El pasado invierno hubo un momento, al menos en Madrid, en que parecía que el mundo se iba a acabar. «¿Cuándo llega la plaga de langostas?», se preguntaban los comerciantes después de haber tenido que cerrar meses por una pandemia, y una semana por una nevada histórica. El nuevo disco de Vetusta Morla se gestó justo durante Filomena. Condicionados porque entre unas cosas y otras, no podían asistir al local de ensayo, la aproximación instrumental al nuevo proyecto estaba siendo diferente, con panderos cuadrados o guitarros, cosas que no solían llevar al local o al estudio.
Es por esta coyuntura que ‘Cable a Tierra’ a menudo suena como un disco apocalíptico, que parece contar historias que recuerdan a futuros distópicos como los vistos en ‘1984’, ‘Un mundo feliz’ y ‘Blade Runner‘. ‘No seré yo’, ‘La diana’ y ‘Palabra es lo único que tengo’ nos hablan de cosas como la cancelación en la era de las redes sociales, la explotación laboral capitalista y la libertad de expresión en honor a los que están en la cárcel por sus ideas. Incluso el single ‘Finisterre’ parecía estar hablando de lo que se entendía como «fin del mundo» a través de su propio abismo, solo que en su estribillo, el asunto vira hacia la canción de amor: «Ya me da igual si la Tierra es plana / Si arden los bosques o si hierve el mar / ¿Qué más dará? / Cuando tú andas cerca / Queda en suspenso la gravedad».
Vetusta Morla, tan implicados políticamente, saben además que el centro del mundo no es Madrid, y ‘Cable a Tierra’ es específicamente un viaje por el folclore que rodea al Océano Atlántico. Y no, no son unos advenedizos, porque ya habían jugado anteriormente a ello en su inesperado hit ’23 de junio’, que fue un gran grower sin haber sido en principio un single principal de ‘Mismo sitio, distinto lugar‘ (2017); o incluso antes en ‘Alto’ (2014) y ‘Maldita dulzura’ (2011).
Los ritmos en este disco nos pueden sonar manchegos o aragoneses, pero Vetusta quieren recalcar por ejemplo que ‘Finisterre’ es una canción adaptable a distintos lugares y que hay gente que sitúa su sonido en el norte de Argentina. La teoría de la banda es que los hilos que separan los estilos son muy finos, sumando en su tesis que no pueden dejar de lado el sonido británico con el que se han criado: para Vetusta Morla, los Beatles también forman parte de su folclore.
Todo esto da lugar a una grabación de nuevo muy prodigiosa y llena de detalle, realizada en Madrid junto a Carles Campi Campón, después masterizada -esta vez a distancia- por Dave Fridmann, y redondeada en lo visual por los miniencuadros de Laura Millán realizados para portada y para cada una de las 10 pistas. El acabado de producciones como ‘No seré yo’ es un espectáculo digno de los viejos equipos de alta fidelidad que ya casi nadie se molesta en comprar, y el juego entre elementos electrónicos y orgánicos de ‘Puñalada trapera’ o ‘Si te quiebras’ quizá representa el mundo de nubarrones en que vivimos. En ese sentido, cada grabación es una aventura, como la afinación alternativa de la guitarra en ‘La diana’ y ‘No seré yo’ -recordando al primer Beck-, el arranque un tanto Manuel de Falla de ‘Corazón de lava’ o el rock de ‘Palabra es lo único que tengo’.
‘Cable a Tierra’, que celebra el valor de la música de generación en generación, acaba con una grabación tan explícita como ‘Al final de la escapada’. En ella Vetusta hablan de la perdurabilidad de la música y de la necesidad de que estimemos las cosas importantes de nuestra sociedad: «No me aplaudan en los palcos, aquí tienen mi chistera», canta Pucho con retranca, como cierre para un buen disco con tan sólo dos pegas: el mejor estribillo (‘Finisterre‘) tarda demasiado en llegar, cuando el folclore siempre ha sido una cosa de grandes ganchos, y el regreso de la canción abrasiva «no se sabe si la amo o la odio» que supone ‘Virgen de la humanidad’.