En un momento de gran protagonismo para la tradición en la música española surgen proyectos que reivindican el idioma o la música regionales. Quizá porque ya iba siendo hora de valorar nuestras músicas tradicionales desvinculándolas de discursos políticos o prejuicios, quizá porque no todo puede ser trap o reggaetón en esta vida, artistas como Baiuca han modernizado la música tradicional gallega e incluso Tanxugueiras la pueden llevar a Eurovisión, mientras Maria Arnal i Marcel Bagès han triunfado mezclando canción popular hispánica y electrónica o Rodrigo Cuevas cuelga «sold outs» allá por donde va cantando en asturiano.
En este contexto de recuperación de la música tradicional, La Maravillosa Orquesta del Alcohol aportan su grano de arena publicando un disco llamado ‘Nuevo cancionero burgalés’ en el que adaptan una serie de textos tradicionales a su propia música, extraídos de los respectivos ‘Cancioneros burgaleses’ de Federico Olmeda (1903) y Antonio José (1932). Como Rosalía o Niño de Elche antes que ellos, La M.O.D.A. viajan a principios y mediados del siglo pasado para poner en valor la lírica castiza de la época, con el atractivo de que los textos utilizados no procedan de los autores de siempre.
Cuenta el grupo que de los textos escogidos le llamó la atención sobre todo su cercanía y universalidad, pues estos hablan de «sentimientos y situaciones atemporales». A partir de esta idea, sus nuevas composiciones se centran en explorar «los puntos de unión entre las personas, aunque hayan nacido en lugares distintos y en siglos diferentes». El grupo señala que no pretende «ni reinventar ni renovar el folklore burgalés» sino simplemente dar nueva vida a unas letras que de hecho siguen «vivas» porque «han ido transmitiéndose de generación en generación porque significaban algo para la gente».
En ‘Nuevo cancionero burgalés’ La M.O.D.A. no reinventan el folclore de su tierra ni tampoco su propio sonido, que sigue arraigado irónicamente en el folk-rock de siempre, marcado por la obligatoria presencia de acordeones, armónicas y banjos que dialogan con guitarras eléctricas y baterías sin que el grupo descubra nada por otro lado. Prevalece en parte, en la producción, esa visión austera, esquelética, que mandaba en el álbum anterior, pero parece que a la banda no le ha interesado enriquecer su sonido ni abrirlo hacia nuevos horizontes sonoros de ninguna manera ni siquiera usando como pretexto el «cancionero burgalés», tan rico en realidad
. Claro que el concepto ha sido centrarse en los textos y, sí, esta vez hay que celebrar que estos no sean originales.Las historias de ‘Nuevo cancionero burgalés’ nos llevan a veces a una vida cotidiana y rural y otras a los dramas provocados por la guerra. Son letras preciosas que ponen en relieve la complejidad y sofisticación de la lengua española. El protagonista de ‘Un lunes’ es un «señor pastor» que «remenda la zamarra» y observa a «siete lobitos» acercándose a una «loba parda», la de ‘La molinera’ lleva «buenos collares con la harina que roba de los costales» y se rodea de pájaros y golondrinas, el de ‘Mes de mayo’ es un soldado que marcha a la guerra y añora a su novia y el de ‘Canción de cuna’ es un bebé cuya madre fabrica la cuna en la que le va a acunar pues es carpintera. El amor empapa las letras por supuesto y en ‘Miraflores’ David Ruiz canta que «desde el día que nací tengo la sentencia dada, la de morir en tus brazos, clavel y rosa clavada».
En lo musical el disco sorprende en algunos puntos como el giro garage-rock de ‘Tiempo de despedirse’, que habla sobre la historia de amor de una «cigarrera» y un «soldado valiente» e incorpora también una triste melodía de saxofón. En general las canciones visitan lugares comunes en su afiliación al folk-rock, si bien los momentos guitarreros de ‘Miraflores’ o ‘Mañana voy a Burgos’ las hacen destacar entre el resto. Sin embargo, otras como ‘No canto yo’ transmiten la idea que el grupo sigue buscando compensar la debilidad de sus melodías con las actuaciones vocales exageradamente afectadas de David Ruiz, las cuales muchas veces ni siquiera reflejan el contenido de las letras. Obviamente cuando Ruiz canta cosas como «no me mires que me matas con esos ojos tan tristes, que en el corazón la tengo la palabra que me diste» te lo crees, pero es difícil sentir empatía por los textos cuando los canta todos exactamente igual, pues al final consigue que signifiquen lo mismo.