De acuerdo, los 80 de Bob Dylan fueron un desastre. A pesar de que en la “trilogía cristiana” con la que los abrió hay cosas salvables, igual que en los discos posteriores (‘Infidels’, de hecho, es un gran disco), el balance general, en comparación con su producción de los 60 y los 70, es sonrojante. Las razones de esta pérdida de rumbo han sido de sobra elucubradas por los dylanólogos en los últimos 30 años: una evidente pérdida de inspiración, dificultades para reencontrar su “voz propia”, y una década en la que los estudios profesionales se habían vuelto especialmente inhóspitos para artistas como Dylan, que siempre habían grabado de forma instintiva, en pocos días, y a los que perder semanas “buscando un sonido de batería moderno” o haciendo mezclas que sonaran contemporáneas nunca les iba a hacer ningún favor.
Estos tumbos creativos empezarían a cambiar en 1987. Durante su gira con The Grateful Dead el artista tuvo una revelación: según declararía en entrevistas posteriores, se dio cuenta de que no sería feliz y no aliviaría el peso de su obra previa si no dedicaba el resto de su vida a girar compulsivamente interpretando esas canciones. De esa manera empezó, en 1988, el ‘Neverending Tour’, que ha seguido vigente hasta la actualidad y ha alcanzado cifras astronómicas de conciertos (el primero de su último paso por España, en Pamplona, fue el número 3.003 de la gira). Dylan hizo bien en seguir su instinto, porque realizar ese cambio artístico-vital desatascó casi inmediatamente su bloqueo creativo: ya en 1988 su colaboración con los Travelling Wilburys sonaba inesperadamente refrescante e inspirada. Pero fue la llegada de ‘Oh Mercy’ (1989) la que supuso su redención definitiva con sus musas, la crítica y el público.
En 1988 Dylan le había enseñado a Bono de U2 algunas de sus nuevas canciones y éste le dijo que Daniel Lanois podría seguramente grabarlas capturando bien su espíritu. Confiando en este consejo, Dylan pronto se embarcaría en una grabación con el productor canadiense en una serie de pequeños estudios móviles que instalaron en diversos apartamentos de la ciudad de Nueva Orleans. Un cambio crucial de ambiente y enfoque que a Dylan le hizo muy feliz: En una entrevista con USA Today dijo: “Daniel permite que el disco simplemente ocurra, de día o de noche. Sin tener que pasar por un viacrucis de secretarias, máquinas de pinball, managers, curiosos en el pasillo, y aparcamientos y ascensores y temperaturas polares”. Otro dato esencial: “fue capaz de capturar mi voz de directo, algo que no había logrado antes con ningún productor”.
Así nació ‘Oh Mercy’. En él se volvieron a conjugar esos dos factores que han dado como resultado los mejores discos de Bob Dylan: una gran colección de canciones y un sonido definitorio, único, que les da forma y las amalgama en algo unitario y distintivo. ‘Political World’ es un comienzo magistral: una canción cuyo único acorde crea una tensión que nunca llega a aliviarse con un cambio, un estribillo. Es el resto del disco lo que provee esa liberación, y de qué manera. Desde los lap steel hawaianos (¡y saxofón!) de ‘Where Teardrops Fall,’ en la que Dylan canta casi como un crooner pop de los 50, pasando por la solemnidad bella, casi gospel, de ‘Ring Them Bells’, hasta el cierre con la desarmante ‘Shooting Star’, las canciones no son ya excelentes, sino que suenan exquisitamente al oído; guitarras inusuales en el canon dylaniano (a menudo metálicos dobros creando atmósferas con sencillos arpegios), pequeños toques de piano eléctrico aquí a allí, sureñas guitarras eléctricas con acentuados trémolos… pero todo con sutileza.
Lanois mantiene los arreglos en lo esencial con maestría: en las piezas más ambientales, esas que parecen emerger de un receptor de radio en una cálida noche neorleanesa junto a un pantano, la percusión no pasa de un timbal o una escueta batería de dos piezas: ‘Man in the Long Black Coat’ o ‘What Was It You Wanted’ son dos buenos ejemplos. Esa creación de espacios a base de no llenarlos se completa con un uso magistral de una herramienta del estudio tan poderosa como peligrosa: la reverb. Lanois es un maestro usándola, como había demostrado ya colaborando con Brian Eno y U2, y como posteriormente reafirmaría durante los 90 en magníficos discos de Emmylou Harris (‘Wreckin’ Ball’) o Willie Nelson (‘Teatro’). Un tipo de producción “natural pero no literal” muy influyente cuyos ecos se pueden oír en los discos de artistas actuales de folk/americana/pop, gente como Jess Williamson, Cass McCombs o Angel Olsen.
En ‘Oh Mercy’ la reverb define esos momentos más ambientales y evocadores con contenida precisión de cirujano, pero también se usa expansivamente en las partes más épicas: ‘Most of the Time’ es una de las cumbres del disco por esa razón: con sonido enorme y a la vez delicado, perfecto para una letra de alguien que afirma casi ha olvidado una ruptura amorosa, pero que en realidad la recuerda en cada rincón, en cada detalle (“Most of the Time (…) I can survive / And I can endure / And I don’t even think / About her”). La otra gran pieza épica, ‘Series of Dreams’, se cayó en el último momento por decisión de Dylan pero reemergió dos años después en el primer volumen de las Bootleg Series, y se considera parte del álbum: una pieza trepidante que encapsulaba el concepto inicial del largo: una serie de viñetas, de escenas, de corte onírico. El uso de la reverb por parte de Lanois conseguía de rebote que Dylan sonase al fin contemporáneo, pero sin los extremos rechinantes de sus otros discos de los 80: estos dos temas especialmente sonaban de la época (con esos ecos de U2) y en la actualidad siguen sonando magníficamente.
A las letras de ‘Oh Mercy’ podríamos dedicar artículo aparte: baste decir que en la línea onírica que Dylan se planteó para este disco son un ejemplo magistral de su escritura en modo “stream-of-consciousness” (monólogo interior), como explicó el propio autor, y en ellas se combinan muy bellamente flashazos surreales, asociaciones de ideas e imágenes no necesariamente lógicas que encajan a la perfección con el ambiente nocturno, misterioso, de la producción. Unos textos que Dylan canta adaptándose a cada ambiente, con momentos realmente brillantes (como cuando acentúa las palabras de cada verso marcando el compás de 3/4 en ‘Man in the Long Black Coat’).
Lanois y Dylan revisitarían la fórmula mágica de ‘Oh Mercy’ ocho años después en ‘Time Out Of Mind’, disco que siendo justos quizá arrojó más canciones de esas que pervivirían como clásicos tardíos de su autor (‘Love Sick’, ‘Trying to Get to Heaven before The Close the Door’, ‘Not Dark Yet’) que su predecesor, pero que no llega a las cotas de redondez y poder evocativo de este disco, o a su sensación única de unidad, como una especie de hermosa novela nocturna. En el canon dylaniano ‘Oh Mercy’ no es ciertamente despreciado, pero sin duda hay que reivindicar este disco excesivamente minusvalorado.
Calificación: 8,9/10
Lo mejor: ‘Man in the Long Black Coat’, ‘Most of the Time’, ‘Ring Them Bells’
Te gustará si te gusta: el folk o el sonido americana, tanto en su vertiente clásica (Emmylou Harris, Neil Young) como actual (Jess Williamson, Cass McCombs)
Escúchalo: vídeo de ‘MOST OF THE TIME’