La canción que más ha gustado de Fuerza nueva, el grupo de Los Planetas y Niño de Elche, es su reinterpretación del himno de la legión. Es el tema de su disco conjunto que más reproducciones suma en Spotify y además ha estado entre los virales de dicha red, aportándole miles de escuchas.
Lo tenía todo: la voz de Jota en las estrofas, y la de Niño de Elche en el estribillo, satisfaciendo a los seguidores de ambos, y luego esa melodía que ha pervivido décadas… cuyo uso ha levantado ampollas. ¿Aunque qué cabía esperar de un grupo que toma su nombre, irónicamente, de un partido de ultraderecha que existió entre 1976 y 1982? Por cierto, casi los mismos años que vivieron Joy Division, referenciados en la portada del álbum realizada por Javier Aramburu, y quienes tuvieron que aclarar su desvinculación del nazismo tras escoger un nombre que venía de la II Guerra Mundial.
ABC -el periódico, no la cadena- repasaba hace un par de años la historia original de ‘El novio de la muerte’. El diario explicaba que era una canción de cabaret en los años 20 y que fue José Millán-Astray quien, empeñado en «convertir a los legionarios en unos aguerridos soldados que carecieran de miedo a la muerte», topó un día con el tema en un café. «Al líder de la Legión le pareció una canción preciosa con una letra maravillosa», indica el texto, antes de incluir una entrevista a un comandante.
Fuerza nueva estrenaban su versión el Día de la Legión, el 20 de septiembre, y después en una entrevista telefónica, nos la explicaban, incluso revelando de dónde venía la mención a Luis Aragonés (se refiere a otra versión de Glutamato Yeyé con una letra del Atlético de Madrid, «Soy un socio del Atleti»). Decía Niño de Elche: «Nadie piensa ya que sea una canción de amor, de amor fanático. La relacionamos con algo muy casposo, pero cuando leemos la letra en un sentido superliteral, te das cuenta de que la connotación ideológica está más en el contexto que en el texto en sí. Pasa con la mayoría de himnos, porque todos tienen una retórica muy parecida, tanto los himnos fascistas como los comunistas». Jota añadía: «De ‘El novio de la muerte’ es curioso observar cómo es una estructura de pop superclásica: estrofa-puente-estribillo, con una letra que cuenta una historia, un estribillo arriba… Es superclásica. De hecho, nosotros la hemos sintetizado más todavía, tiene tres acordes y le hemos quitado uno. Y con esos dos acordes está perfectamente identificada la canción pop (que hay detrás). Es perfectamente actual, como muchas que suenan hoy en la radiofórmula».
Sobre cómo se lo tomaría su público, Floren decía: «Estamos expuestos a todo. A lo bueno y a lo malo. Ante eso no podemos hacer nada. A mí no me intoxica tanto ese tipo de feedback, me interesa más la creación, el propio arte en sí. No buscamos la provocación sencillamente por provocar. Pero es un poco como cuando Billy Bragg salía a tocar con una guitarra donde ponía “esta guitarra mata fascistas”. Al final esto nos puede llevar a los 360º absolutos: caemos mal en todos lados». Jota reconocía: «Sí buscamos cierta provocación en el sentido de que la gente reaccione antes de escuchar, desenmascarar esas actitudes conservadoras, que las hay en todos los ámbitos, incluidos a nosotros mismos».
Además, en su web puede encontrarse un largo texto de Pedro G. Romero, que tanto se ha implicado en el disco, y del que destacamos algunas frases en negrita:
«En la película ‘La bandera’ (1935) de Julen Duvivier, basada en la novela del mismo título de Pierre Marc-Orlan, vemos a Jean Gabin, que interpreta un prófugo de la justicia, como entra en un cabaret del chino barcelonés, La criolla o similar, y en imágenes documentales, la actuación de travestis y flamencas semi-desnudas en un ambiente de delincuencia y lumpen-proletariado. Son los años 30 y este romanticismo lumpen es el que impulsa la publicidad alrededor del cuerpo mercenario de La legión española, cuerpo expedicionario de castigo creado para las guerras coloniales, en este caso norteafricanas, donde eran bienvenida la falta de escrúpulos pues allí se iba a sembrar el terror. Recordemos que el film esta dedicado a Francisco Franco, todavía un militar desplazado a las colonias. Sin ese sentido del terror colonial es imposible entender lo que vino después, la sangrienta guerra civil y la dictadura.
Sin esa perspectiva colonial tampoco podremos entender como una cancioncilla de cabaret, un charlestón compuesto por Juan Costa para Lola Montes –no la famosa Lola Montes, la falsaria irlandesa que se hizo pasa por sevillana en el París y la Viena decimonónicas, sino otra que tomaba de ella nombre artístico- con letra de Fidel Prado. El tema fue primero una tonadilla erótica y picante, pero la nueva letra, que tomaba su anécdota de un melodramático episodio novelesco de la cruenta Guerra del Rif en el que un soldado se entregaba con valor a la muerte para reunirse con su novia recientemente fallecida, la nueva letra, digo, le dio carácter trágico, además de cursi y sensiblero, con lo que eso gusta a aquellos que hacen de la violencia su única jerarquía. Obviamente, el tema tenía connotaciones religiosas islamistas –algo frecuente en este tipo de cuerpos mercenarios, la identificación con el enemigo- y ese “más allá” no era otra cosa que el paraíso de los musulmanes, sólo que ahora te esperaba la casta amada y no una corte de huríes complacientes. El tema fue escuchado por Millán Astray, seguramente en el teatro Kursaal de Melilla en 1921 y se tomó la decisión de adaptarlo al orden militar. Primero fue música del tercio, después marcha de Semana Santa en 1952, con adaptación de Emilio Ángel García, es decir, se fue dramatizando, tragedia en vez de comedia, tragi-comedia, sardónicamente, no podemos verlo de otra manera. Mercedes Fernández González, la Lola Montes mencionada, hablaba con deleite de lo que había gustado su interpretación al general Silvestre, pero la historia, que también es un cronicón rosa, le asignó toda la guía del asunto al cariacontecido Millán Astray. Ya sabemos, manco, tuerto, mellado, su hermana Pilar le dedicó la popular comedia ‘La tonta del bote’ y tuvo como amante, entre otras, a Celia Gámez. ¿No era el vehículo ideal para pasar de un charlestón a una marcha de semana santa? ¿No es este grotesco Barrabás el ideal para acompañar al Cristo de la Buena Muerte? ¿Acaso, el esperpento valleinclanesco no nos dice como conviven el amor por la ética del samurai con la pasión por las muchachas bonitas? Sus frases, más o menos apócrifas, ¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia!, van, desde luego con el personaje. Su enfrentamiento con Unamuno y su casamiento con la prima de Ortega y Gasset –huyó a Lisboa con ella por temor a la reprimenda de Franco- dice mucho del estado real de la filosofía española.
Y ahora viene lo peor, además, la canción es bonita. Javier Álvarez hizo una versión casi en clave de bolero, especié de trágico son para los tiempos del SIDA. Y hay algo en el tema, algo aguerrido, entre la bella y la bestia, el monstruo y la persona. ¿Por qué gusta tanto la pintura de bucólicos paisajes a los cruentos dictadores? ¿por qué las canciones de amor, las más tiernas baladas reblandecen el corazón de los capo mafiosos, de los asesinos en serie, de los terroristas? ¿por qué el autotune y sus cursis melodías tocan la fibra sensible de las bandas de la periferia, de los pequeños traficantes, malos y malondros del trap y otras culturas de la violencia lumpen? Así, el novio de la muerte.