The Goon Sax llegan a su tercer álbum consolidados como favoritos de la escena indie pop: no es que este ‘Mirror II’ represente en su camino lo que a los Smiths ‘The Queen Is Dead’. Ni la producción de John Parish les da ese poso de madurez. A cambio, sí afianza una propuesta cada vez más particular en la que el protagonismo del contrapunto femenino de la batería Riley Jones, que se incorporó la última a la banda, es cada vez más relevante. Y digo particular porque puede que los australianos hayan puesto siempre muy fácil con qué compararlos y este nuevo disco no sea una excepción; pero la suma de los ingredientes -de sus talentos- da lugar a cosas cada vez más excepcionales.
Podemos continuar considerando a Louis Forster, hijo de Robert Forster de los míticos The Go-Betweens, el líder de The Goon Sax. Suyos son los dos singles principales del disco, un ‘In the Stone’ que nos habla de perder el sentido de uno mismo y también de nuestras adicciones («¿crees que es mejor no sentir nada de esto en absoluto?»), y un glorioso ‘Psychic’ en el que merece la pena detenerse. Una canción supuestamente influida por ‘Godstar’ de Psychic TV que se redondea con una sucesión de pre-estribillos y estribillos insigne, además de por un estupendo teclado. Adiós, Love y compañía. Hola, John Maus.
Louis dirige otros puntos importantes de ‘Mirror II’, si bien es muy visible que este disco no sería lo mismo sin las aportaciones de sus compañeros, las cuales van más allá de los cambios que sugirieron para ‘Bathwater’, la cual fue evolucionando «de Raincoats a más bien Kiss», con retazos de indie-rock, saxo y según ellos música disco. Y es que Riley por un lado aporta piezas tan interesantes como ‘Tag’ y ‘Desire’, que consigue con su producción noise pop convertirse en una de las claves del álbum (pese a que la supuesta influencia de Kylie Minogue anunciada ni se huele, suena a boutade); y por otro tiende a llevar con sus coros las canciones de Louis, no hacia los territorios de The xx, pero sí hacia los de The Raveonettes.
Y mención aparte merecen las composiciones de James Harrison: pueden ser inasibles, deliberadamente bobas y abstractas, como indican el mismo título de ‘Carpetry’, una letra como «I need carpetry me happy» y también su sonido saltarín. Cuenta el artista que le parecía demasiado sencilla, pero que después al grupo le gustó. Y es que hay algo en The Goon Sax que más que con el pop británico de los 80 por su evidente conexión cultural con Australia y con sus ancestros, hace pensar en el trío como una banda sui generis, capaz de rehuir la fama tanto como unos MGMT o como unos Foxygen. A veces da la impresión de que no quieren bordar sus ideas como un grupo realmente atemporal -‘Caterpillars’ es una cosa que habrían hecho mejor Vampire Weekend-. Otras, que ellos lo que quieren es volar libres.