¿Son Arcade Fire la mejor banda del s. XXI -o la mejor banda en activo-, como se ha discutido en más de una ocasión? Para mí sí, aunque entiendo a quien piense que esto es irse de madre, o incluso a quienes no soportan a los canadienses ni su épica.
El caso es que sentarme a escribir sobre ‘Funeral’ es toda una responsabilidad, porque además es un disco sobre el que se ha escrito muchísimo… empezando por esa reseña de 9,7 de Pitchfork que les puso en el mapa. Y hay algo que me ha parecido curioso al revisarla: “la nuestra es una generación sobrepasada por la frustración, el miedo, la agitación y la tragedia”, escribía David Moore nada más empezar su análisis. No sé la edad de Moore, pero dado que esto se escribió en 2004, dudo que tenga 30 años (y menos 20) y, sin embargo, esa misma descripción sobre nuestra generación podrían firmarla tanto yo como muchos de mis colegas zetas.
La discografía de Arcade Fire está llena de himnos generacionales (puede ser una frase de 0,60 pero es cierto), y todo ‘Funeral’ puede hacer que nos sintamos reflejados nosotros pero también quienes tenían 20-30 años hace casi veinte. Quizás la razón por la que eso ocurre, y por la que también ocurría con esa frase de Moore, es porque al final hay algo común a esas generaciones (¿a todas?): el miedo a crecer.
Se ha explicado muchas veces que ‘Funeral’ recibe ese nombre por las muertes de varios seres queridos de la banda en poco tiempo, pero no es éste un disco oscuro o, al menos, no es un disco sobre la muerte. En todo caso, la muerte despierta reflexiones sobre el paso del tiempo, sobre tus mayores, y sobre cómo los que un día viste como adultos sinónimos de seguridad, más adelante necesitarán de tu cuidado y de tu seguridad, esa que se supone que no tienes, pero que por ellos tienes que fingir tenerla… quizás como hicieron ellos. Sobre madurar, sobre evitar esa madurez y añorar la infancia, recurrir al escapismo o incluso a fantasías, para finalmente darte de bruces con la realidad, y acabar en el asiento del conductor -y no en el de atrás-.
Con la ayuda de Owen Pallett, la banda lo da todo en una producción que siempre va a tender a lo sobrecargado y a la épica, para desesperación del público inde de la época, y que solo en ‘Neighboorhood #4 (Kettles)’ adopta un papel más discreto. Aquí la máxima es que donde caben dos instrumentos, caben tres, o siete. Y que dejar un tema sin cambio de tempo es de mala educación. ¡Hasta la balada ‘Crown of Love’ se lleva un giro de estilo hacia el final!
Todo esto no puede pegarle más a un disco en el que Win, Régine y compañía se ponen en la piel de unos niños -o de chavales que quieren seguir siendo niños-. Los canadienses usan el leit-motiv del “vecindario” que da título hasta a cuatro canciones para tejer historias de padres, hijos, parejas y, en definitiva, comunidades. Será ‘Haiti’, en la que Régine mezcla el amor por el país de sus abuelos con los horrores por los que tuvieron que escapar de allí (“unmarked graves where flowers grow”) la excepción en cuanto a contexto, pudiendo todo lo demás ubicarse en ese lugar idílico a veces, frío y aburrido otras.
‘Neighborhood #1 (Tunnels)’ nos presenta a dos protagonistas que, tirando de la fantasía y de construir túneles entre sus ventanas, quieren escapar de sus casas: no hay mucho amor en ellas, y en cambio sí lo hay entre ellos dos. Las referencias a la alquimia (“you change all the lead, sleeping in my head”, “purify the colors, purify mi mind / and spread the ashes of the colors over this heart of mine”) no parecen casuales en una canción donde la salida de todas estas sombras parece pasar por el amor… y por la música: “I hear you sing a golden hymn / it’s the song I’ve been trying to sing”.
‘Neighborhood #2 (Laika)’ superpone la historia de la perrita soviética y la de Alexander Supertramp (que inspiraría el libro en que se basa ‘Hacia rutas salvajes’) para hablar de algo que puede ser peor que huir del barrio: no tener casa a la que volver.
‘Rebellion (Lies)’ ahonda en el imaginario infantil a través de una teoría de la conspiración maravillosa: “¿por qué me hacen acostarme temprano los adultos? ¿Qué hacen ellos cuando yo me voy a dormir? Seguro que no pasa nada si no duermo, nos dicen eso para asustarnos”. El “scare your son, scare your daughter” de aquí funciona también como una defensa de nuestros protagonistas a la hora de perseguir -precisamente- sus sueños. No en vano ‘Une annee sans lumiere’ ha insistido antes en la idea del mundo de los adultos como extraño y feo, frente a la belleza y felicidad que sienten los incomprendidos protagonistas: “my eyes are shooting sparks / la nuit, mes yeux t’éclairent / en dis pas a ton père, qu’il porte des oiellères”, cantan frustrados Win y Régine antes de decidirse a entrar en ese “nuevo mundo” representado por el enérgico outro.
Pero todo intento de escapar se choca en ‘Funeral’ con la realidad, y por eso encontramos justo después la rabia ante el poco alentador futuro de ‘Neighborhood #3 (Power Out)’, con dardos tan geniales como “growing up in some strange storm / nobody’s cold, nobody’s warm” o “nothing’s hid from us kids / you ain’t fooling nobody with the lights out!”, o la no muy optimista observación del paso del tiempo en ‘Neighborhood #4 (Kettles)’: “time keep creepin’ through the neighborhood / killing old folks, waking up babies just like we knew it would”.
La realidad va haciendo palanca, entrando y entrando en el mundo de fantasía de nuestros protagonistas, hasta corromper incluso la historia de amor con la que empezaba el disco: así, ‘Crown of Love’ relata el fin de una relación, abordando los dos puntos de vista, el que sigue hasta las trancas y la que ya no siente la chispa. De vuelta a casa, Win finge y oculta el llanto cuando su madre entra al dormitorio: ese amor iba a ser la respuesta, el escape de todo lo representado por el vecindario, pero no.
Nuestro protagonista descubre en esta canción que ni siquiera eso es seguro, y que posiblemente nada lo sea porque, como cantará Régine para finalizar, ya no pueden sentirse bajo el manto ni la seguridad de nadie. Ahora son ellos quienes conducen: ‘In the Backseat’ se sirve de algo tan reconocido por todos como la tranquilidad al ir de pequeños en el asiento de atrás, observando los paisajes, para narrar con maestría cómo el paso a la madurez es a veces una hostia. “I’ve been learning to drive / my whole life” canta Régine entre el lamento y la motivación. Pero, sin duda, el tema donde mejor se representa esto es, como no podía ser de otra manera, ‘Wake Up’.
Cuando hace unos años analicé “las canciones más generacionales” de Arcade Fire, evidentemente la encargada de cerrar aquello tenía que ser la que para muchos sigue siendo la mejor canción de los canadienses, o al menos su gran himno. Desde sus inconfundibles guitarrazos iniciales, los cinco minutos y medio que dura el tema son un viaje en el que Win Butler lo mismo está al borde de la lágrima implorando ese “niños, no crezcáis”, que saca toda su rabia e intenta contagiársela a ese “millón de pequeños dioses” a los que aconseja que crezcan, sí, pero que conserven su identidad, que no intenten ser perfectos, y que lleven con orgullo sus errores y lo que han aprendido de ellos.
Irónicamente, con un debut tan llenos de referencias a la madurez y a crecer, Arcade Fire son una banda que -a veces con más fortuna, a veces con menos- no ha dejado de hacerlo.