En un año normal, ‘Mank’ sería una de las candidatas mejor colocadas en “la carrera de los Oscar”. En 2020, donde muchos títulos oscarizables no han comparecido en la línea de salida -‘West Side Story’, ‘Dune’, ‘The French Dispatch’, ‘The Last Duel’-, la película de David Fincher es, junto a ‘Nomadland’, la gran favorita para llegar a la línea de meta. De hecho, es muy posible que las plataformas acaben copando las nominaciones. Están muy bien colocadas ‘El juicio de los 7 de Chicago’, ‘La madre del blues’, ‘Cielo de medianoche’, ‘Noticias del gran mundo’ (las cuatro de Netflix, la última comprada a Universal para su distribución internacional), y ‘One Night in Miami…’, de Amazon.
‘Mank’ es algo así como el ‘Érase una vez en Hollywood’ de Fincher, una mirada fascinada –que no reverencial- al Hollywood de los años 30. En concreto, a uno de sus artífices más prolíficos pero menos conocidos: Herman Mankiewicz, uno de esos brillantes intelectuales neoyorquinos que cambiaron los estrenos de Broadway y las redacciones del New York Times o Vanity Fair, por los contratos millonarios en los estudios de cine hollywoodienses (trabajó en más de 90 películas en 25 años de carrera) y las fiestas en San Simeón, el castillo del magnate de la prensa William Randolph Hearst.
Esa idea del artista comprometido –con su arte, con su tiempo- que vende su alma por un casoplón con piscina (trabajó a sueldo para los estudios, muchas veces sin acreditar) es uno de los temas principales que articulan ‘Mank’. De hecho, el proceso de escritura de ‘Ciudadano Kane’ se presenta en la película como un acto de venganza (contra Hearst y los magnates de la Metro), de redención artística (escribió su mejor guión, apareció en los créditos y consiguió un Oscar) y de autodestrucción (se ganó muchos enemigos y murió alcoholizado).
El otro gran tema de la película (el guión del difunto padre del director, Jack Fincher, es de una enorme riqueza, por lo que no sería raro que ganara el Oscar póstumamente) es el de las relaciones entre los medios y el poder. Fincher escenifica la campaña electoral de 1934 en California con la mirada puesta en la actualidad. Las manipulaciones orquestadas por Hearst y los productores de la MGM para descalificar al candidato demócrata a través de noticiarios falsos, resuenan con fuerza en nuestro presente enfangado de fake news.
Estas rimas intertextuales se producen también a un nivel visual y narrativo. ‘Mank’ recrea el Hollywood dorado y la escritura de ‘Ciudadano Kane’ reproduciendo la caligrafía audiovisual y la estructura narrativa de las películas de esa época. En particular de la propia ‘Ciudadano Kane’, con la que dialoga constantemente: fotografía en blanco y negro, sonido mono, música sinfónica (a cargo de los habituales Trent Reznor y Atticus Ross), interpretaciones pre-método (Gary Oldman y Amanda Seyfried están fantásticos), saltos temporales, encuadres y recursos narrativos que recuerdan al filme de Orson Welles… Una puesta en escena llena de estilo y sentido poético como se puede ver en la fabulosa secuencia entre Mankiewicz y Marion Davies paseando por los jardines de San Simeón.
El problema de ‘Mank’ es que la mencionada secuencia es casi una excepción en toda la película. No hay muchas más escenas de ese tipo, donde el virtuosismo estilístico y la exuberancia narrativa produzcan un efecto realmente emotivo. Fincher ha hecho un filme casi exclusivamente para cinéfilos. Más que para conocer, para reconocer: nombres, situaciones, planos… Quien no haya visto (recientemente) ‘Ciudadano Kane’ y no conozca demasiado el cine y la historia de esa época, le será difícil conectar emocionalmente con esta película. Le falta tensión dramática. Fincher nos deslumbra estéticamente y nos masajea intelectualmente, que no es poco. Pero no nos toca el corazón. 7,5.