En una entrevista en la que criticaba cómo cierta industria de cine de autor se está volviendo mucho más convencional que algunas series, Elena López Riera se sumaba además a las voces que, como Clara Roquet, ponen de manifiesto las dificultades para dirigir cine si eres de la periferia (“la periferia” as in “ni Madrid ni Barcelona”) y, sobre todo, si no vienes de una familia bien.
Un “elefante en la habitación” de sobra conocido pero del que se está hablando más últimamente, y en el que López Riera opina que empiezan a abrir rendijas con su generación, aunque puntualiza que una cosa es la clase media y otra la más obrera, para la que sigue siendo casi imposible. Y la verdad es que todo esto es clave en una película como ‘El Agua’, donde una de las bazas es la autenticidad, el saber de qué se está hablando y haber podido aprender maneras de contarlo. Su pasión por el cine no viene de asistir a coloquios en filmotecas sino de ver pelis por la tele.
Después de cortos como ‘Pueblo’ o ‘Los que desean’, a sus 40 años (este es otro melón) Elena López Riera ha estrenado su primer largometraje, y lo ha hecho por todo lo alto: en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, como le ocurrió a ‘Carmen y Lola’, pasando después por el Festival de Toronto y el Festival de San Sebastián. La directora sitúa la acción en su Orihuela natal, donde “el agua” representa muchas cosas. Puede ser un milagro en tanto que es imprescindible para las cosechas, y puede ser una maldición con las desastrosas riadas (la de 2019 les pilló a ella y al coguionista Philippe Azoury en pleno proceso de escritura, influyendo en el resultado final). Te puede poner un plato en la mesa y te puede dejar sin casa y hasta sin vida.
Pero es que esa ambivalencia también está en el amor, la familia, el sexo o tu lugar de procedencia, y en los sentimientos que hacia ellos tiene la protagonista: Ana es una adolescente que vive con su madre y su abuela, y que se debate entre, por un lado, huir de su pueblo, huir de acabar como ellas dos y dejar de ver “todos los días la misma carretera” y, por otro, cuidar de ellas dos y de los sentimientos que le nacen hacia José, el chico que está conociendo. Pero sobre todas esas dudas está también el respeto y el miedo a una nueva tormenta, ya que se dice que, con cada inundación, desaparece una mujer que tiene “el agua dentro”.
Y es en Ana donde está otra de las claves de la película. O, mejor dicho, en Luna Pamiés. La joven actriz no es que sea un descubrimiento, es que es uno de los mayores descubrimientos de nuestro cine en los últimos años, capaz de dar la réplica sin despeinarse nada más y nada menos que a Bárbara Lennie (que interpreta a su madre) y desprendiendo un magnetismo al actuar por el que no es de extrañar que al salir de la sala en San Sebastián se oyesen comentarios comparándola con Zendaya. Pero no hace falta irse fuera: en quien pienso yo es en Berta Socuéllamos y la presencia que tenía en ‘Deprisa, deprisa’ (aunque espero que nuestra sociedad le dé un futuro mejor a Luna).
Tanto ella como su compi Alberto Olmo están magníficos, y no deberían faltarle los papeles de aquí en adelante. Hacer el casting en la propia Orihuela ha sido un acierto, y está conectado con esa parte de la película que es prácticamente un documental: según cuenta López Riera, muchas mujeres se presentaron al casting solo para hablar con alguien, lo que le convenció para convertir eso en declaraciones a cámara contando historias, “a muchas les pedía que saliesen contándome su experiencia y me decían «no puedo, si yo no sé hablar, yo no puedo estar en una peli»… no piensan que su palabra sea legítima para ser escuchada, así que para mí era importante que su palabra estuviese de manera desnuda, por decisión no solo estética sino política”.
Y es que habrá a quien la mezcla de géneros aquí presente no le guste, pero en mi opinión forma parte del encanto de la película: coming of age con los sentimientos a flor de piel, realismo mágico con historias de miedo, costumbrismo y relato generacional que mezcla la desesperanza y la falta de oportunidades con poner ‘Fiebre’ de Bad Gyal en un botellón… todo eso también lo revuelve ‘El Agua’. López Riera defiende, además, que esa mezcla de géneros tiene mucho que ver con la forma de contar historias que tenían las mujeres en los pueblos, historias que se contaban en la cocina y en el patio y con las que ella ve a su propia abuela: “estas mujeres contaban las historias sin ningún tipo de reglas; a veces hay miedo en la industria a mezclar géneros, cuando es algo que está presente en la cultura popular de una manera mucho más viva que en el cine”. No es de extrañar, por tanto, que su siguiente proyecto, ‘Dame Veneno’, trate sobre la primera asociación feminista de España y su conexión con el espiritismo (!).
Deseando ver ese segundo largo, porque ‘El Agua’ puede que en algún momento se pierda al hablar de muchas cosas a la vez, puede incluso que esa mezcla saque de la película a parte del público, pero tiene lo que pocas veces se ve tan claro en una ópera prima: una visión propia y una pasión por retratar la realidad sin limitarse a la realidad. Por mucho que su directora diga que ella no quiere inventar nada sino copiar bien, hay en ‘El Agua’ algo difícil de explicar, algo que tiene más que ver con, precisamente, la magia. Quizás, la del cine.