Aguantar durante dos horas el “efecto plano-secuencia” sencillamente no funciona. Pasado el primer tercio, el film se viene abajo, empiezan a aparecer los tintes más melodramáticos y académicos, y uno se pregunta si toda la espectacularidad visual realmente lleva a algún sitio o es simplemente un alarde egocéntrico de su director. La emoción no llega de manera orgánica sino a través de un uso abusivo de la bonita música de Thomas Newman o de giros de guion cuestionables. El principal problema de la puesta en escena es que acaba jugando en contra de la película, que al final está mucho más pendiente de hacer virguerías con la cámara que de elaborar un guion sólido que no dependa exclusivamente del aspecto técnico. El protagonista pasa todo tipo de calamidades por lograr su objetivo, pero llegados a un punto, resulta inverosímil que siga en pie después de todo lo que le ha pasado. Tampoco ayuda a dar credibilidad la terrible idea de introducir cameos de actores famosos durante todo el metraje. La única manera de entenderlo es la necesidad de restregar al espectador el dinero que hay en la producción, porque ver de repente a Colin Firth o Benedict Cumberbatch (que perfectamente podrían ser otros) dos minutos en un reparto lleno de caras semi-desconocidas te expulsa de la película y resulta tan incomprensible como caprichoso.
Pero aún con todo, es injusto negar que ‘1917’ no funciona como un entretenimiento fugaz. Es una especie de videojuego en el que es difícil aburrirse y que mantiene cierta tensión, solo que a niveles cinematográficos tiene mucho menos que ofrecer de lo que se cree. Mendes ha creado una película que llamará la atención de los académicos, y levantará pasiones entre ciertos sectores de la cinefilia, pero no parece estar llamada a perdurar demasiado en el tiempo. En cualquier caso, habrá que esperar para comprobarlo. 6.