“No estamos en el mercado de los traumas a ver quién está más traumatizado y quién tiene más potestad de hablar, o no deberíamos. Yo he hecho una serie y no tengo que justificarme ni pedir permiso. Si luego no te gusta, pues estupendo. Este tema me parece que crea espectadores gilipollas, y con un punto moralista también, ¿no? Voy a ver una película de negros traumatizados y mutilados, y la película es una mierda, pero no puedo decir que lo es, porque, ¿qué va a pensar la gente de mí? No, voy a decir que está fenomenal, y así además me sentiré muy bien volviendo a mi casa después de haber visto este cine social tan importante”.
Así se expresaba Berta Prieto cuando la entrevistamos a ella y a Belén Barenys tras un acto en el que se presentaban varias novedades de producción propia de Filmin (entre ellas, una serie documental sobre Terenci Moix, y la ya conocida ‘Oswald: El Falsificador’, que estos días ha sido nominada al Goya en su “versión cine”). A la hora de reseñar ‘Autodefensa’, creo conveniente empezar con esas palabras de una de sus creadoras porque, dejémoslo claro, ‘Autodefensa’ no va de hacerte sentir bien (risoterapia aparte).
Y tampoco tiene nada que ver con ese cine social comprometido que menciona Berta, ni sus creadoras han dicho que pretendan hacer un retrato generacional… ni muchas otras descripciones que no encajan con ‘Autodefensa’ y que, por tanto, le ha hecho recibir muchas críticas, porque resulta que la serie no refleja tal o cual realidad. No, claro que no. Refleja la de sus protagonistas. Y, para mí, ese es uno de sus aciertos: lo autoconsciente que es.
‘Autodefensa’ puede no gustarte por numerosas y legítimas razones, pero el principal motivo que se está dando va por ahí y, a ver, si has visto el cuarto capítulo, no resulta precisamente el descubrimiento de América decir que las protagonistas están encerradas en su burbuja (¿…esa… es… la… cosa?). Noelia Ramírez escribió en El País sobre la perversión del lenguaje terapéutico tras las llamadas de ese episodio, donde autoestima e individualismo se desdibujan (no falta ni el “aporta o aparta”). Miguel Ángel Blanca, creador junto a ellas de la serie y también director de ‘Magaluf Ghost Town’, defiende en ese mismo artículo que sus compañeras han sido muy valientes, “porque la gente no quiere exponer su mierda, aquí todo el mundo hace sus películas y construye sus personajes para demostrar al mundo lo que ha aprendido de la vida y lo empático que es”.
“Súper importante el feminismo, sí, ¿qué es más importante, el feminismo o el ecologismo?” es la respuesta tan absurda como perfecta al postureo de alguien que necesita demostrar constantemente lo comprometido que está, el personaje de Daniel Rived (maravillosos él y su tocayo Rissech en esos primeros episodios). Y no es el caso de Berta y Belén: con la excepción de ‘Actos Colectivos’, que desplaza el foco a otras personas y a actitudes más serias, ‘Autodefensa’ es todo un desfile de comportamientos de mierda de sus protagonistas, y va dejando semillas de posibles razones detrás. ‘Volver a casa’ (que, si eras fan de ‘Girls’, te recordará a ‘The Panic in Central Park’), y ‘Buscando After’ son quizás los más claros al respecto, pero también lo vemos en ‘Ser un concepto’, ‘Ansiedad’, e incluso en el mini-episodio evangélico y en ese fantástico accidente de coche que es ‘Fantasía’.
Hay episodios menos conseguidos, como ‘Odiar a los hombres’ o el mencionado ‘Ser un concepto’ (inevitablemente lo comparo con ‘Buscando After’, y encuentro mucho mejor resuelto éste), pero todos tienen algo que los hace interesantes y, con su irregularidad, se alejan de la (gris) regularidad de una serie de plataforma random. Redondea todo esto el uso casi constante de jumpcuts y encabalgamientos en el montaje de Víctor Diago, que puede conectarse con la incapacidad de las protas (o, como dice Marta Medina en El Confidencial, de nuestra generación en sí) para concentrarse, y para poder salirse de alguno de los mil círculos viciosos en que están. Una especie de TDAH emocional que nos lleva a los mismos errores una y otra vez. Porque, sí, tenemos más cosas en común con ellas de las que nos gusta admitir, y quizás eso tenga que ver con algunas de esas reacciones tan viscerales.
Hay una escena de ‘A dos metros bajo tierra’ en la que los personajes de Lauren Ambrose y Patricia Clarkson discuten después de que la segunda le haya dicho a la primera que quizás no es una artista: “¿Te dolió cuando te lo dije? Entonces igual no lo eres; si lo fueses, quizás te habrías reído, ¿no? Es como si me dices que mi piel es morada… me reiría, porque sé que no lo es. Pero si te sentiste mal cuando te lo dije, igual es porque hay algo de verdad ahí”. La seguridad y la tranquilidad con la que reflexiona Sarah (Clarkson) lo único que hace es poner más de los nervios a Claire (Ambrose): no solo está haciendo que dude de sí misma y su identidad, sino que además está haciendo que sienta envidia por esa seguridad. Ojalá tenerla, ¿no? Aunque es paradójico; en ese momento, Sarah siente de todo menos seguridad.
Quizás la facultad para tocar las narices (o bueno, tocar el coño, no vamos a hacer una clean version aquí precisamente) que tiene ‘Autodefensa’ es un poco porque conecta con ciertas cosas que son verdad, con ciertas contradicciones, con ciertas incertidumbres y con ciertas dudas. Y porque todo esto lo hace desde una seguridad y una felicidad que da bastante coraje. El truco está en que, como nos va dejando claro la serie, esa seguridad y esa felicidad son un poco mentira. Un poco bastante.