Como decíamos hace casi 3 años -cuando ya se anunciaba como inminente el lanzamiento de un ‘Marchita’ que no ha llegado hasta inicios de este 2022-, lo más fácil a la hora de poner en la palestra la voz y las canciones de Silvana Estrada es recordar a grandes damas de la canción latinoamericana como Chavela Vargas y Violeta Parra. O, ahora que se ha instalado en el revivalismo, a su compatriota Natalia Lafourcade.
Ella “se deja”, claro, porque es evidente que bebe y ha bebido de ellas en espíritu, y porque no dejará de heñirse honrada por ello. Pero en realidad la música de la joven artista de Veracruz ofrece unos matices que la diferencian de aquellas y la hacen sintonizar con nombres menos obvios.
Y no lo digo porque ‘Marchita’ contenga rasgos de sofisticación como los que aportaban Daniel, Me Estás Matando (que no sólo colaboraban sino que producían) a su primer EP ‘Mis primeras canciones’. De hecho, las primigenias versiones de ‘Te guardo’ o ‘Sabré olvidar’ suenan ahora menores al lado de las actuales. O porque se deje imbuir por recursos jazz-rockeros como en su primer largo oficial -‘Lo sagrado’, firmado a medias con el jazmín Charlie Hunter-. Sino, más bien, porque recupera algunos de esos elementos y los usa para dar profundidad y personalidad propia a un folclore más norteño que sudamericano, en el que su poderosa y reconocible voz -con sus golpes de respiración y esos melismas propios de los nativos americanos- se alinea más con el universo de artistas menos evidentes como la llorada Lhasa De Sela o Dayna Kurtz (aunque solo sea por su voz prodigiosa y su uso de valses y otros recursos del Great American Songbook).
Para ello es fundamental una producción -a cargo de Gustavo Guerrero, ganador de un Grammy por el segundo volumen de ‘Musas’ de la Lafourcade– que presume de cierta austeridad, acertando de pleno al situar -o lograr el efecto de- la voz de Silvana tañendo en una habitación vacía y oscura, evocación sonora del blanco y negro de su cubierta.
Ese efecto, lejos de dar una idea de amateurismo, aporta naturalidad y verdad a sus atemporales letras tan repletas de dolor como de esperanza por días mejores (‘Carta’). Igualmente fundamentales son los arreglos de cuerdas, vientos y percusiones, casi siempre tenues pero potenciadores del drama inherente a ‘Marchita’, gracias a su carácter más cinematográfico que pop o folclórico. De hecho, en cortes como ‘Casa’ el empleo de aquellos es mucho más audaz de lo que podría ser, por ejemplo, la típica base electrónica.
Por si a estas alturas sigue habiendo alguien despistado… No, ‘Marchita’ no es exactamente un diminutivo que denote que estamos ante un disco festivo, sino lo contrario. Es un álbum que se regodea siempre en un regusto amargo, ya sea el del día después de la pérdida (‘Sabré olvidar’, ‘Marchita’, ‘Tristeza’), en el de saberse irremediablemente enganchado a alguien (’Más o menos antes’, ‘Ser de ti’) o, sencillamente, en el propio drama que conlleva amar (‘La corriente’, ‘Un día cualquiera’). Pero en estas canciones y su lirismo domina por encima de todo la belleza, una que cala como si te atravesara un fantasma que también parece venir de una época inubicable, antigua pero vigente, que parece impropia de una artista de apenas 24 años y con un futuro que se antoja enorme.
Silvana Estrada actúa en septiembre en Sitges (día 1), Zaragoza (2), Santander (3), Pontevedra (10), Burgos (16), Sigüenza (17) y Málaga (18).