompañamiento The E Street Band–, hemos querido celebrar su cumpleaños repasando su carrera con paradas en sus 10 trabajos más emblemáticos y significativos de su discografía, imprescindibles para comprender el pop rock contemporáneo.
Nacido en plena eclosión del rock and roll en Nueva Jersey, en el seno de una familia trabajadora de ascendencia irlandesa –por parte de padre– e italiana –por parte de madre–, Springsteen consiguió su primera guitarra eléctrica con 15 años, sacándole del ensimismamiento que, cuenta él mismo, vivió en sus primeros años de vida. Pronto dejó claro que quería hacer música y ser famoso por ello. Tras montar varios grupos con algunos de los músicos que le acompañaron en sus éxitos (y algunos aún lo hacen, como el carismático Steve Van Zandt o Danny Federici), Bruce consiguió que John Hammond, el mismo A&R que llevó a Bob Dylan a Columbia, le ofreciera un contrato. Así nació ‘Greetings from Astbury Park, N.J.’, su icónico debut. Un gran disco, aunque quizá demasiado marcado por sus referentes fundamentales, Roy Orbison, Van Morrison y el propio Dylan. Por eso me quedo con su continuación del año siguiente, ‘The Wild, The Innocent & The E Street Shuffle’, un disco en el que se afianza como retratista de la «América» proletaria y marginada. Solo que esta vez su grupo The E Street Band cobra protagonismo con suntuosos arreglos de funk, soul y R&B que daban una nueva dimensión a las letanías folk-rock de Springsteen. ‘Rosalita (Come Out Tonight)’ sigue teniendo, a día de hoy, un papel importante en sus directos.
Pese a su ímpetu, sus dos primeros discos fueron un sonoro fracaso de ventas que llevó a Columbia a plantearse dar la patada a Bruce. Él seguía actuando y escribiendo canciones incansablemente, mientras tenía que parchear las deserciones de la E Street Band con nuevas incorporaciones –Van Zandt y el pianista Roy Bittan se incorporan en la época–. Todo cambió cuando su avispado mánager, Mike Appel –con el que mantendría un duro conflicto legal poco después, cuando descubrió que en sus contratos se atribuía el 75% de los royalties y el control de todas sus grabaciones–, tuvo la ocurrencia de enviar una grabación primigenia de ‘Born To Run’ a las radios sin permiso de la discográfica. La gente enloqueció con aquella demo y llamaba preguntando cómo comprar aquel disco… que aún no existía. Columbia mantuvo así la fe en Springsteen, que grabó el álbum completo en semanas. Fue todo un éxito al vender millones de copias en pocos meses y, quizá por ello, el disco más importante de su carrera. No solo porque le salvó de la posibilidad real de abandonar la música, sino también porque sentó las bases de lo que simbolizaba «El Jefe»: jóvenes desencantados con el Sueño Americano que, pese a todo, mantenían la esperanza de vivir, salir del agujero rural o urbano en el que habían crecido y ser realmente libres. Ese ímpetu con un punto de desesperación –el que marca su particular desgarro vocal, del que parece que en cualquier momento pueden emerger sus entrañas– se traduce en un muro de sonido al estilo del de Phil Spector que vertebra todo el disco, desde ‘Thunder Road’ hasta la preciosa ‘Jungleland’, en la que el desaparecido Clarence Clemons ofrecía uno de sus solos de saxofón más memorables.
La ruptura con Appel fue traumática –le sustituyó su también productor John Landau, con el que sigue trabajando a día de hoy–, y a Springsteen le costó encontrar el enfoque de su siguiente álbum: hay fuentes que estiman en unas 70 las canciones que compuso y grabó con la E Street Band en ese periodo, algunas de las cuales fueron luego recuperadas en ‘The River’ y, más tarde, en ‘Tracks’ –1998– y ‘The Promise’ –2010–. Pero lo que se impuso fue, quizá tratando un paralelismo con su propia carrera, un conjunto que retrataba el forzoso regreso a sus orígenes de aquellos soñadores de ‘Born To Run’, volviendo a su lugar de origen con el rabo entre las piernas. Más allá del enorme magnetismo comercial de canciones como ‘Candy’s Room’ –Arcade Fire quizá deban media carrera suya a esta canción–, ‘Prove It All Night’ o el corte titular, brilla una mezcla de amargura y orgullo que cristaliza en canciones como ‘Badlands’, ‘The Promised Land’, ‘Racing in the Street’ o ‘Adam Raised a Cain’, que abanderan una inédita épica proletaria del currela que asume que su condición está inherente en su sangre. En su fiereza se percibe, incluso, cierta reminiscencia del punk de The Clash, que por entonces se erigían en héroes de la clase trabajadora en Reino Unido. Fue el primer esbozo de conciencia social y política que, desde entonces, tantas veces ha nutrido la carrera de The Boss. Y, sobre todo, es (al menos en mi opinión) un trabajo aún más redondo que su antecesor, perdurando aún mejor con el paso de los años.
‘Darkness On the Edge of Town’ suponía un nuevo empujón de popularidad para Bruce Springsteen en Estados Unidos, donde a estas alturas ya era enorme. Pero él quería más, y se volvió a enfrascar en meses de escritura y ensayo frenético con una ya consolidada y rodadísima E Street Band, reuniendo montones de canciones. Tantas que ‘The River’, su siguiente álbum, terminó por convertirse en un álbum doble cuando, tras haberlo dado por terminado –10 canciones reunidas bajo el título de ‘The Ties That Bind’, en una versión que se editó tal cual en la caja celebratoria del 35º aniversario del disco–, decidió seguir componiendo y cambiando frenéticamente el tracklist. Y es que Bruce quería que su concepto tuviera enjundia, y fue ‘The River’, la canción, la que le dio la clave: dedicada a la crisis de la construcción de finales de los 70 que le tocó de cerca –arruinó por completo al marido de su hermana–, se convirtió en otro retrato de esa América deprimida y en recesión económica, que ya aparecía en su disco previo. Así, la tristeza de esa situación invadía temas como ‘Point Blank’, ‘Independence Day’ o ‘Stolen Car’. Pero The Boss no quería reflejar solo una cara amarga de la vida en los barrios humildes de su país. También quería contener la esperanza y la alegría que, pese a todo, ayudaba a seguir adelante. Y eso lo hace en canciones absolutamente festivas como ‘Sherry Darling’, ‘Out In The Street’, ‘Cadillac Ranch’ o ‘Ramrod’, en las que recoge esa esencia del rock, el rythm and blues y el soul de los 50 y 60 que siempre nutrió su música. The Boss se abría claramente al pop, especialmente en ‘Hungry Heart’, su primer gran hit a nivel global –también en España, lo que sirvió para que por primera vez incluyera Barcelona en su gira europea–, llevándole a ser superventas. Springsteen, ahora sí, era ya grande de verdad. Pero no había tocado techo.
Pero tampoco había tocado fondo. Al volver a su casa en Nueva Jersey tras un año de gira, a Springsteen le afectó enormemente comprobar la deriva en la que la administración Reagan, con la que siempre fue muy crítico, estaba conduciendo al país. Esto se correspondía con su cada vez mayor interés por la historia apócrifa de Estados Unidos, la de los perdedores, a la que había accedido a través de los libros de Flannery O’Connor y las películas de John Ford y Terrence Malick. De hecho, le obsesionó hasta tal punto la historia del asesino Charles Starkweather que este realizador plasmó en ‘Badlands’ (1973), que escribió una canción basada en ella. Se llamó ‘Nebraska’, y la había registrado en su casa en una grabadora de cuatro pistas muy básica, con una guitarra acústica y una armónica. Con ese método grabó una veintena de canciones, embrujado por el ambiente fantasmal que esa baja fidelidad ofrecía. En cambio, la traslación a un sonido grande que intentaron en los ensayos con la E Street Band, no funcionaban. Bruce quería que sonara como en su cinta. Así que, tras un arduo trabajo de ingeniería para limpiar ruidos y añadir algunos detalles, ‘Nebraska’ se convirtió en un disco eminentemente acústico, austero y árido como el paisaje nevado que evocan ‘Atlantic City’, ‘Mansion on the Hill’ o ‘State Trooper’. Y como los personajes que en ellas se retrataban, desesperanzados y solitarios, abocados a un final fatal. La respuesta comercial a su mutación en cantautor country-folk –fue el primer amago de seguir las enseñanzas de Pete Seeger, a cuyo cancionero dedicó un álbum 25 años después– quedó muy lejos de la de sus obras previas, pero tampoco fue el batacazo que cabía esperar, llegando a vender un millón de discos en la época. En cambio, la crítica se deshizo masivamente en elogios, convirtiéndose en uno de sus discos más influyentes. De hecho, se dice que U2 nunca hubieran grabado ‘The Joshue Tree’ tal y como fue –y por tanto, quizá no se hubieran hecho gigantes en los EEUU– de no ser por ‘Nebraska’.
Puede que ‘Nebraska’ resultara un tanto bajonero, pero durante ese periodo The Boss escribió también canciones que no encajaban en el contexto intimista y austero que ofreció en ese disco. Pero, tras probarlas en los ensayos con la E Street Band, Springsteen tenía muy claro que ahí tenía el germen de un disco muy distinto… aunque quizá aún no sospechaba que sería el que llevaría, de manera definitiva, al estrellato mundial. Y es que en aquellas sesiones que se produjeron en 1982 –conocidas como las «Electric Nebraska Sessions», puesto que se produjeron de manera paralela a las grabaciones caseras de aquel trabajo–, ya trabajaron en hasta ocho canciones de ‘Born In The U.S.A.’, incluido el icónico tema titular que, de hecho, había sido escrita en 1981 para una película de Paul Schrader que no llegó a fructificar… en aquel momento: en 1987 se estrenó ‘Light of Day’ (‘Rock Star’ en España), con un Michael J. Fox que hacía el papel de rockero que cantaba la canción que daba nombre al film. ¿Su compositor? Springsteen, claro. Volviendo a ‘Born In The U.S.A.’, en aquel grupo de temas previos no estaba en cambio ‘Dancing In The Dark’, el que fue lanzado como primer single y que catalizó el impulso comercial del álbum, puesto que se compuso y grabó pocas semanas antes de su publicación. Una canción que, como buena parte del disco, supo adaptar a la idiosincrasia rockera de Bruce y su troupe el sonido de sintetizadores que hacía furor en todo el mundo por entonces, conjugando tradición y sofisticación. Esa canción –y su mítico videoclip en el que una aún niña llamada Courteney Cox bailaba junto a él sobre las tablas– y otras como ‘Downbound Train’, ‘Cover Me’ –que había sido escrita para Donna Summer–, ‘Bobby Jean’ o ‘Glory Days’ –hasta siete singles se extrajeron– propiciaron que ‘Born In The U.S.A.’ vendiera en todo el mundo más de 27 millones de copias –es uno de los álbumes más vendidos de la historia–. Y así, Springsteen ascendió a ser una estrella del pop global. Una que, eso sí, tenía más que ver con Elvis Presley que con Michael Jackson. Y una que, pese a la parafernalia de apariencia nacionalista, en realidad se posicionaba políticamente en contra del gobierno de Ronald Reagan. De hecho, el supuesto patriotismo de la canción titular contenía en realidad grandes dosis de ironía, reivindicando el desprecio que las instituciones gubernamentales hacia los veteranos del Vietnam, un colectivo con el que Bruce se comprometió desde sus inicios.
Por supuesto, el éxito descomunal de ‘Born In The U.S.A.’ se coronó con una monstruosa gira de más de 150 conciertos que supondría otro éxito –también discográfico: ‘Live 1975/1985’ despachó unos 6 millones de copias, siendo uno de los álbumes en directo más vendidos jamás–. En aquel año precisamente, 1985, fue cuando Springsteen conoció a la actriz Julianne Phillips y contrajo matrimonio con ella. Un casamiento muy mediático y bastante fugaz, puesto que se divorciaron en 1988. Este detalle rosa podría parecer insignificante, pero cobra importancia puesto que poco antes de esta ruptura Bruce había publicado ‘Tunnel of Love’, quizá el disco más melancólico que había creado nunca a excepción de ‘Nebraska’. Pese a que retomaba ocasionalmente y de forma impetuosa el rock con raíces folk –’Ain’t Got You’, ‘Spare Parts’– y hasta se acercaba al sonido de Prefab Sprout –’Tunnel of Love’–, este disco está repleto de medios tiempos y baladas tristes. Si bien en este caso, no hablaban de conflictos sociales ni personajes abandonados por la suerte, sino que se centraban en el romance desde una perspectiva triste, anticipándose a su propio desencanto con las relaciones personales, perfectamente recogidas en una ‘Brilliant Disguise’ maravillosa y amarga, en su combinación de arreglos dulces y una letra durísima con su pareja, hacia la que muestra una notable desconfianza. Pero ese desencanto no solo atañía a su pareja, sino también a la E Street Band que, aunque sus músicos aparecen acreditados en el disco, dejó de existir por entonces –no fue hasta 25 años después, en ‘The Rising’ (2002), que Bruce reunió a la banda–. Springsteen quería probar cosas nuevas también en directo, y formó un nuevo grupo –solo recuperó al pianista Roy Bittan– en el que contaba con más protagonismo y, también, con unas coristas femeninas. Se dice que poco antes de su divorcio se enamoró de una de ellas: Patti Scialfa, con la que se casó un par de años después, tuvo a sus dos hijos y que, a día de hoy, sigue a su lado hoy dentro y fuera de los escenarios. El Bruce Springsteen romántico, en todo caso, fue igualmente exitoso, siendo uno de sus discos más vendidos y cerrando la década de los 80 en lo más alto.
Los 90, en cambio, no fueron unos años especialmente inspirados para El Jefe. Tras cinco años de silencio –un periodo en el que nacieron su hijo Evan y su hija Jessica–, en 1992 lanzó, en una maniobra bastante insólita por entonces, dos álbumes simultáneos: ‘Human Touch’ y ‘Lucky Town’. Tuvieron buena respuesta comercial, pero no gustaron nada a la crítica –hay bastante consenso en cuanto a calificarlos como sus peores trabajos– e, inesperadamente, a sus fans, que incluso le dieron la espalda cuando en 1993 grabó y editó un ‘MTV Unplugged’ muy denostado. Hasta el punto que, cuando fue incluido en el Rock and Roll Hall of Fame en 1999, Bruce lo reconoció en su discurso, dando irónicamente las gracias a su padre: «Porque, ¿de qué habría escrito sin él? Quiero decir, imaginad si todo hubiera ido bien entre nosotros, sería un desastre. Solo habría escrito canciones felices –y lo intenté en los primeros 90 y no funcionó. Al público no le gustó». Una posible salida habría estado en acercarse a sonidos contemporáneos, como tan acertadamente hicieron U2. De hecho, su gran éxito de esta década iba por ahí: ‘Streets of Philadelphia’, la canción que coronaba la BSO de la exitosa película de Jonathan Demme ‘Philadelphia’ (1994), coqueteaba con un ritmo y un estilo de fraseo próximos al hip hop. Sin embargo no quiso abundar por ahí y, a cambio, acudió a la tradición. En 1995 publicaba ‘The Ghost of Tom Joad’, que recuperaba el personaje que John Steinbeck creó en ‘Las uvas de la ira’, un libro –y también la adaptación fílmica de su admirado John Ford, por supuesto– que retrataba la Gran Depresión norteamericana de los años 30. Siguiendo los pasos del venerable Woodie Guthrie, que años antes escribió ‘The Ballad of Tom Joad’, Springsteen volvió a hacer un disco de raíces country y folk, austero y desnudo, apenas adornado ocasionalmente con algún sintetizador y percusiones muy sutiles –casualmente o no, otro de sus héroes, acababa de emerger del olvido con el primer volumen de ‘American Recordings’, muy cercano en sonido a este disco–. El resultado, sí, fue un nuevo ‘Nebraska’, un álbum profundo y emocionante que volvía a retratar la América profunda y resquebrajada por las inclemencias de la naturaleza, el trabajo duro… y las políticas capitalistas.
Springsteen cerraba su no-tan-gloriosa década de los 90 con el sumario ‘Tracks’ –un recopilatorio de viejas canciones no editadas de todas sus épocas, muy recomendable incluso para los no talifanes– y la vuelta al redil con la E Street Band, con los que se reunía para un tour descomunal con el que salía de un siglo y entraba en otro. Tras el previsible disco en directo de esa gira, en 2002 llegaba el primer disco con su grupo de siempre desde ‘Born In The U.S.A.’, ‘The Rising’, que se convirtió pronto en uno de los discos más vendidos de su carrera. Un álbum marcado por el 11S con el que cosechaba un nuevo éxito y actualizaba su sonido de la mano de Brendan O’Brien, uno de los técnicos más cruciales de los 90 por sus trabajos para The Black Crowes, Red Hot Chili Peppers, Pearl Jam y un largo etcétera. Tras la publicación de un nuevo –y estupendo– álbum en la línea de ‘Nebraska’/’The Ghost of Tom Joad’ en 2005, ‘Devils & Dust’, y de ‘We Shall Overcome: The Pete Seeger Sessions’, en 2007 llegaba el que para mí es el disco más brillante de Bruce en esta década, ‘Magic’. En él O’Brien saca una aspereza y una garra que parecía ya cosa del pasado en los trabajos de El Jefe. Una energía fulgurante –alineada, sin ambages, con la de Neil Young y sus Crazy Horse– que desprenden canciones como ‘Radio Nowhere’, ‘Gypsy Biker’ o ‘Last to Die’, con una rabia que parecía venir alimentada por su disconformidad con la Guerra de Irak –un precedente a su apoyo explícito a la campaña de Barack Obama: ‘The Rising’, de su anterior disco, fue la canción que precedió al discurso de la victoria del demócrata en 2008–. Pero también, al estilo ‘The River’, esa decepción y malestar van de la mano de un perfil más ligero y romántico, al más puro estilo de su admirado Roy Orbison o incluso Brian Wilson, en temas fantásticos como ‘Your Own Worst Enemy’ o ‘Girls In The Summer Clothes’ –que bien podrían venir firmados por Ron Sexsmith–. Pero sobre todo ‘Magic’ es, muy posiblemente, su mejor colección de canciones desde ‘Tunnel of Love’. Y que además se correspondió con un considerable éxito comercial, sobre todo, curiosamente, fuera de EEUU.
Desgraciadamente, esas buenas nuevas iban acompañadas de una triste noticia: uno de los más veteranos y carismáticos miembros de la E Street Band, el organista Danny Federici, dejaba el grupo para tratarse un cáncer. Un año después, fallecía. La primera década del siglo XXI se cerraba para Springsteen con la publicación de una suerte de extensión optimista de ‘Magic’, ‘Working On a Dream’ (2009), que contenía la canción del mismo nombre para la película ‘The Wrestler’ de Darren aronofsky, que le valió para ganar un Globo de Oro a la mejor canción. Ese mismo año, actuó por primera y última vez en el intermedio de la Super Bowl.
Tras lanzar ‘The Promise’ (2010) –un nuevo aprovechamiento de su generoso catálogo inédito–, los ’10 comenzaban con el mismo sabor agridulce que terminaba la anterior década: el histórico saxofonista de la E Street Band, Clarence Clemons, fallecía a causa de un ataque al corazón. Su última grabación con él fue ‘Land of Hope and Dreams’, pieza crucial de su siguiente trabajo, ‘Wrecking Ball’, disco marcado a fuego por la crisis económica de aquellos años. Su desencanto –“Necesito vuestro amor en esta depresión”, canta en ‘This Depression’– con la situación que su país –y, por extensión, todo el mundo– padecía por la extrema codicia de las grandes oligarquías, se canalizaba a través de canciones que buscaban conectar con un espíritu popular. Un espíritu popular reflejado en la tradición irlandesa y celta –herencia de su familia paterna, recordemos– que nutre temas como ‘Death To My Hometown’, ‘Easy Money’ o ‘Shackled and Drawn’, que llaman a la clase trabajadora a recuperar la soberanía –¿os suena algo llamado 15M, verdad?–. ‘Wrecking Ball’, producido por el imprevisible Ron Aniello esta vez, presumía de una gran fuerza sonora insuflada a la tradición folclórica de aquel disco de versiones de Pete Seeger. Nuevamente, alcanzó el número 1 en su país, igualando a Elvis Presley como el tercero con más discos en lo alto de la lista, tras The Beatles y Jay Z.
Como sucediera con ‘Magic’ y ‘Working On a Dream’, ‘Wrecking Ball’ también tuvo una suerte de segunda parte descafeinada un par de años después, ‘High Hopes’ (2014). Tras publicar su libro de memorias ‘Born to Run’ en 2016, Bruce Springsteen se embarcaba en uno de sus proyectos más ambiciosos: ‘Springsteen on Broadway’, una suerte de obra de teatro musical que escenificaba precisamente esa autobiografía combinada con canciones propias y ajenas. The Boss interpretó este espectáculo durante 8 semanas a finales de 2017, en la conocida calle de los teatros neoyorquinas, quedando registrado en una película que puede verse en Netflix. Tras ese proyecto, hace unos meses lanzaba ‘Western Stars’, un disco en el que ha tratado de reencontrarse con el romanticismo de la América profunda, las carreteras polvorientas y las orquestaciones maximalistas, al estilo Nilsson. Sonaba bien sobre el papel, pero el resultado es más tibio e irregular de lo que nos gustaría. Ponemos, pues, todas nuestras esperanzas en que su próximo disco con la E Street Band nos traerá al mejor Springsteen. Como hemos visto, no sería la primera vez…