La presentadora de ‘Deforme Semanal’ Isa Calderón ironizaba hace unas semanas en Twitter sobre los “señoros descubriendo ahora las emociones y la salud mental”, despertando la ira de gente como Soto Ivars, que lo interpretaba como “nos está llamando lloricas”, y como un ejemplo más de ese despiadado señalamiento al hombre blanco hetero. No puedo evitar pensar que si el tuit de Calderón hubiese llegado a Bo Burnham, seguramente se habría echado unas carcajadas en lugar de ofenderse. Tíos blancos heteros, Bo Burnham es el gurú que estáis buscando, y no un señor que lleva un condón en la cabeza.
En ‘Inside’, su último trabajo para Netflix, la gestión de las emociones y la salud mental ocupan un lugar privilegiado (jé), pero esto no es en absoluto nuevo si echamos un vistazo a su carrera. Ya dedicó parte de ‘Make Happy’ (su anterior especial) a esto, y precisamente ‘Inside’ supone su vuelta al ruedo tras retirarse de los escenarios durante cinco años por problemas de ansiedad. En este tiempo ha dirigido además la excelente ‘Eight Grade’, uno de los acercamientos más realistas (y cringey, por supuesto) a la incomodidad adolescente que puedan verse en el cine, y ha participado en la también excelente ‘Una joven prometedora’, que a punto estuvo de darle el Oscar a mejor directora a la debutante Emerald Fennell (sí se llevó el Oscar a mejor guión original). Pero vamos hacia atrás: ¿de dónde sale Bo Burnham?
El artista saltó a la fama con tan solo 16 años cuando ‘My whole family thinks I’m gay’, una cancioncilla que subió como coña a Youtube, se hizo tremendamente viral. Siguió subiendo vídeos, firmó con el sello Comedy Central (con quienes llegó a publicar cuatro álbumes), y en 2010 llegaría el primer especial, ‘Words Words Words’, la serie de MTV ‘Zach Stone Is Gonna Be Famous’ y el libro de poemas ‘Egghead’. En 2013 se suma otro especial donde además da el salto a la dirección, ‘what.’, algo que repetiría en 2016 en el mencionado ‘Make Happy’. Es éste último el más claro predecesor de ‘Inside’ en cuanto al uso de la música para sus shows, una de las principales señas de identidad de Burnham y la razón por la que hablamos hoy de él.
Influenciado por el trabajo de músicos/comediantes como Tom Lehrer, Burnham ha ido dando cada vez más importancia a la música en sus especiales, mezclando monólogos con canciones compuestas por él, hasta llegar a este ‘Inside’ en el que directamente TODO es música, y cuya idea nació en el confinamiento duro de 2020, cuando intentaba encontrar una alternativa a sus planes de volver a los escenarios. El título hace referencia tanto a esos meses de encierro (pasamos de verle super afeitadito a verle cual Tom Hanks en ‘Naúfrago’) como a lo que hay dentro de su mente, y cómo ese confinamiento afecta a una salud mental que ya de por sí no era muy estable. Y ojo, probablemente sea de las pocas piezas “hechas en confinamiento” o relacionadas con él que resista bien el paso del tiempo, y que ha tenido un gran éxito de audiencia en lugar de espantar al personal. Su popularidad no ha parado de crecer desde que Netflix lo estrenó, y la banda sonora está alcanzando unos números espectaculares en Spotify: por poner un ejemplo, ‘All Eyes on Me’ tiene casi el doble de reproducciones que el último single de Katy Perry. Vale, Katy no pasa por su mejor momento, pero me entendéis: es una burrada teniendo en cuenta que no hablamos de un disco al uso, ni siquiera de una banda sonora al uso.
¿Qué es ‘Inside’? ¿Es un show de stand-up comedy? No, aunque hay algo de eso. ¿Es un (auto)documental, una terapia vestida de sarcasmo como el ‘Nanette’ de Hannah Gadbsy? No, aunque hay bastante de eso. ¿Es un musical? No exactamente, pero hay muchísimo de eso, y por momentos su estructura y su intensidad llega a recordar -salvando las distancias- a una adaptación libre de ‘Jesucristo Superstar’. Porque ‘Inside’ no es exactamente el retrato de un “payaso triste”, de un cómico al que no le sale hacer comedia, etc, sino más bien el retrato de un creador incapaz de quedarse quieto, de por qué esto es así, y del modo en que eso se debe a su relación con el público. Que en su primera década de carrera ya se hubiese visto sobrepasado hasta el punto de retirarse es un buen ejemplo de cómo todo va cada vez más deprisa, y por eso, aún estando ahora en su mejor momento profesional, no sabemos cuánto tiempo durará este regreso. Bo no esconde lo mucho que necesita el cariño/atención/validación del público y lo mucho que le afecta ser un yonki del cariño ajeno (que diría Taylor Zahara), especialmente en un momento en que pasamos con mucha facilidad de idealizar a linchar, de los seres de luz, los “reina” y los “es mi hijo”, a los “le odio, ojalá se muera”. La fama es, ahora más que nunca, algo que podemos querer y a la vez temer, y ese análisis de las relaciones parasociales está muy presente en su obra, como explican en un interesante artículo de Polygon: el creador mantiene como rehén a su audiencia, y su audiencia le secuestra a él; el creador necesita a su audiencia, y a su vez necesita escapar de ella.
De todo esto nos habla Burnham a través de su manera de entender la música. En este artículo vamos a hacer un recorrido por sus canciones, analizando cómo en ellas se entremezcla la comedia con el drama porque para él ambas están relacionadas, y como la música puede estar también unida a nuestros mejores momentos y a los peores. Las propias relaciones parasociales son un ejemplo de cuestión que trata Bo, y en ‘Inside’ tenemos una vídeo-reacción a sí mismo hasta que es incapaz de verse más, un videojuego en el que puede/podemos manejarle y hacerle llorar, o las explícitas ‘Don’t Wanna Know’, ‘Comedy’ y ‘All Eyes on Me’. De ésta teníamos ya en ‘Make Happy’ una predecesora: la catártica ‘Can’t Handle This (Kanye Rant)’, donde dice a la audiencia que acuda “a ver a este flacucho con una salud mental deficiente / reíos mientras él intenta daros lo que no puede darse a sí mismo”. Y en ‘Repeat Stuff’ (de ‘what.’) ironizaba sobre cómo la industria musical genera continuamente canciones básicas y catchy y cómo “ganan dinero con la pubertad, la poca autoestima y la desesperada necesidad de las niñas para sentirse queridas”.
‘Content’ es también bastante clara sobre lo parasocial, tocando incluso el punto sexual que puede haber al respecto (“look, I made you some content / Daddy made you your favourite, open wide”), pero aquí su significado se amplía para aplicarse también a la productividad, sea o no de un creador de contenido, y al fracaso sentido cuando no se consigue. Burnham se pone cada vez más político, y de una más sutil crítica al sistema en ‘Unpaid Intern’ o una canción doble sobre Jeff Bezos (maravilloso este montaje), pasa a reflexionar sin filtro alguno sobre sus propios privilegios en ‘Comedy’ o ‘Problematic’. En ‘How the World Works’ acabará directamente hablando sobre ideas marxistas y anarquistas, o diciendo cosas como que el FBI asesinó a Luther King, que “los fascistas y neoliberales están destruyendo a la izquierda” o incluso que “políticos y policías protegen a una élite pedófila”, todo esto bajo la carta del álter ego y, más importante, todo esto bajo la carta del humor. Porque desde ‘Comedy’ y su “should I be joking on a time like this?” queda claro que no es que Bo no vaya a renunciar al humor, es que lo necesita para seguir adelante o, como él mismo diría con menos remilgos, para no pegarse un tiro.
No es lo mismo reírse del country (“hoping my Southern charm offsets all these rapey vibes I’m putting out” soltó en ‘Country Song’, de ‘Make Happy’) que reírse de uno mismo, pero el amigo no tiene problema alguno en hacer esto tanto con él como con ese angst generacional en el que muchos os veréis reflejados. El mejor ejemplo, claro, es la desternillante-y-desesperanzadora ’30’, que en el documental canta mientras cumple treinta años en confinamiento. No es casualidad que parezca un tema de fun. mientras describe el miedo al llegar a los 30 por parte de aquellos que cantábamos ese “tonight we are young”: “cuando tenía 27, mi abuelo luchó en Vietnam / cuando yo tenía 27, hice una jaula de pájaros con mi madre”, “solía reírme de los boomers -en retrospectiva quizás demasiado-, y ahora los zoomers me dicen que estoy fuera de onda” o “y ahora mis amigos estúpidos están teniendo bebés estúpidos” son algunos de sus lamentos aquí.
Se muestra desencantado también con la despersonalización y desrealización a la que nos lleva cada vez más un Internet que supuestamente nos iba a liberar de las cadenas… y que acaba cegándonos con “todo el contenido, todo el tiempo: desayunos saludables, pies de famosas, y porno de Harry Potter” (‘Welcome to the Internet’). Hay además espacio para la incomunicación con nuestros progenitores, especialmente la de los chicos con sus padres por ese corsé de masculinidad (cierta frase de ‘Facetime with My Mom Tonight’ es tan graciosa como demoledora), o el reverso que encontramos en ‘White Woman’s Instagram’. Aquí, Burnham no se queda en la crítica y el humor sobre el postureo (en lo cual es brillante, por otro lado), sino que, cual Cela en ‘La Colmena’, trata de entender y dar cariño a un personaje que finalmente resulta tierno.
‘White Woman’s Instagram’ recuerda en su composición (y no es por hacer la coña) a Taylor Swift, igual que ‘All Eyes On Me’ podría ser un baladón electrónico de Charli XCX, y el toque ochentero sienta genial a ‘Sexting’ y a ‘Problematic’. Porque esa es otra: Bo tiene un olfato pop increíble, y si sus canciones tienen esos números no es solo por su ingenio a la hora de analizar la realidad, sino porque encima muchas son TEMAZOS. Es imposible que no se te pegue ‘Problematic’ aunque la escuches de fondo. Con todas estas herramientas, Burnham consigue hablar de mil asuntos a la vez, siendo esta aparente falta de cohesión y este caos todo un acierto: ¡es el caos lo que le/nos rodea! ¡Es el caos de lo que huye, y lo que anhela! No es de extrañar que incluso las canciones que a priori estarían más limitadas al confinamiento sigan funcionando: el derecho a estar mal de ‘Shit’ sigue teniendo todo el sentido del mundo, en el patetismo de ‘Sexting’ seguimos identificándonos aunque no queramos, y la resignación ante el Apocalipsis de ‘That Funny Feeling’ está aún vigente, si no más: quizás, como en ‘The Suburbs’ de Arcade Fire, el Apocalipsis ya ha ocurrido. Como un musical clásico, ‘Inside’ tiene -aún sin serlo- una canción final a la altura: ‘Goodbye’ resume todas las temáticas tratadas por el artista a la vez que finaliza el viaje que le hemos visto hacer durante hora y media de metraje, un viaje cuya última outro parece sacada de una pesadilla. Porque, realmente, es una pesadilla.
Como Isa Calderón, yo también desconfío de lo que suele venir alrededor del concepto “nueva masculinidad”, de ese chaval que es el cuñado de siempre pero ahora se pinta las uñas y dice que llora con Bad Bunny. En general, creo que desconfío de quien necesita todo el rato demostrar lo sensible y woke que es, en lugar de entender que “deconstruirse” no es tanto llegar a una meta desde la que pontificar, sino más bien vivir y, con ello, cagarla. Y aprender cuando la cagas, e intentar hacerlo cada vez menos. Bo Burnham tiene bastante claro eso, y en ‘Inside’ no puede mostrarse más vulnerable y natural, no puede (casi que literalmente) desnudarse más. Probablemente esa sea otra de las razones que hace tan especiales a sus canciones, y que hace que tantos se vean reflejados en ellas: su naturalidad y ausencia de filtros demuestra esa máxima de “para llegar a lo universal, habla de lo personal”. Y este último trabajo supone la cumbre de lo que lleva haciendo desde que empezó su carrera… de momento. Porque él dirá que “ya tiene treinta”, pero también podemos verlo como que solo tiene treinta y ya ha hecho algo como ‘Inside’. ¿Qué vendrá ahora? No sabemos, pero tómate el tiempo que necesites para darnos tu “content”, Bo.