The Magnetic Fields / 69 Love Songs

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The Magnetic Fields / 69 Love Songs

Cuando una canción, un disco o un artista genera opiniones apasionadas, a veces se dice que «el mundo se divide entre gente a la que le gusta ese algo» y «gente a la que no». La devoción que ha generado ’69 Love Songs’ de Magnetic Fields durante los últimos 20 años -sin grandes voces en contra- es tal que más bien el mundo se ha dividido entre gente que tenía canción favorita de ’69 Love Songs’ y gente que no. Y el álbum es tan variado que es curioso cómo cada elección definía el gusto y hasta la personalidad, la manera de ser, de una persona. No recuerdo si fue Marina Gómez Carruthers de Klaus&Kinski quien en cierta ocasión planteó un debate en su muro de Facebook sobre cuál era la mejor canción de este mastodóntico álbum triple -séxtuple en la edición vinilo-, y aquello fue un torrente de diversidad que cualquier artista habría envidiado. Es pésimo tener demasiado claro cuál es la mejor composición de un artista o de un grupo.

El álbum nació despreocupadamente en un «piano bar» gay de Manhattan –lo cual ahora sabemos que es mucho menos glamouroso de lo que nos sonaba en un principio–, cuando Stephin Merritt se dio cuenta de sus cualidades para el musical. Había hecho ya buenos álbumes y composiciones al frente de Magnetic Fields pero quería hacer algo más teatral inspirado por el formato de «revista», y sobre todo que «le definiera», como nos contaba en una entrevista reciente. «Nunca creí que me definiría una declaración tan positiva, y realmente no estaba pensando en que lo hiciera cuando salió», indica antes de describir el álbum con palabras que ciertamente no tienen nada que ver con su fama de cascarrabias, como «dulce, repipi, mono». Se planteó hacer 100 canciones pero le parecieron demasiadas, por lo que el proyecto quedó en 69. Si a los neófitos les suena a boutade, lo mismo pasó cuando muchos en nuestra adolescencia o post-adolescencia descubríamos el disco, en España encumbrado como mejor álbum del año –un año tarde, debido a su edición europea de 2000– por la recientemente desaparecida revista Rockdelux. ¿Acaso un artista podía mantener el nivel durante 69 composiciones en el mismo álbum? ¿Pero cuántos artistas sobre la faz de la tierra tienen realmente 69 canciones buenas?

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Que en ’69 Love Songs’ hay canciones mejores y peores no lo duda ni siquiera Stephin Merritt, que incluyó en el álbum gracietas de unos pocos segundos como ‘Punk Love’ y ‘How Fucking Romantic’. Y sin embargo, el álbum no sería el mismo sin estas. Excelentemente armado, sobre todo en el CD 1, es significativo cómo la canción que hace un sándwich entre estas dos, ‘The One You Really Love’, se ve realzada por su posición en el álbum (y por sus maravillosos coros). Por cada canción de la que puedas tener dudas emerge otra que más que un 10 sobre un 10, es un 20. Incluso tantos años después de su publicación, el reencuentro con los primeros acordes de ‘All My Little Words’ o ‘Come Back from San Francisco’ te noquea. Ni por todo el té de China cambiarías lo que sientes cuando en el CD 2 aparece el punteo inicial de ‘Papa Was a Rodeo’, con la melodía más triste de la historia, después del alud de emociones que ya es el tarareo de ‘Kiss Me Like You Mean It’.

Merritt se siente cercano a grupos del underground de finales de siglo como Felt, pero se inspira en el jazz (‘My Only Friend’ está dedicada a Billie Holiday), en el cancionero americano de George Gershwin, Cole Porter o Irving Berlin. Y, explícitamente en este álbum, en las ‘114 Songs’ que Charles Ives recopilaba en 1922, compuestas entre 1887 y 1921. Así, encontramos en ’69 Love Songs’ canciones de pop de estructura más o menos tradicional como la sublime ‘I Don’t Believe in the Sun’, pero el álbum se caracteriza por una cautivadora libertad que convierte la secuencia en una aventura impredecible en la que nunca sabes si aguarda un divertimento o una tragedia. Quizá el álbum gusta tanto por lo que se parece a la vida misma.

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Está la destartalada improvisación de ‘Love Is Like Jazz’, el musical de Broadway que es ‘Very Funny’, el tropicalismo de ‘World Love’, la canción cheerleader ‘Washington, D.C.’, la experimentación de ‘I Shatter’, el homenaje a Gainsbourg que parece ‘Underwear’ (también por su irreverente estribillo en francés), el homenaje a Jamaica de ‘It’s a Crime’, el rock distorsionado de ‘I’m Sorry I Love You’, el western de ‘Blue You’, el country de ‘I Think I Need a New Heart’, la electrónica de ‘You’re My Only Home’, el ambient de ‘Love in the Shadows’, el folclore de ‘Wi’ Nae Wee Bairn Ye’ll Me Beget’, la canción de palacio que es ‘For We Are the King of the Boudoir’, el amor con adversativas de ‘(Crazy for You But) Not That Crazy’, al que solo le faltan las palmas para ser una canción girl-group, y así hasta 69 peripecias. ¿No es ‘I Can’t Touch You Anymore’ como poner a Leonard Cohen a cantar encima de una canción de Kraftwerk? ¿No habrá ejercido ‘No One Will Ever Love You’ una influencia incluso para alguien tan remoto como Chromatics, como mínimo melódicamente?

Misteriosamente el álbum suena cohesivo en su variedad, incluso a pesar del uso de varios vocalistas. En un mar de instrumentos que incluye una larguísima lista de sintetizadores en el libreto, cuerdas, vientos y todo tipo de accesorios impensados, predomina un gusto por el sonido casero -que no amateur- y cercano, un hilo que a veces logra que ni te des cuenta de que una canción la está cantando Stephin, Claudia Gonson, Shirley Simms o LD Beghtol, quien por cierto a la postre escribiría un libro sobre este álbum. Nadie se entera de que es Dudley Klute quien se queda el momento vocal más agradecido del álbum, esa nota extendida hasta el ahogamiento en ‘The Luckiest Guy on the Lower East Side’, una canción sobre un perdedor, feo, en el que nadie se fija, pero con la esperanza de mejorar su suerte gracias a que tiene coche. La música es tan tonta, tan peregrina y tan edificante a la vez como su propia ocurrencia.

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Las historias son variadas: no son personales de amor, pues el disco personal de Stephin será ‘50 Song Memoir‘ (2017). Aun así, Merritt, que puede ser tan mordaz como Morrissey, muchísimas veces apela a un sufrimiento muy puro, como en pistas de cometido tan directo como ‘Kiss Me Like You Mean It’. Muchas se amparan en tristezas como «Tú y yo no creemos en finales felices» (‘My Only Friend’) o «estoy alcanzando mi tope de lágrimas del año» (‘Reno Dakota’). A veces las palabras duelen hasta provocar la lágrima, pero Merritt no se deja llevar por la vehemencia frente al micrófono. En el libro de Kiko Amat en el que se traducen al castellano canciones de Magnetic Fields, el autor recuerda una entrevista con el artista en la que hace un símil con los directores que les piden a los actores que se limiten a decir su frase: «yo también quise decir la frase, sin emoción. Quise que mi voz no fuera dramática, pero sí la frase que pronunciaba».

Lo que importa son las palabras e igualmente hay que poner el foco en el humor del álbum, que aparece a través de referencias cinematográficas (‘Promises of Eternity’ alterna ‘8 y medio’ con ’10, la mujer perfecta’), musicales (la cita a Steve Earl y a la banda de heavy metal GWAR de ‘Acoustic Guitar’ es tronchante) y la vida cotidiana. En ‘Long-Forgotten Fairytale’ eres «la princesa» de verdad «decorada como un árbol de Navidad» en un «viejo castillo encantado», mientras que ‘Love Is Like a Bottle of Gin’ realiza un paralelismo entre el amor y la ginebra tal que así: «Te pone ciego, te deja arruinado / te hace creer que eres un tipo duro / te hace propenso al delito y al pecado / te hace decir cosas sin pensarlas mucho».

Antes de tener internet o posibles para viajar, una generación aprende el inglés que no te enseñan en las escuelas gracias a ’69 Love Songs’. Con el karaoke etílico que implica gran parte del álbum, en algún momento próximo al cambio de siglo aprendimos lo que significaba «one night stand», que «I don’t wanna get over you» no era «no quiero «superarte»» sino más bien «no quiero olvidarme de ti»; que no querer dar a alguien una «second glance» era muchísimo más humillante que no querer dar a alguien una «second chance»; e incorporamos «cucú» como sinónimo de «loco» a nuestro vocabulario en castellano solo porque ‘Absolutely Cuckoo’ tenía la melodía más «cutie» («dulce, repipi, mona») del álbum. En casi todos sus discos después de este, Stephin Merritt se ha apoyado demasiado en los textos, cuando ’69 Love Songs’ presenta un equilibrio perfecto entre música y letras, pero no por ello despreciéis lo que vino más tarde. Dedicarle su tiempo, indagar, sentarte con él, en su caso tiene siempre recompensa.

Calificación: 9,5/10
Lo mejor: ‘The Luckiest Guy on the Lower East Side’, ‘Papa Was a Rodeo’, ‘The Book of Love’, ‘All My Little Words’, ‘Absolutely Cuckoo’
Te gustará si te gustan: The Smiths, Felt, Carole King.
Escúchalo, por favor.

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