El primer acierto es situar la acción en un ambiente tan extraño y atractivo como una base militar estadounidense en Italia. De esta manera, el director aísla a sus personajes en un universo muy concreto, un microcosmos al que se nos introduce a través de Fraser, un adolescente recién llegado de Nueva York porque su madre será la nueva comandante de la base. Pronto conoce a Caitlin, una chica de su edad con la que establece un vínculo de amistad especial.
Uno de los mayores encantos de la serie es que no parece tener un rumbo fijo. Guadagnino deja que sus personajes interaccionen entre ellos, que vivan experiencias o que crezcan sin ningún aparente objetivo concreto, capturando así la confusión y euforia de ser adolescente. Hay dos episodios clave en los que se muestran las dos caras de esto, el 4 y el 7. Ambos dialogan entre sí: en el primero mostrando el desenfreno y alegría de estar vivo (con un estilo que remite directamente al Kechiche de ‘Mektoub, My Love’), en el segundo cuestionándose dicha euforia bajo una mirada existencialista, pues ya nada parece tener sentido.
El director italiano es un experto en reflejar ese periodo final de la adolescencia donde realmente empezamos a descubrir quiénes somos. Ya lo demostró en la espectacular ‘Call Me By Your Name’, y aquí vuelve a incidir en ese terreno pero desde el punto de vista de Fraser -un personaje más problemático y quizá más antipático en un principio que Elio- y Caitlin, quien con la ayuda de Fraser y el entorno liberal de este (su madre está casada con una mujer), empieza a darse cuenta de que no está conforme con su identidad de género.
Lo que hace de ‘We Are Who We Are’ una serie tan especial es la forma en la que va presentando a los personajes y cómo se van mostrando los problemas de cada uno. Guadagnino no busca en el espectador una empatía inmediata con ninguno de ellos. Todos tienen defectos y a veces actúan de manera inmoral, pero es eso precisamente lo que les aporta una dimensión humana que consigue que al cabo de unos pocos capítulos, sea inevitable sentir apego hacia ellos. Parte del mérito lo tiene un reparto perfectamente escogido en el que sobre todo destacan un impresionante y carismático Jack Dylan Grazer dando vida a Fraser; Jordan Kristine Seamón como Caitlin/Harper; y la siempre magnética Chloë Sevigny como la comandante y madre de Fraser.
La serie, pese a todo, no está interesada en buscar la perfección, sino más bien reflejar el caos que conlleva crecer. De hecho, hay momentos en los que se plantean temas de manera algo tosca (la religión y la política, principalmente) y con los excesos marca de la casa, pero el atrevimiento de abordarlos y la cantidad de ideas interesantes que arroja Guadagnino a lo largo de sus ocho horas no solo lo excusan sino que pasan a ser hasta admirables. Especialmente por su vocación temeraria; no tiene miedo a equivocarse, a tropezarse, pero siempre se las apaña para ir hacia delante, para sorprender y enamorar al espectador en cada capítulo. Encuentra una sinceridad en lo que habla que consigue calar muy hondo. Además, todo se engrandece gracias a un final que no da lo que el espectador quiere ver, que evita a toda costa el sentimentalismo de las despedidas. Un capítulo extraño y, sin duda, brillante en el que su capacidad para atrapar el fin de una época conmueve genuinamente.
Si en ‘Call Me By Your Name’, la música de Sufjan Stevens era prácticamente un narrador que expresaba lo que sentían Elio y Oliver, en ‘We Are Who We Are’ son las canciones de Blood Orange las que adquieren ese efecto. Dev Hynes incluso aparece en el último capítulo, pero suenan sus canciones y hay menciones directas a él durante toda la serie (Fraser es muy fan de Blood Orange). ‘Time Will Tell’ es el leitmotiv, que resume perfectamente el espíritu de la obra.
Time will tell if you can figure this and work it out
No one’s waiting for you anyway, so don’t be stressed now
Even if it’s something that you’ve kept your eye on
It is what it is
‘We Are Who We Are’ es todo un logro artístico y una obra cumbre en la irregular pero siempre interesante filmografía de su director. Aquí se ve a un autor libre y seguro de sí mismo, con sus detalles extravagantes (un bonito recurso que se repite durante todo el metraje es congelar la imagen en determinados momentos) y aires de grandeza, pero también a un narrador excepcional que ha conseguido realizar uno de los retratos de la Generación Z más audaces, inteligentes y sensibles que se han visto hasta ahora. 8,7.