Música

The Magnetic Fields / Quickies

Para cualquier artista ‘50 Song Memoir‘, en concepto (una autobiografía) y forma (50 canciones, una por cada año de su vida, interpretadas íntegramente en teatrales y dilatados conciertos), podría haber supuesto una de esas obras de las que cuesta recuperarse (también económicamente, como nos reveló) para seguir adelante. Pero no para Stephin Merritt, que mientras cuadraba la agenda para entrar a grabar aquel disco quíntuple, pasó el rato escribiendo estas ‘Quickies’ para su grupo más conocido, The Magnetic Fields.

Inspirado por, entre otros, los microrrelatos de Lydia Davis y su libro ‘101 palabras de dos letras’ –poemas compuestos con «las palabras más pequeñas que puedes usar en el Scrabble»– y armado con cuadernitos muy pequeños para no extenderse de más, Merritt se propuso componer canciones con la mayor economía de lenguaje posible y sin relación necesaria entre ellas, pero que digan todo lo necesario en sí mismas. Así, ‘Quickies’ es casi tanto un ejercicio de precisión e ingenio literario como una colección de canciones. Algunas pueden ser tan inanes en contenido como la inaugural ‘Castles of America’ (evocando con el plan de un viaje en autobus con amigos para contemplar aquellos) tan random como ‘Song of the Ant’ o tan delirantes como ‘I Wish I Had Fangs and a Tail’, pero en su mayoría suponen una lectura necesaria y nutritiva, que derrochan el sentido del humor ácido habitual de Merritt y que incluso se adentra en ciertos mensajes político-sociales.

Era el caso del primer single ‘The Day the Politicians Die‘, en el que imagina el jolgorio generalizado si desapareciera de la faz de la clase política… no sin culminar dejando la idea de lo peligrosa e insaciable que puede llegar a ser la llamada opinión pública. También pone de manifiesto la violencia machista en ‘Love Gone Wrong’, y apoyando a sus hermanas oprimidas por el patriarcado e incitándolas a «matar un hombre al día» (‘Kill a Man a Day’) hasta acabar con su problema, a la vez que aspira a un matriarcado en ‘Come Life, Shaker Life!’ (muy Sufjan en lo musical, que no te dice mucho hasta que averiguas que se basa en un himno clásico de los Shakers, una escisión de los cuáqueros que, efectivamente, promulgaban la igualdad). No se olvida de dejar entrever la precariedad de los músicos profesionales (‘When She Plays the Toy Piano’) y alude al enorme trecho que aún queda por recorrer en cuanto a discriminación de los colectivos LGTB+ en ‘Favorite Bar’ y ‘Evil Rhythm’. Pero que nadie se asuste: incluso en sus momentos concienciados –por más que le rechine la idea–, ‘Quickies’ despierta sobre todo sonrisas, cuando no carcajadas. Ahí queda ese «con este anuncio, Armin encontró un truquito: «déjame cocinar y comer tu polla»» (aludiendo al famoso caso del «caníbal de Rotemburgo», Armin Meiwes) de ‘Love Gone Wrong’ o los rimas retorcidas de ‘Evil Rhythm’ («It’s the hip new hypnotithm / It’s even worse than Communithm«).

Porque aparte de cortas, estas cortitas son ligeras, divertidas e inopinadas. Odas de devoción a «las tetas más grandes de la historia» (en la tonada llamada exactamente así) y a echar un polvo rapidito en el baño de un bar… que esté limpito a poder ser (‘Bathroom Quickie’) se mezclan con un ataque terrorista perpetrado por un grupo de licenciados en química millenials decepcionados con sus vidas (‘Castle Down the Road’), la añoranza de una vieja relación tan cerda como cómoda (‘I Wish I Were a Prostitute Again’) o las fantasías homoeróticas con un grupo de moteros (‘(I Want to Join A) Biker Gang‘). Pero, en realidad, aunque el punto de vista sardónico de Merritt se sitúe por encima de temáticas, también se intuye un hilo conductor: el amor, ya sea por defecto o por exceso. Por eso puede soñar con casarse con la mejor barista de Tennesse (‘The Best Cup of Coffee in Tennesse’) o con echarse un novio tan rockero que acabe por dejarle tirada

(‘Rock ‘N Roll Guy’), pero también mostrar el hartazgo de estar con la persona equivocada (en la genial ‘My Stupid Boyfriend’, en la que, cantada a dúo con Claudia Gonson, juguetean libres de género) o arrepentirse de haberse casado preso de una buena curda (‘Let’s Get Drunk Again (And Get Divorced)’). Incluso, si un amor tan exacerbado y bonito como el descrito en ‘When the Brad Upstairs Got a Drum Kit’ se va al carajo, siempre hay una última solución: quedarse con Dios… («Tengo una cita con Jesús, / un hombre al que no tengo que perseguir / (…) Él es un treintañero, / y yo estoy cachond@ esta noche», canta Claudia en ‘I’ve Got a Date With Jesus‘) o con el demonio (‘You’ve Got a Friend In Beelzebub’).

Y más allá del deleite lírico (como siempre, más que recomendable leer cada letra con detenimiento), ‘Quickies’ es también un disco gozoso de escuchar. Al contrario de lo que pueda sugerir la urgencia de su título, es un disco bastante reposado y minimalista, muy en línea con buena parte de ’69 Love Songs’, con el que comparte tanta similitud sonora como con su predecesor. Cautivado por la sonoridad del clavicordio y forzado por la hiperacusia que padece, predominan los instrumentos acústicos, muchos de los cuáles han sido construidos por él mismo con cajas de puros y vino (no, no es broma), cuando chismes tan peculiares como el «piano de una mano» o, sencillamente, una guitarra eléctrica sin amplificar. Muchas de las canciones ni siquiera tienen una percusión, y apenas incluyen uno o dos instrumentos, voces al margen. Pero eso no afecta al impacto de ‘Quickies’, porque lo que importa, como siempre, son las buenas canciones, y de esas hay a espuertas en estas veintiocho, repartidas en cinco 10″ en su edición física.

Obviamente los singles, incluyendo la fantástica ‘Kraftwerk In a Blackout‘ (que habla de otra relación desgastada, a punto de colapsar… pero que se invita a un último baile), están entre lo más destacado de ‘Quickies’ y, aunque se echa en falta algún tema más así de rotundo en una oferta tan amplia, hay mucho donde rascar a medio-largo plazo. Porque, como ocurría con el sempiterno ’69 Love Songs’ (aunque por el momento no se pueda decir que alcance sus cotas de magnificencia), tanta miniatura puede pasar algo desapercibida en escuchas apresuradas. Pero pronto van ganándonos, revelando su peculiar encanto, cada una a su manera. Imagino que cada uno tendrá sus favoritas particulares, que a buen seguro irán mutando con las escuchas y los estados de ánimo, pero diría que la coqueta ‘My Stupid Boyfriend’, la tragicómica ‘Kill a Man a Week’, la folkie ‘Castle Down a Dirt Road’, la country ‘The Best Cup of Coffee in Tennesse’, la dramática ‘The Price You Pay’ y el rag-time de juguete de ‘Evil Rhythm’ tienen ganado un lugar de privilegio en el amplio cancionero de The Magnetic Fields. Hasta los 17 segundos de grave y fatal declaración de amor de ‘Death Pact (Let’s Make A)’ tienen su aquel. Y sí, hay un pequeño bajoncillo entre las caras I y J (hasta en esto es peculiar ‘Quickies’), pero es lo que tienen las cortitas: como pasan tan rápido, no da tiempo ni a cogerles manía.

Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘(I Want to Join A) Biker Gang’, ‘The Day the Politicians Die’, ‘Kraftwerk in a Blackout’, ‘My Stupid Boyfriend’, ‘Kill a Man a Week’, ‘Bathroom Quickie’, ‘Castle Down a Dirt Road’, ‘I’ve Got a Date With Jesus’
Te gustará si te gusta: su ’69 Love Songs’, sobre todo, pero también The Divine Comedy y otros artistas cuya personalidad destaca del resto.
Youtube: vídeo de ‘(I Want to Join A) Biker Gang’

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Publicado por
Raúl Guillén