Pedro Almodóvar ha sido muy odiado por la derecha sin que su cine sea el más político que nos puede venir a la cabeza. Ha trabajado con sus travestís y sus personajes leyeron muchísimo durante unos años El País. Ha habido personajes LGTB+ por aquí y mujeres empoderadas por allá, pero no es que haya sido Ken Loach. Muchas de sus películas son disfrutables como dramas universales, como ‘Volver’ o ‘La flor de mi secreto’, y como comedias para (casi) toda la familia, como ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’.
Y sin embargo, es decir su nombre en ciertas redes sociales, y emerger los ríos de odio, normalmente desde perfiles a la bandera rojigualda pegados cuando, paradójicamente, Pedro ha representado la marca España mucho más de lo que los votantes de VOX y sus bots asociados jamás podrán llegar a soñar.
En ese sentido, ‘Madres paralelas’ es una tocada de huevos en toda regla: es la peli más política de Almodóvar. Ya no es que su crítica a Mariano Rajoy por jactarse de destinar «cero euros» a la ley de memoria histórica sea explícita nada más comenzar la película. Es que está subrayada con rotulador flúor: la camiseta «todas las mujeres debemos ser feministas», la referencia constante a Janis Joplin, la mención al izquierdismo de la mayoría de los actores -prácticamente el único momento divertido de la cinta-… Es casi demasiado, a destacar, eso sí, una escena que está pasando desapercibida pero esencial, en la que el director juega de manera muy sutil con el racismo interiorizado del espectador. La foto de los responsables de una violación, en referencia inequívoca a La Manada.
‘Madres paralelas’, que narra la vida de dos mujeres de diferente generación que dan a luz a la vez, es también uno de los mayores dramas de Almodóvar. Un drama que más que salir moqueando, produce «muchas ganas de llorar», como dice el personaje de Rossy de Palma en un punto del metraje. Llorar por todos aquellos que ya no están y nos faltan, y por todos aquellos que convirtieron el dolor humano en una mierda de «trending topic».
Sin necesidad de artificios ni caracterizaciones, Penélope Cruz está espectacular como nunca; la adolescente Milena Smit cumple y Aitana Sánchez-Gijón, que interpreta a la madre de esta, reclama lo suyo al ofrecer una visión de la maternidad diferente a la que se había visto en el cine de Pedro. Es un papel interesante de actriz fracasada que deja en segundo plano a su hija en pos de su propia libertad y de su trabajo interpretando una obra de Federico García Lorca (¿de quién, si no?). Algo que ya no podemos echarle en cara desde que existe una asociación de enorme alcance, muy acertadamente llamada Malas Madres.
Ciñéndonos a lo formal, ‘Madres paralelas’ es una gozada en su retrato de las calles de Madrid y otros puntos de España, como todas las películas de Almodóvar. No demos nunca esta maravilla por hecha: está el estupendo diseño de producción centrado en el arte y fotografía en honor al papel de Janis, el simpático guiño a Los Javis, los cameos justos… todos empujando la cinta a la estética pop, y nunca a una película-panfleto de la España de los 90.
Pero sobre todo ‘Madres paralelas’ reincide en la verdadera maestría de Almodóvar: su búsqueda de sentido y de justicia poética para la historia de varias generaciones, presente en sus mayores obras maestras, como en ‘Todo sobre mi madre’ con el bebé que «sustituye» al hijo perdido; o de manera muy clara en todo el desarrollo de ‘Volver’. En ‘Madres paralelas’ hay algo de esa vibrante estructura circular, quizá de manera demasiado insistente, porque las dos historias principales (la de las madres y la de la memoria histórica) corrían el peligro de no terminar de casar del todo. Nada que no pudiera resolver la aparición de Julieta Serrano.
El multipremiado Alberto Iglesias subraya aquí sobre todo las escenas de sexo además de las tensas, realzando esa categoría de drama de la que hablaba y que empuja ‘Madres paralelas’ a veces un poquito de más a la mitad desagradecida del cine de Almodóvar, la más telenovelera: ‘Carne trémula’, ‘La flor de mi secreto’, ‘Los abrazos rotos’. El papel de Milena Smit tiene mucho que ver en eso. Por suerte, la escena final es más ‘Dolor y gloria‘. Estéticamente no solo es impresionante sino que deja la puerta abierta a la interpretación, a la polisemia y a los paralelismos con los debates de actualidad. Volviendo al principio de este texto, esta no es solo la película más política de Almodóvar, sino la más provocativa en ese sentido.