Arthur C. Clarke, el autor de ‘2001, una odisea en el espacio’, decía que cuando la tecnología avanzase demasiado resultaría imposible distinguirla de la magia. El “concierto” del holograma de Whitney Houston es un ejemplo de que esta profecía está empezando a cumplirse: ver a Whitney resucitada digitalmente significa experimentar un milagro, una alucinación y una sesión de espiritismo. Pocas veces el ser humano ha jugado a ser Dios de un modo tan literal.
Yo estuve a punto de ver a Houston en directo en 2010. Durante la que sería su última gira, ‘Nothing But Love Tour’, se anunció una fecha en Santa Cruz de Tenerife. Un grupo de amigos y yo reservamos entradas, vuelos y hotel para ir al concierto, a pesar de que las críticas de la gira estaban siendo atroces (“Tengo una amiga que se llama soprano y esta noche no ha querido venir”, aclaraba Whitney cada vez que la voz le fallaba y tenía que sacar adelante a duras penas un repertorio vocalmente inabarcable) y a pesar de que según Google Maps el lugar donde se iba a celebrar era un aparcamiento.
Unas semanas antes de la fecha el concierto se canceló, oficialmente, porque la erupción de aquel volcán en Islandia impedía transportar el equipo de la gira. Pero el día que debía actuar en Tenerife Whitney dio un concierto privado para un sultán en París, lo cual nos dejó la sensación de que ella jamás había tenido intención de cantar en la isla. Años después el promotor del concierto en Tenerife fue condenado por estafar más de medio millón de euros por un concierto de Ricky Martin falsificando la firma del alcalde, el concejal de festejos y el interventor.
Desde que llegó internet tengo la sensación permanente de que estoy viviendo en el futuro. Mi motivo para ir a ver el holograma, por tanto, era mitad analógico (es mi única oportunidad de experimentar un concierto de Whitney) mitad digital (sentía genuina curiosidad por ver cómo estaba hecho) y, sinceramente, pagué 100 euros por un concierto de Beyoncé en el Estadio Olímpico de Barcelona en el que estaba tan lejos que solo vi una peluca moviéndose cuatro veces. Conozco gente que ha pagado 300 dólares por ver a Britney en Las Vegas cantando en playback con una energía tan robótica que podría ser Britney, un holograma o Gisela de OT. En Japón una cantante de dibujos animados (Miquu Hatsune) llena estadios y en Corea del Sur las academias del k-pop son en realidad fábricas que deshumanizan a sus integrantes hasta transformarlos en autómatas del pop. Es decir, si el pop es artificial por definición y la experiencia de vivir en este mundo cada vez está más mediatizada por la tecnología, ¿por qué un holograma de Whitney no podría ser un espectáculo válido en sí mismo?
Dedico los minutos previos al concierto a satisfacer una de mis principales curiosidades: descubrir qué clase de personas asisten a algo así. Hay parejas de entre 30 y 70 años, hay grupos de señoras y hay familias con niños que ni siquiera habían nacido cuando Whitney murió. Uno de ellos, que tendría en torno a 10 años, llevaba los ojos vendados con un fular de leopardo porque sus padres querían darle una sorpresa. (Sospecho que lo que más ilusión le hará a ese niño es el fular). Hay un hombre haciéndose fotos junto al escenario vacío.
Entonces una voz anuncia que faltan cinco minutos para el concierto (lo bueno de los hologramas es que, aparte de no tener problemas con las drogas, son puntuales) y que mientras tanto el público se dé un aplauso a sí mismo. (Lo hace). La voz también pide que nadie haga fotos con flash porque “podría interrumpir la magia de nuestro show”. Se me ocurre que quizá el holograma de Whitney sea como los robots de Rascapiquilandia y se vuelva una máquina homicida cuando le hacen fotos con flash pero luego recuerdo que la trama del capítulo de Los Simpson no era exactamente así.
La primera canción es ‘Higher Love‘. Y con ella la distopía alcanza inmediatamente varias capas de profundidad: Whitney grabó una versión de Steve Winwood como bonus track de la edición japonesa de su tercer disco, ‘I’m Your Baby Tonight’, en 1990. Hace un par de años, Kygo la remezcló y tuvo bastante éxito: llegó al número 2 en Reino Unido, el mejor dato de Houston desde ‘My Love Is Your Love’ en 1999. Y aquí está ahora Whitney, peinada como en su gira de 1994, con un vestido similar al que llevaba en el concierto de regreso de los soldados del Golfo en 1991 y con la figura que tenía antes de operarse los pechos a mediados de los 90, cantando un remix de 2019. Al público no le importa nada de esto, claro, pero tampoco nadie parece conocer ‘Higher Love’.
La música es en directo y los bailarines evocan las auténticas coreografías de las giras de Whitney en los 90 (que, para entendernos, parecen diseñadas por Poty), pero ella solo se mueve como si estuviese en un videojuego de los 90: de izquierda a derecha. Esto, unido a que Whitney nunca tuvo demasiada energía sobre el escenario (no es cuestión de que el holograma la convierta de repente en Janet Jackson), hace que una vez superado el asombro inicial el show resulte un tanto monótono. No sabía qué esperar, pero supongo que imaginé que el holograma sería tridimensional y se pasearía por el escenario para alcanzar un realismo máximo. Sin embargo, se limita a dar pasitos confinado a una pantalla mientras los bailarines tratan de compensar dándolo todo, pero toda esa euforia solo sirve para subrayar que Whitney está muerta.
El holograma está hecho artificialmente, inspirándose en las expresiones faciales de Whitney pero creándolas desde cero y con el molde corporal de una doble. El efecto es, esencialmente, que hay una mujer parecida a Whitney (aunque con el cuello extrañamente largo) haciendo playback de sus canciones. Porque las pistas vocales, con excepción de ‘I Have Nothing’ y la primera estrofa de ‘I Will Always Love You’, son todas del disco. ¿No sería mejor poner un concierto de Whitney en un cine? ¿O directamente una imitadora? Es probable, claro, que el público de esta noche no tuviera interés en ver eso.
De repente Whitney empieza a hablar. Nuevo nivel de distopía. Nos da las gracias por venir y espera que disfrutemos del show porque “habéis pagado un buen dinero”. (35 euros, Whitney). Ahora lleva un pelo distinto, se ha cambiado de vestido y tiene un pañuelo en la mano. Whitney solía cantar con un pañuelo agarrado, como Pavarotti, porque sudaba mucho en los conciertos debido entre otras cosas a su consumo de drogas. Este holograma ni suda ni se droga, pero canta varias veces con un pañuelo en la mano porque por lo visto ese detalle es importante.
Hay algo celestial en escuchar hablar a Whitney Houston desde el Más Allá. Ella siempre tuvo algo de místico, a Javier Ambrossi se le ocurrió la idea de ‘La llamada‘ (que Dios baje del cielo y se comunique mediante canciones de Whitney) viendo aquel videoclip de ‘Run To You’ en el que ella corría por las nubes. Pero esta noche el monólogo de Whitney me parece la sesión de ouija más cara de la historia. Nos desea que dios nos bendiga y nos pide que recemos por la paz. Eso de “rezar por la paz” siempre me ha parecido una frase 0,60, un cliché genérico y abstracto que siempre funciona porque siempre hay guerras, pero es que esta Whitney ni siquiera sabe por qué paz nos está pidiendo que recemos. ¿Sería Whitney negacionista en caso de seguir viva? ¿La habrían cancelado por alguna declaración desafortunada, como cuando culpó a las “zorras” de las infidelidades de su marido en 1993?
El momento cumbre del concierto es, claro, ‘I Have Nothing’. Básicamente porque es la única cuya pista vocal que no es de estudio. Y de repente, sin darme cuenta, durante unos segundos olvido que todo es mentira. Me sorprendo a mí mismo emocionándome, admirando el prodigioso talento de Whitney Houston y aplaudiendo obediente cada vez que ella hace una pausa para que la aplaudan. (Whitney hacía mucho esto durante las baladas). El profesor de robótica Masahiro Mori acuñó la teoría del Valle Inquietante en 1970, según la cual el ser humano atraviesa tres estados cuando observa una criatura artificial con aspecto antropomórfico: primero siente afecto instintivo, después repulsión, grima e incomodidad y finalmente aceptará la criatura racionalmente por lo que es. El profesor Mori (o su holograma) me indicaría que ahora mismo me queda la mitad del repertorio para recorrer dos fases completas.
‘I Wanna Dance With Somebody’ es la canción que, postmortem, ha reemplazado a ‘I Will Always Love You’ como la más popular de Whitney Houston. Con ella empiezan los visuales, que en este caso son de llamas, pero teniendo en cuenta que la propia cantante es un visual en sí mismo resulta imposible considerar esas llamas como fondo: parece que la están rodeando, de manera que Whitney está cantando desde el infierno (que también podría ser). Para ‘It’s Not Right But It’s Okay’ le ponen un mono naranja espantoso que nadie debería haber permitido. Sí, hubo una época (1989-1991) en la que a Whitney le encantaba llevar monos de licra pero eso no justifica que se lo pongan ahora a un holograma. Además, ‘It’s Not Right But It’s Okay’ es de 1998, cuando ella ya no llevaba esos looks, así que resulta anacrónico pero por otra parte con quién estoy hablando. ¿A quién le va a importar esto ahora?
Visualmente es la Whitney que el gran público recuerda: joven, sana y recatada. Inofensiva. Una mujer, a efectos prácticos, blanca. Una Whitney que nunca existió y que ella odiaba tener que aparentar que era. Empiezo a echar de menos aquella gira catastrófica a la que nunca pude asistir, con aquella Whitney Houston cansada, hinchada y sin voz. Pero al menos era un ser humano. Ella se pasó la promoción de su último álbum, ‘I Look To You’, insistiendo en que lo había grabado por obligaciones contractuales pero lo único que quería hacer con su vida era coger a su hija Bobbi Kristina y poner un puesto de fresas en el Caribe. Lo que no tenía en aquella última gira eran ganas.
Entonces empieza ‘My Love Is Your Love’ y recuerdo que en la gira de 1999 sacaba a su hija para que le hiciese los coros en esta canción. Me pregunto si acaso aquí también saldrá Bobbi Kristina (puestos a profanar tumbas), ya que esta gira existe gracias al consentimiento de los herederos de Houston (una empresa presidida por su cuñada, Pat) y supongo que con la misma firma pueden autorizar dos hologramas. Pero Bobbi no sale.
Y así, 75 minutos después de haber aparecido por arte de magia, Whitney va descendiendo y cuando le queda la mitad del cuerpo sobre el escenario desaparece definitivamente. Según las reacciones del público, el momento álgido del show ha sido cuando el holograma da una vuelta y cambia de vestido. Y entonces entiendo qué clase de gente viene a ver esto: personas que pasan el sábado por la tarde viendo un holograma de Whitney Houston como podrían estar en una escape room, en un monólogo de comedia de ‘La chocita del loro’ o en un espectáculo de magia de El mago Pop. No han venido a asombrarse con la voz de Whitney, han venido a asombrarse con un espectáculo tecnológico.
Mientras espero a que le toque el turno de salir a mi fila, miro al escenario y veo que donde antes estaba Whitney ahora hay una pantalla negra con su firma. (Esa rúbrica es el logo de la gira). Me acuerdo de la primera vez que vi esa firma, en el libreto de mi cinta de cassette de ‘El guardaespaldas’. Debajo del “Whitney” había una B y una carita sonriente. Recuerdo que cuando desenrollé el papel, sentado en mi cama mientras escuchaba la cara B por primera y última vez en mi vida, vi esa firma y pensé “espero que no le dé por cambiarse el nombre artístico a Whitney Brown porque no suena bien”. Al final esa B solo fue un residuo de un momento en la vida de Whitney. La cara sonriente tampoco duró demasiado. Creo que habría preferido pagar por ver al holograma de Whitney regentando un puesto de fresas en el Caribe.