Esta miniserie de seis capítulos de poco más de media hora –es decir, se puede devorar casi del tirón en un par de sentadas del fin de semana– es, por tanto, indispensable para los fans de la artista británica (un saludo, Chenta Tsai) que deseen saber un poco mejor quién y cómo es su ídola. Pero también es un entretenido y jugoso documento para conocer las entrañas del negocio de la música en 2019, cómo es fundamental manejar los tempos, las redes sociales… y tener contactos. La idea de que tener la oportunidad, solo por venir de la mano de Charli, de trabajar con Justin Raisen o Shamir puede cambiar radicalmente la suerte de un artista es muy evidente. Sin embargo, también lo es que no basta con eso, que hay que tener algo más, algo especial. Y Nasty Cherry, por precocinadas que sean como producto musical, lo tienen.
Que Nasty Cherry son un artificio/experimento/juego/inversión de Charli XCX es una obviedad. Parte de una idea suya y de su mejor amiga, Emmie Lichtenberg –a la que sitúa como mánager de la banda–, y ella escoge a las chicas: convence a Debbie –batería suya en directo en algunas giras– y Georgia –una de sus mejores amigas, con una carrera contrastada en el cine, y la pone a tocar el bajo… aunque sus conocimientos musicales son básicos– para dejar sus vidas en Londres y mudarse a Los Ángeles, donde las presenta a Chloe –front-woman del grupo Kitten, con una trayectoria contrastada a nivel estatal– y a Gabbi –una modelo con una imagen brutal que, además, sabe cantar… aunque nunca lo haya hecho profesionalmente ni se haya formado para ello–. Las junta en una casa que alquilan en la ciudad y allí conviven y trabajan juntas constantemente. Una suerte de Gran Hermano musical que, por idílico que parezca, está lleno de trampas.
Trampas en forma de ego –el de Chloe, esforzada músico cuyo padre lleva toda la vida presionando para ser la mejor–, de dudas –las que siembra perversamente Georgia, que choca con la pasivo-agresiva Chloe casi desde el primer momento–, inseguridades –tanto Georgia como Debbie, que se enfrentan a ser músicos profesionales sin haberse preparado nunca hasta ese momento– y miedos –es palpable el pánico de las británicas a quedarse colgadas tras haber dejado atrás todo por Nasty Cherry–, que brotan inevitablemente. Pero ‘I’m With The Band: Nasty Cherry’ es también un documento de cómo el talento natural –el de Gabbi y Debbie, sobre todo–, el trabajo –una de las ideas que implanta Charli es esa: no hay resultados sin trabajar– y la ambición son fundamentales incluso para un grupo de pop prefabricado. No deja ninguna duda de que estas mujeres se han esforzado y puesto su talento en las canciones de ‘Season 1‘.
En general ‘I’m With The Band: Nasty Cherry’ es un reality con todas las virtudes y defectos de uno de, por ejemplo, la MTV: es muy mejorable tanto técnica –lo de situar a las protagonistas en los espacios que viven mediante un croma es cutre a más no poder– como narrativamente –a veces, sencillamente, no pasa nada interesante: ¿de verdad es necesario verlas hacer el desayuno?–, pero también es bastante entretenido. Y por momentos, muy divertido: sólo por los cachondos diálogos entre Charli y Emmie casi que ya vale la pena verlo. Basta ver el primer capítulo para cerciorarse de que no va a ser precisamente un camino de rosas y un autobombo sin más, y uno tiene realmente ganas de saber si Nasty Cherry lo van a conseguir, y cómo. Pero eso no se puede saber ni siquiera al final de la serie, que deja todas las dudas posibles sobre la continuidad de Nasty Cherry, o si serán las Spinal Tap de la era Internet. Pero, haya temporada y EP 2 o no, la aventura deja cierta huella en el espectador/oyente. Que ya es algo. 6,5.