Es posible que conozcas a Unloved por ‘Killing Eve’, serie en la que a menudo suenan sus canciones. En mi caso fue por otra serie, la recomendable ‘Nueve perfectos desconocidos’, cuya embriagadora sintonía durante los créditos era su fenomenal versión del ‘Strange Effect’ de Ray Davies de los Kinks. Sin embargo el origen de este curioso trío se remonta a 2013, que es cuando la cantante Jade Vincent se unió por primera vez en este proyecto a dos luminarias del mundo de las bandas sonoras: David Holmes (Killing Eve, Ocean’s Eleven) y Keefus Ciancia (True Detective, The Hunger Games).
‘The Pink Album’ es su tercera entrega, y exhibe una clara intención de desarrollar y aumentar los planteamientos previos de los discos ‘Guilty of Love’ (2016) y ‘Heartbreak’ (2019). Es así tanto en cantidad (se trata de un disco doble de 22 temas) como en sonido: su hasta ahora habitual equilibrio entre texturas más clásicas (deudoras de los girl groups de los 60 y con ecos de Morricone) y ocasionales toques más experimentales (sintes, ritmos distorsionados) decanta aquí la balanza un paso más en esta última dirección.
Teniendo en cuenta tal cantidad de canciones, sería fácil aterrorizarse. Sin embargo, y sorprendentemente, la escucha resulta fascinante y el interés apenas decae. Desde los primeros minutos, sólidas piezas como ‘Waiting for Tomorrow’ o ‘Now’ dejan patente que estamos ante una producción interesada en llegar a extremos. La letra de ‘Now’, quizá significativamente, indica que “el pasado es un bonito sitio para visitar pero no para quedarse”. Así que, paralelamente en lo musical, estamos ante canciones que en su esencia son gominolas de pop de chicas de los 60, pero que son retorcidas para sonar más misteriosas, fantasmagóricas, y con texturas más modernas.
Ahí el doble bagaje de Holmes y Ciancia juega un papel esencial, y se nota que han disfrutado sumergiendo prácticamente todo el disco en profundas reverbs, multiplicando y filtrando con efectos y distorsiones las tomas vocales, añadiendo elementos electrónicos, fragmentos de orquestas y sonidos experimentales: ningún interés aquí pues por las maniáticas réplicas de las que el sonido retro es a veces esclavo. Junto a las letras de Jade Vincent, que basculan entre temas de desamor y fogonazos de surrealismo, suena expansivo y actual, un fantasma del Edificio Brill reflotado con sonido reverbcore y brillo futurista. Por momentos recuerda a Cat’s Eyes, el proyecto paralelo de Faris de The Horrors, o hasta a las reverbs celestiales de Julia Holter, pero llevado más al extremo, con una dimensión más cinemática.
Las bases rítmicas, cuando son reales, suenan a beats, y despliegan un repertorio de tempos desde jazz (‘Foolin’’) hasta trip hop (‘Boowah’). Cuando son cajas de ritmos parecen Suicide mezclados con las Shangri-La’s en una reencarnación darkwave (‘Now’, ‘WTC’), a menudo con giros melódicamente siniestros muy estimulantes, y que dejan bien patente ese deje de potencial banda sonora. En los momentos más rollo crooner, la siempre brillante voz de Jade suena como Julie London extraviada en una grieta electrónica del espacio-tiempo.
‘Lucky’ destaca con sus detalles de sintetizador casi experimentales, ecos obsesivos, un ritmo jazzy, y guitarra twang: muchos elementos pero ordenados con gran economía. Es una de las características del disco, como lo es también que el foco principal sonoro está en las voces, siempre rodeadas de un maravilloso velo de efectos que no la desbancan sin embargo de ese primer plano. En segundo plano se sitúa toda ese repertorio de fondos orquestales y colchones sintéticos.
Llegada la mitad del disco se plantea el mayor dilema de ‘The Pink Album’. Porque si te pirran este tipo de canciones y sonidos te sumergirás de buena gana en otras 11 canciones más, teniendo en cuenta que han dejado muy estratégicamente el cebo de las colaboraciones para ese segundo acto. Si no, la fatiga se irá haciendo poco a poco más evidente. Y tampoco se puede negar que hay tres o cuatro temas algo más mediocres (por ejemplo ‘Mother’s Been a Bad Girl’, de la que sin embargo hay una magnífica remezcla rollo “no wave disco” fuera del disco).
Entre los artistas invitados, el fuzz inconfundible de Jon Spencer encaja como un guante en la excitante y terrorífica ‘Call Me When You Have a Clue’, con sus fabulosos beats ultrafiltrados. Como en otros momentos del álbum, el lado más inquietante de Broadcast se viene a menudo al pensamiento. El ‘Love Experiment’, con Etienne Daho, es efectivamente muy experimental, hasta con momentos disonantes, pero acaba seduciendo mucho con esa base de pulsos y texturas exquisitamente construida. Suena como un ‘Je t’aime moi non plus’ del siglo XXII (sí, veintidós). O perfecto para el Bang Bang Bar de Twin Peaks en una imaginaria próxima temporada. En cuanto a la muy disfrutable ‘Accountable’, su derrotismo parece perfecto para la voz de Jarvis Cocker en esos “adelante, dame la patada… me hago responsable de lo que he hecho”.
Casi al final, los momentos girl group más dramáticos (pero modernizados) vuelven en el dúo con Raven Violet (‘Turn of the Screw’), que suena como Phil Spector haciendo kraut rock, o en la delicada ‘There’s No Way’. Su recitado recuerda a las Shangri-La’s, pero las micro-sinfonías de pop de aquellas se expanden con ese tratamiento cinematográfico de la producción, más un extra de atmósfera inquietante para expresar la desazón del desamor. Nada nuevo que no hiciera ya Bat For Lashes en la época del ‘What’s A Girl To Do’, pero muy disfrutable igualmente.
Curiosamente en este epílogo de tres o cuatro canciones los arreglos se suavizan, se vuelven más clásicos. Tanto en ‘There’s No Way’ como en el precioso cierre badalamentiano de ‘I’ve Been Thinking About Her’, o en los ambientes muy This Mortal Coil de ‘Walk On Yeah’, que acaba derivando en casi una balada de Morricone.
En definitiva, un disco tremendamente disfrutable si eres fan de todas estas referencias, incluso en su extensión equivalente a un largometraje (1 hora y 29 minutos). Pero si te aproximas al disco desde otro lugar seguramente resulte demasiado para digerir de una sentada.