‘Quique dibuja la tristeza‘ fue un punto de inflexión para Los Hermanos Cubero, un disco en que dejaron de lado su labor de recopiladores/reivindicadores del folclore para ofrecernos una obra dolorosa y personal. El álbum catapultó su ya bien merecida fama previa entre conocedores y amigos músicos. Ahora, como para apartarse de la sombra enorme de «Quique», los Cubero han retomado un poco su senda tradicional. En ‘Errantes telúricos’ Enrique y Roberto dan una vuelta de tuerca a su sonido alcarreño-bluegrass y sueltan su vena más pop. Para ello, aparte de su mandolina y guitarra, cuentan con la colaboración de una multitud de artistas estelares: Christina Rosenvinge, Amaia, Rocío Márquez, Josele Santiago, Rodrigo Cuevas, Nacho Vegas…
Los discos con múltiples colaboradores en general hacen arquear las cejas (ya saben: suelen ser deslavazados y repletos de autocomplacencia). Pero aquí no hay nada por lo que fruncir el ceño. Los temas son principalmente composiciones de Roberto, quien logra una estupenda (con)fusión con las coplas tradicionales y, además, los Cubero impregnan a sus cómplices de su personalidad. A su vez, ellos se empapan del buen hacer de sus invitados, hasta fusionarse en feliz amalgama.
Así, entre unos y otros, consiguen un ramillete de canciones espléndidas: Christina Rosenvinge amplía fenomenalmente su registro en ‘La rama’ (tradicional), con simpáticas salidas de tono (el grito tribal con la que cierran). Aunque, para pasmo, escuchar en un disco de los Cubero ¡una batería! ¡Una guitarra eléctrica! Todo por culpa de (o gracias a) Grupo de expertos Solynieve, que conquistan con el country de ‘Así llegué a Granada’ (versión del ‘That’s How I Got to Memphis’ de Tom T. Hall). La vena más Gram Parsons vibra en la preciosa ‘Efímera’ junto a Amaia, con la guitarra de Enrique especialmente hermosa.
Pero, para campeonas, ‘Canción para un principio, canción para un final’, un tema original de Roberto que alcanza aliento de saeta eterna. A eso ayuda, claro está, Rocío Márquez, brillante y magnética, quien se lleva a los Cubero a su terreno de manera gozosa a la par que triste. O el tono fúnebre que desprende Nacho Vegas en la tradicional ‘La boda y el entierro’, una pieza que es tan telúrica y sombría como su propio título. La voz de Enrique siempre contiene luz, hasta en sus momentos más sombríos, y es sorprendente percibir cómo cambia el clima según cante él o Nacho. Aunque hay algún momento algo menos lucido, el cierre del álbum refulge con otro maestro como Josele Santiago en ‘Problemas a los problemas’; todo un himno al intentarlo una y otra vez, que eleva el ánimo gracias a su ritmo trotón y la bonita guitarra de Enrique que dibuja la melodía. Una vez más, la sencillez y austeridad de los Cubero esconden en ‘Errrantes telúricos’ un prodigio de hondura y sensibilidad.