¿Es ‘Call Me By Your Name’ la película romántica de la década?

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¿Es ‘Call Me By Your Name’ la película romántica de la década?

¿Es ‘Call me by your name’ la película romántica de la década? ¿Lo es? Seguro que no es el primer titular que veis en esta línea sobre ‘Call me by your name’. La historia ya la conoceréis: el romance entre Elio, 17 años, y Oliver, 24, que convivirá con la familia del primero hasta final de verano. ¿Qué hay en ella para despertar estas reacciones? No son las reacciones que despertaron otros trabajos de Luca Guadagnino, calificados como excesivos y artificiosos. Pero esa crítica no puede hacerse aquí: ‘Call me by your name’ es preciosa visualmente hablando, sí, pero esto se mantiene en un segundo plano respecto a los protagonistas, creándose así un hábil maridaje entre las imágenes y la historia que se quiere contar… y el texto del que parte esa historia, claro. La novela homónima (André Aciman, 2007) es parca en diálogos y se narra desde el punto de vista de Elio, haciendo difícil imaginar una adaptación eficaz. El film arrastra alguna dificultad derivada de esto: el componente de obsesión, de idealización, de desesperación sexual –una forma poética de decir que Elio se sube por las paredes durante buena parte del libro– y de dramatismo que hay en el primer amor (o primeros, que algunos somos intensitos más de una vez) está aquí presente, aunque de forma más sutil. En cambio, Guadagnino, ayudado por un guión a cargo de nada más y nada menos que James Ivory, se las apaña para trasladar con maestría al universo cinematográfico grandes momentos del libro, e incluso para expandir sus posibilidades.

Apartarse de la mente de Elio tiene otro aspecto positivo, y es poder profundizar más en Oliver, gracias también al entregado trabajo de Armie Hammer. Esther Garrel (¿qué desayunan en esa familia?), Michael Stuhlbarg y Amira Casar están estupendos, pero las interpretaciones de los dos protagonistas –y su tremenda química– suponen una de las claves de la película. En el caso de Hammer, consigue que veamos al Oliver real, con todos sus matices. Vemos esa seguridad e indiferencia estadounidense, ese “later!” que a Elio pone de los nervios en todos los sentidos… y vemos además sus dudas sobre si debe o no resistirse, el proceso por el que su escudo se va cayendo, las miradas que reflejan que está coladito perdido por Elio, su miedo a ser para él solo un entretenimiento idealizado y, sobre todo, su miedo a la inevitable separación del otoño. Mostrar estas debilidades de Oliver sirve, sin pretenderlo, como respuesta a quienes han puesto el grito el cielo por la diferencia de edad –¿lo habrían hecho de ser un chico y una chica? Ese sí que es un mystery of love–. Pero mención aparte merece la interpretación de Timothée Chalamet, que se ha convertido en el actor más joven nominado a los Oscar en ochenta años.

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Lo de Chalamet es brutal. Y es brutal no solo en esos maravillosos veinte minutos finales; lo es también cuando expresa la introversión de su personaje y lo poco adaptado que se ve entre sus iguales (es difícil mostrar esos momentos repelentes y a la vez adorables de Elio, pero él lo consigue). Lo es cuando expresa con su actuación el proceso de enamoramiento que en el libro se narra, y que parecía imposible de trasladar a la pantalla, lo es cuando finge un torpe desinterés para que Oliver no perciba lo mucho que se está abriendo y lo vulnerable que se siente en ciertas conversaciones, lo es en el comentadísimo momento melocotón -ya no se puede escuchar del mismo modo esa canción de Franco Battiato– y lo es, en resumen, durante las dos horas de metraje. Y, por supuesto, en ese plano que por sí solo ya le haría merecedor del galardón a mejor actor (un plano que referencia ciertas palabras del padre en otra aplaudidísima secuencia). De verdad que no es una hipérbole decir que su capacidad para fusionarse con la personalidad de Elio es casi sobrenatural –como lo que se siente al escuchar los temas de Sufjan Stevens y recordar el film–.

Se montó mucho revuelo entre quienes le ponían la etiqueta de “una historia sobre la homosexualidad” (¡los bisexuales existen, por cierto!) y quienes decían que no, que “no es una historia de amor homosexual, es una historia de amor”. None of dem work for me, que diría Robyn: la película no “va sobre homosexualidad”, pero claro que es una historia de amor entre dos chicos (y, aleluya, no es una tragedia, lo cual es bastante importante de cara a su posible público adolescente) y no “una historia de amor entre personas” así en abstracto. Porque hay particularidades y contextos con los que Elio y Oliver lidian, y con los que Jesse y Celine, otra de mis parejas ficticias favoritas, jamás tuvieron que lidiar. No es lo que vertebra la película, ni tampoco el libro, pero la confusión y miedo de Elio (¡y de Oliver!), el secretismo, la necesidad de fingir, incluso los retazos de homofobia interiorizada (Sonny y Cher) están ahí. Sí comparten con los citados Jesse y Celine la mezcla de intensidad e imposibilidad (¿y secuelas?), y ‘Call me by your name’ repite el mérito de estar lejos de la pastelada y cerca de la perfección. Una perfección imperfecta, claro. Como ese primer amor.

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¿Se han pasado tus amigos con el hype? ¿Es exagerada esa etiqueta de “la mejor de la década”? Para quien esto escribe, la respuesta es no. Como ese Síndrome de San Clemente, hay multitud de detalles repartidos bajo distintas capas en el film; si estás leyendo esto, ve a verla y dime si no hay, al menos, un par de momentos de ‘Call me by your name’ que te persiguen aunque hayan pasado días, dime si no recuerdas algunos de esos detalles aunque pasen semanas. O años. Dime si no lo recuerdas todo. 9,3.

Nota: No hay un gag de ‘Iron Man’, pero no os levantéis cuando aparezca el “directed by”.

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