El 2020 debería habernos traído una gira de los Bad Seeds; la pandemia la ha aplazado sine die. Pero Nick Cave no podía tomárselo como un descanso. Como decía Picasso, a él la inspiración le va a pillar trabajando. Nick se sienta cada día en su oficina y piensa, escribe, compone. Sospecho que a su contramaestre Warren Ellis le sucede otro tanto. Así que, a cuatro manos, durante el confinamiento, han alumbrado ‘Carnage’, el primer álbum «convencional» a nombre de los dos.
Cave dice que ‘Carnage’ es “un disco brutal pero muy hermoso anidado en una catástrofe colectiva”. Y muy hermoso es, quizás no tan brutal. Porque aquí hay dolor pero, por encima de todo, hay esperanza, a pesar de su título tan fiero (‘Carnage’ puede traducirse como «carnicería, matanza»). En los últimos discos de los Bad Seeds hay una espiritualidad, un aferrarse a lo divino (ya sea Dios o el amor) como salvaguarda y guía en momentos de zozobra. Y este mostrarse perdido para acabar encontrando el consuelo en algo más grande que uno mismo, que ya era la tónica de ‘Ghosteen‘, brilla en ‘Carnage’ en todo su esplendor.
Musicalmente, los ocho temas son más breves y concretos que los de ‘Ghosteen’, actúan menos como letanías y más como canciones propiamente dichas. Casi todo el disco está fabricado sobre bases sintetizadas y loops, líneas y arpegios de sintetizador que se van repitiendo, mientras Nick recita más que canta, explota al máximo su vena de rapsoda, retorciendo la vía de expresión que empezó a recorrer aún más a conciencia a partir de ‘Higgs Boson Blues‘.
El inicio, por eso, parece apuntar hacia la “carnicería” con que se titula. Tras una breve introducción a piano, casi bucólica, se desata el apocalipsis en ‘Hand of God’: sobre una base dura, machacona, propia de techno industrial, se superponen el recitado de un Cave más doliente que atemorizante, los arreglos de cuerdas sintetizados, los coros desesperados, los aullidos dolorosos, la atmósfera cinematográfica… Todo en esta canción se aparta de lo visto en ‘Ghosteen’ y se acerca a los Portishead de ‘Machine Gun’. Y más que «la mano de Dios bajando del cielo», que canta Cave, parece que vaya a aparecerse el mismísimo Satanás. El arranque es tan perturbador que ansías que todo el disco sea así de oscuro y espeluznante. Las cadencias post trip-hop, a lo ‘Angel’ de Massive Attack, se repiten en ‘Old Time’, inquietante con sus líneas de bajo gordas, los sintes tenebrosos, el ruidismo y Cave en modo delirio, sumergiéndose en los abismos de la súplica y la desazón.
Pero es a partir de la emotiva ‘Carnage’, la canción, donde se revela la verdadera naturaleza del disco; sin obviar lo doloroso o el miedo, la música se refugia en el amor y lo espiritual. Parece que nos vayan a devolver a las simas en ‘White Elephant‘, capaz de espantar, sonar amenazante entre referencias a George Floyd, denuncia del supremacismo blanco y la cultura de la violencia: «Te dispararé en tu puta cara / si piensas en acercarte por aquí / te dispararé simplemente por diversión». Pero, sin previo aviso, rompe en un coro góspel con batería y pianos que van creciendo e inundado todo de luz, de esperanza.
Y es que todo en el tramo final se dulcifica, se ilumina. Cave y Ellis retornan a senderos más conocidos, pero no por ello menos agradecidos. La preciosa ‘Alburquerque’ nos remite al Cave baladista más clásico; incluso parece que se vaya a romper a cantar ‘Straight to You’. ‘Lavender Fields’ tiene un clima casi de oratorio, con esos «There is a kingdom in the sky», reforzando el arrebato religioso; arrebato que continúa y se amplía en ‘Shattered Ground’, con un Cave recitando/cantando ya definitivamente fervoroso y desatado sobre apenas unos leves sintetizadores soñadores que también se van expandiendo en intensidad. Difícil que no llegues a ‘Balcony Man’, su última canción, la más torch y clásica, y no te rompas mientras Nick canta: «This morning is amazing and so are you».
A pesar de ser un disco elaborado en tiempos muy difíciles, ‘Carnage’ ofrece más luz, belleza y consuelo que desasosiego. Las canciones parecen reflejar una búsqueda y una reconfortación en el «Reino en el Cielo» (término que aparece varias veces), en el amor a la humanidad, al mundo. Ellis y Cave apelan más a lo universal que a lo personal, a un humanismo salvador. Las aguas son procelosas, duro es el viaje, pero no nos hundiremos mientras permanezcamos juntos, nos dicen. Y en semejante estado de gracia, imposible no creerles.