Cine

‘1917’ es un logro técnico espectacular… ¿y ya?

Tras una década dedicada a la franquicia James Bond y habiendo dirigido una de las películas más prestigiosas de la saga (‘Spectre’), Sam Mendes regresa a un guion original con ‘1917’. La cinta nos sitúa en ese mismo año, en mitad de la Primera Guerra Mundial, donde a dos jóvenes soldados británicos se les encarga la misión de atravesar el territorio enemigo para hacer llegar un mensaje y así evitar un ataque que se llevará la vida de cientos de soldados. La propuesta del director es realizar una experiencia física e inmersiva, transportando al espectador al campo de batalla. Para llevar esto a cabo, Mendes plantea la película como si fuese un único plano-secuencia (que realmente no lo es, al igual que en ‘Birdman’ de Iñárritu) y, en un principio, su apuesta tiene sentido. Los primeros cuarenta minutos atrapan, se entiende el motivo por el que Sam Mendes usa este recurso; es vivir la guerra en primera persona, sudar, correr y sufrir con su protagonista. La técnica impresiona: la cámara se mueve por los recovecos más insospechados, la planificación es impecable a nivel de organización de figurantes y actores –muy bien tanto George MacKay como Dean-Charles Chapman-, la fotografía de Roger Deakins supone otro grandísimo trabajo en su prestigioso currículum, el diseño sonoro sobrecoge… Absolutamente todo esto es sobresaliente, pero a medida que la película avanza, la sensación de que la obra en sí está diseñada únicamente para epatar empieza a invadir.

Aguantar durante dos horas el “efecto plano-secuencia” sencillamente no funciona. Pasado el primer tercio, el film se viene abajo, empiezan a aparecer los tintes más melodramáticos y académicos, y uno se pregunta si toda la espectacularidad visual realmente lleva a algún sitio o es simplemente un alarde egocéntrico de su director. La emoción no llega de manera orgánica sino a través de un uso abusivo de la bonita música de Thomas Newman o de giros de guion cuestionables. El principal problema de la puesta en escena es que acaba jugando en contra de la película, que al final está mucho más pendiente de hacer virguerías con la cámara que de elaborar un guion sólido que no dependa exclusivamente del aspecto técnico. El protagonista pasa todo tipo de calamidades por lograr su objetivo, pero llegados a un punto, resulta inverosímil que siga en pie después de todo lo que le ha pasado. Tampoco ayuda a dar credibilidad la terrible idea de introducir cameos de actores famosos durante todo el metraje. La única manera de entenderlo es la necesidad de restregar al espectador el dinero que hay en la producción, porque ver de repente a Colin Firth o Benedict Cumberbatch (que perfectamente podrían ser otros) dos minutos en un reparto lleno de caras semi-desconocidas te expulsa de la película y resulta tan incomprensible como caprichoso.

Pero aún con todo, es injusto negar que ‘1917’ no funciona como un entretenimiento fugaz. Es una especie de videojuego en el que es difícil aburrirse y que mantiene cierta tensión, solo que a niveles cinematográficos tiene mucho menos que ofrecer de lo que se cree. Mendes ha creado una película que llamará la atención de los académicos, y levantará pasiones entre ciertos sectores de la cinefilia, pero no parece estar llamada a perdurar demasiado en el tiempo. En cualquier caso, habrá que esperar para comprobarlo. 6.

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Publicado por
Fernando García