‘Shtisel’, la serie israelí de judíos ortodoxos, no termina de confirmar tras su estreno en marzo en Netflix, una cuarta temporada que se antoja fundamental. El enamoramiento no surge a primera vista -a pesar del actor Michael Aloni-, sino después, con el detallado retrato de una familia que lleva su fe religiosa a todos sus usos diarios: cuatro generaciones consanguíneas, asentadas en un barrio ortodoxo de Jerusalén, viviendo su día a día como vaca sin cencerro.
Pero que no cunda el pánico entre los ateos: estos abuelos, hijos y nietos caminan sin rumbo en un drama similar al de la sociedad menos creyente, y se digiere con el mismo pulso. Los problemas son idénticos: tener pareja, envejecer, las enfermedades mentales, la infidelidad, la educación de los nuevos vástagos… Solo cambia la escala y la fe a la hora de buscar soluciones.
‘Shtisel’ se puede afrontar con ciertos prejuicios si no vives ahora mismo en una lectura constante de la Torá. La ambientación gris desde los primeros capítulos -pues sus personajes están a todas luces atravesando un calvario- puede llevarte a desertar. Sin embargo, es mejor no tirar la toalla porque los milagros existen, en sentido literal y metafórico.
Literal por esa impagable escena del silenciado de unos coyotes a las afueras de la ciudad. Metafórico porque aquí todo va de menos a más, sin caer en el juicio de comportamientos o en la opresión religiosa como su oponente ‘Unorthodox’. ‘Shtisel’ habla con sensibilidad un lenguaje universal desde una cultura que está en las antípodas de la nuestra.
Hay que destacar a un elenco de actores espectacular, cada uno de ellos con una facultad incuestionable, sobre todo niños y adolescentes. Y también unos planos fijos deslumbrantes: en cualquier momento que pares la serie para ir a la cocina (se pasan el día comiendo y te apetecerá acompañarles), a la vuelta te quedarás fascinado, observando sin pestañear. Pero lo mejor, sin ningún lugar a dudas, es cómo ofrece un nuevo enfoque sobre ciertos temas desde la templanza.
Poco en su contra, quizá un costumbrismo lineal antes visto, cierto grado de predictibilidad a medida que avanza, y lo que cuesta pillar algunos toques de humor. Todo diluido ante un universo fascinante que nos vendieron erróneamente plagado de fanáticos religiosos. Con los Shtisel vamos al otro lado: lo que no se ve sí existe.