Ya han transcurrido cinco años de ‘Ara i Res’, el anterior álbum de Mishima. Sin embargo, el tiempo apenas parece haber pasado para ellos, tan fieles son a su fórmula, a su pop indie adulto de guitarras. David Carabén y los suyos vuelven a confiar en Peter Deimel y en el estudio francés Black Box, en Angers, para darnos otros bonitos 38 minutos y 11 temas de clásicos mishimos.
Pero algo sí que ha cambiado, en realidad. Si ‘Ara i Res’ era un disco bastante zumbón, este ‘L’aigua clara’ se mueve por territorios mucho más melancólicos. Sin hacer nunca referencia a la pandemia, se les nota un ánimo más quedo, menos expansivo, hacen gala de una cierta adustez a lo The National. El grupo también parece más interesado en las texturas de la música, en hacer desarrollos instrumentales algo más largos de lo habitual y en mostrar aún más mimo para con las atmósferas, que dejan de ser tan cristalinas como solían, para dotarse de un aura más onírica. Sólo hay que escuchar su soberbio arranque ‘El gran lladre’, para comprobar por dónde van los derroteros: anhelo amoroso en medio tiempo, pleno de nostalgia y cierta sensación de derrota. “Una altra cançó d’amor”, canta con cierto sarcasmo dulce Carabén, como riéndose de su propia insistencia en los mismos temas, como diciéndonos que, efectivamente, esos mismos temas son sobre los que va a cantar siempre.
Su perpetuo retrato de la búsqueda amorosa vira entre lo turbio y lo triste en ‘Por de mi’, una epopeya de desamor que bebe en parte de la pesadumbre post rockera de los 90. El tono del disco no levanta mucho la cabeza hasta el estribillo épico de ‘Sé que ets tu’, la canción más Planetas. O ese recuerdo a The War on Drugs
de ‘Un lloc que no recordi’, la primera pieza más o menos animada del conjunto.Otro cambio, en el que no se cae a la primera, es que en este álbum hay muy poco espacio para el costumbrismo. Apenas unas gotas para enmarcar el tema de la lucha del individuo contra la alienación social. Ya sea tecnológica, como ‘God’s Move (Lee Sedol)’, dedicado al jugador de go que se retiró, aduciendo que ya era imposible vencer a la inteligencia artificial. O laboral (y sentimental) en ‘Mia Khalifa’, que parte de la historia de esta actriz porno que abandonó su meteórica carrera tras sólo tres meses. Carabén aprovecha para trazar un paralelismo entre la industria musical y la del cine porno y las necesidades emocionales, entre delicadas cuerdas de guitarras y breves arreglos.
Y si Mishima versionan ‘The Book of Love’ de The Magnetics Fields, poco antes aprovechan para usar algunas de las inflexiones de Merritt (y algo de Pixies) en ‘Cotó’, hasta alcanzar una suerte de pequeño musical con simpáticos arranques (castañuelas, panderetas, coros), el tema más alegre y directo de este álbum. Entre tanta melancolía, sorprende la canción de cierre, ‘Vapor’, que parece talmente una cara B de los Pixies de la época clásica. Una manera muy personal de rendir pleitesía al rock alternativo de los 90, de decirnos que, a pesar de todo, de aquí vienen.