Y es que muchas veces no se puede cambiar el sentirse como una mierda, pero sí se puede compartir, y sí podemos sentirnos comprendidos al compartirlo. La propia Zahara avisaba este sábado poco después de empezar su concierto: “espero que lo paséis muy bien… que en este caso es muy mal. Pero si lo pasamos mal todos a la vez, quizás no lo pasemos tan mal”. Esa medicina/magia/whatever se dio en el Cartuja Center de Sevilla, segunda parada de una minigira de teatros llamada extraoficialmente “Tour Bajona”: ella misma la bautizó así al adelantarnos la idea cuando, precisamente en la capital andaluza, presentaba su ‘Teoría de los Cuerpos‘ en una pequeña librería. La noche se antojaba única desde que apareció entre el público cantando ‘La Gracia’ solo con la guitarra, y sin necesidad de micro ante el absoluto silencio que se hizo en el auditorio, y que la acompañó hasta que llegó al escenario y dio paso a ‘Frágiles’. Porque uno de los aspectos a destacar del recital es el paseo que supone por las historias y experiencias que ha ido compartiendo con sus oyentes: desde ‘Olor a mandarinas’ hasta los singles de ‘Astronauta‘ (y no-singles: la fuerza de ‘El diluvio universal’ y la delicadeza de ‘El astronauta’ no decepcionaron, como tampoco la interpretación junto a Miguel Rivera de ‘Big Bang’), pasando por temas muy queridos pero poco presentados en conciertos, como el mencionado ‘Frágiles’ o ‘El caso de emergencia’, cuando no directamente rarezas como ‘Pregúntale al polvo’.
Pero también fue especial la forma de mezclar los momentos más cortavenas (‘Del invierno’, ‘El frío’, ‘El lugar donde viene a morir el amor’, ‘General Sherman’) con sorpresas como la desatadísima versión electropop de ‘Rey de Reyes’, la actualización con dejes de Massive Attack de ‘Photofinish’, o la forma de darle la vuelta a ‘Hoy la bestia cena en casa’. Había dudas sobre si “Bestia” encajaba aquí, pero duda resuelta con su versión desnuda: más canción protesta que nunca, y más rabia en su voz que nunca con ese “tan rastrero, tan cabrón (!) y tan seguro”, parece que la situación política puede darnos igual o más bajona que los desengaños. Por pedir, quizás ‘Adiós’, ‘El universo’ y, sobre todo, la excelente ‘Int.noche’ habrían encajado muy bien. Pero son solo sugerencias en un setlist lleno de aciertos, como la versión de ‘Soy un aeropuerto’ de Mucho (la canción más escuchada por la jiennense en Spotify en 2019) que se marca en el piano, primero sola, y más tarde junto al propio Martí: ¡necesitamos ese dueto en estudio, por favor!
Me resultó curioso que uno de los momentos donde más me emocionase fuese éste (¡al fin y al cabo era una cover!), pero más curioso fue salir luego y escuchar cómo cada uno había hecho “crac” con un tema distinto. Al final, comentaba con un amigo al salir, lo que ocurría es que se había creado tal atmósfera (una catarsis colectiva que ni los gritos de ‘Midsommar‘) que los sentimientos de la artista y de los asistentes se mezclaban y sobrevolaban los asientos -tanto como los kleenex y los sollozos que se escuchaban entre canción y canción-. Incluso la propia Zahara, al borde de las lágrimas en ‘Con las ganas’, se pasó gran parte del concierto emocionada, como pudimos comprobar por la (casi) ausencia de sus tradicionales monólogos desestructurados y cargados de humor. Lo que consiguió hacer la autora de ‘Santa’ con las más de dos mil personas (más fans y menos fans) congregadas allí es una magia que no está al alcance de muchos artistas, ni mucho menos de forma continua durante dos horas.
La propuesta de Zahara con este tour en este momento de su carrera y de su vida fue, pues, no solo una gran idea en la teoría, sino también en la práctica, resultando en uno de sus mejores directos. Si no el mejor. Y gran parte de la culpa está en esa magia que hemos mencionado, y que tomaba muchas formas: fue mágico que ninguno de los allí presentes conservase los ojos libres de humedecerse al terminar el show (yo ni estando sentimentalmente en el mejor momento de mi vida conseguí ser inmune). Fue mágica la experiencia colectiva en la que tantas personas compartieron en directo temas a los que suelen acudir en momentos amargos, y que esta vez se hicieron menos amargos. Fue mágica su sorpresa cuando no lloraron al escuchar por fin en vivo ese “no hay manta, café, no hay nada ardiendo”: quizás se hicieron menos amargos al estar en compañía, quizás ya tienen otro significado. Quizás se trata de eso, de resignificar canciones y resignificar momentos. Al igual que yo, cada uno de los asistentes tendría su historia con esas canciones -y por supuesto la propia artista, que lo terapéutico tiene su punto bidireccional-. Tanto nosotros como Zahara somos, supongo, afortunados de que no nos deje de doler. Porque significa que seguimos siendo capaces de sentir. 9.