El éxito del city pop, la fantasía yuppie hecha en Japón que ha adoptado la generación Youtube

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El éxito del city pop, la fantasía yuppie hecha en Japón que ha adoptado la generación Youtube

La música pop del siglo XXI -hasta ahora- se está definiendo por su nostalgia, nada disimulada en muchos casos, como la de ‘Leave the Door Open‘ de Silk Sonic, reciente número 1 en el Billboard sonando como una balada ñoña de 1986, con el mismo brilli-brilli recargado que una producción de Isabel Pantoja. La influencia inagotable de la música pop de los 80 es representativa de este fenómeno y pocos estilos lo encapsulan mejor que el city pop, un género de pop japonés americanizado que nace en los 80 para después ser olvidado, pero que en los últimos años ha vuelto a resurgir, y no gracias a ‘Gran City Pop’ de Paulina Rubio (pionera) sino a los blogs y al surgimiento de subgéneros de internet como el vaporwave o el future funk.

Actualmente, el city pop prospera en Youtube, donde las típicas playlists con imágenes de anime de fondo reciben millones de visitas, y también en TikTok, donde temas como ‘Plastic Love’ de Mariya Takeuchi son verdaderos hits de la plataforma. Pero huelga decir que la popularidad del city pop se limita a internet y que apenas tiene representación en Oriente. Es especialmente en Estados Unidos donde ha surgido en internet una fascinación orientalista con la cultura japonesa basada en la música pop producida por el país nipón en los años 80, en plena expansión económica. Esta música resulta familiar a los oyentes occidentales porque se nutre de estilos propios del pop estadounidense, pero a la vez extraña porque está interpretada en japonés por artistas que en Occidente nos son completamente desconocidos.

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Los orígenes del city pop se remontan a los 70, cuando surgen en Japón bandas como Happy End (integrada por un Haruomi Hosono que después formará la Yellow Magic Orchestra) que empiezan a introducir en su música sonidos americanos como el jazz o el R&B porque estos dan un toque «urbano» a su música, es decir, moderno. Sin embargo, es en la década de los 80 cuando el género implosiona como respuesta al boom económico que experimenta el país en la época. Son los tiempos en que Occidente mira a Japón como la cuna de todas las posibilidades tecnológicas, una especie de utopia inalcanzable. Entonces, Japón representa un «futuro tecno-capitalista» que de repente es más posible que nunca, todo lo que occidente aspira a ser; y eso queda curiosamente reflejado en un nuevo estilo de pop urbano que se nutre de los sonidos de occidente, especialmente los sintetizados como el funk, el synth-pop, el boogie o la música disco, pero también el soul, el R&B o el jazz contemporáneo. Se hace llamar city pop porque precisamente es un sonido «hecho por gente de la ciudad para gente de la ciudad». Es pop para los tiempos del walkman: música globalizada que escuchar en la calle, de camino a la oficina.

Como estilo musical, el city pop llega en su momento cargado de significado político. Su éxito comunica que se ha alcanzado un nuevo estatus en el orden social, que la clase media ha ascendido en la escalera de poder y maneja dinero; a su vez las ciudades proporcionan nuevas oportunidades económicas imposibles de encontrar en el ámbito rural, y por fin las mujeres viven el sueño «yuppie» que hasta ahora solo les había sido reservados a los hombres. Artistas como Hitohmi Tohyama o Junko Ohashi protagonizan una pequeña revolución pop en la época al empezar a cantar sobre cosas que antes no tenían cabida en sus letras, como el adulterio o la independencia económica. Ellas por fin pueden consumir en la gran ciudad y esta realidad queda plasmada en el city pop. Pero la fantasía dura poco: el «boom» inmobiliario japonés se estrella en los 90 y con él los sueños de una generación que entra en su «década perdida». La moda del city pop pierde fuelle aunque encuentra una evolución en el Shibuya-kei, el primer «sunshine pop». Décadas más tarde, internet trae el city pop de vuelta primero gracias a los bloggers melómanos que los recomiendan en sus páginas y viajan a Japón en busca de vinilos perdidos; después gracias a la prominencia de estas canciones en las producciones de vaporwave y future funk, y actualmente gracias al algoritmo de Youtube.

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Desde su propio término, que es una simplificación de varios géneros musicales concretos, el city pop basa su razón de ser en la apariencia: en la apariencia de tener dinero, de vivir en el lujo. Puede que te suenen nombres como Tatsuro Yamashita, Mariya Takeuchi o Toshiki Kadomatsu, lo más probable es que no; pero reconocer las identidades de estos artistas no es lo más importante cuando se pone una playlist de city pop en Youtube, a menos que te reconozcas un «freak» del género. En el city pop -tal y como es entendido en la actualidad- no tiene sentido la concreción, ni mucho menos la idolatría por una estrella del pop, sino un sentimiento universal de nostalgia por un tiempo mejor, aunque este sentimiento sea artificial. El concepto engloba géneros de pop como el synth-pop, el funk, el dance-pop, la música disco, el lounge, el eurodance, el jazz o incluso el yacht-rock; todos ellos, bajo el paraguas de city pop, evocan a los oyentes un ambiente urbano, moderno, sofisticado. De repente, un día como el plasmado por Tatsuro Yamashita en ‘FOR YOU‘, o una noche como la reflejada por Kadomatsu en ‘After 5 Clash‘, encierran mil posibilidades.

Pero este ambiente mantiene en todo momento una dimensión extraña: las letras son en japonés, por las que no las comprenderás a menos que estés familiarizado con el idioma; los nombres de los artistas son irreconocibles para el occidental medio. La música evoca un sentimiento familiar y alienígena al mismo tiempo, y es otro signo de la importancia de la apariencia frente al contenido que las letras no tengan que ser comprendidas para disfrutar de esta música, porque solo importa su sonoridad. Es el lenguaje «universal» de la música, que lo puede todo, pero también es una especie de turismo musical que reconforta por su familiaridad, pero que fascina porque «parece» nuevo. En cierta medida, lo es. Pero también es olvidable y efímero. En Occidente escuchamos city pop porque nos devuelve a ese futuro que una vez pareció posible, pero que bien entrados en el siglo XXI, nadie recuerda porque realmente no ha sucedido. El futuro ya ha pasado y ha sido una ilusión.

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El algoritmo de Youtube casi siempre recomienda vídeos de city pop a partir de otros de lo-fi hip-hop, un género musical también nacido en internet que se compone de beats de hip-hop relajados que la gente escucha de fondo mientras trabaja o estudia. No, para la generación Z lo-fi ya no significa Pavement o Daniel Johnston, sino el dibujo animado en el estilo de Studio Ghibli de una muchacha estudiando en su cuarto. Ambos fenómenos están intrínsecamente relacionados. Tanto el city pop como el lo-fi hip-hop suelen emplear fondos de anime en los vídeos que se reproducen en bucle, y ambos sonidos ofrecen un servicio absolutamente funcional a los usuarios. Los «chill beats» del lo-fi hip-hop se usan para poner de fondo, mientras se estudia, se cocina o se pasa el rato en el salón. El city pop es diferente en el sentido de que se compone de canciones de pop sofisticadas, no de simples beats que se reproducen en bucle, pero también son canciones de pop que pueden considerarse sucedáneos mediocres de millones de otros éxitos anteriores o contemporáneos; por eso sirven como música de fondo. De hecho, muchas de estas canciones ni siquiera fueron éxitos en su momento en Japón y no pocos japoneses las consideran desechables, como el pop prefabricado de toda la vida. Esa es la clave de su éxito actual en Youtube: como la del lo-fi hip-hop, la escucha del city pop vale porque proporciona un sentimiento, una evocación de tiempos mejores. Da igual que la canción sea buena o mala, lo que importa es lo que transmite la música.

Es curioso el fenómeno: el city pop es una música creada por japoneses que imitan el pop occidental, y ahora son los americanos los que se apropian de esta música creada por japoneses que imitan la música americana. Como poco retorcido. Es fácil atribuir el ascenso del city pop en Estados Unidos (aunque también tiene sus seguidores en España) a un creciente sentimiento de incertidumbre económica, de encontrarse ante la caída de un imperio: jóvenes de futuro incierto se juntan en la red para darse un consuelo musical y visual. Imaginarte a ti mismo conduciendo por Tokio de noche con tu dulce novia Yuki, en el año 1985, es más bonito que vivir la realidad del día a día. El city pop es una especie de opio digital. O quizá sea menos profundo que todo esto y la música guste simplemente porque es feliz y alegre, o porque te la puedes poner de fondo sin más. Pero la asociación política tiene sentido sobre todo en los tiempos posteriores a la crisis económica de 2008: toda una generación de jóvenes se ha criado dentro de esta incertidumbre, y hoy busca evasión.

Es más extraña la pasión que suscita el city pop entre ciertos melómanos capaces de viajar a Japón para comprar ese vinilo perdido que tanto desean añadir a su colección. Entra en debate el concepto de criterio y de gusto musical: esta música que en inglés es tildada de cursi, ñoña, «cheesy», en su versión japonesa es «cool» porque la barrera cultural y del idioma proporcionan la sensación de de escuchar algo exótico y desconocido, de haber encontrado un tesoro. Tantos sonidos engloba el city pop que el término puede ser aplicado hasta al pop en español: según algún internauta cantantes como Luis Miguel, José José o Francisco también hicieron city pop en algún momento, pero parece que sus vinilos no so tan buscados como los de Haruomi Hosono o Miki Matsubara porque se pierde el elemento exótico. A pesar de que, en realidad, sería todo lo contrario: ¿que hay más exótico que el «city pop en español»?

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