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Luces y sombras en ‘Las ocho montañas’, una épica historia de amistad masculina

En los años 80, Pietro, un niño de ciudad, veranea con sus padres en una remota aldea en los Alpes italianos. Sin mucho que hacer allí más allá de explorar rutas con su padre y disfrutar del impresionante entorno rural que les rodea, conoce a Bruno, el único niño que vive en la zona. La nueva película del director belga Felix Van Groeningen (‘Alabama Monroe’, ‘Beautiful Boy’), ganadora del Premio del Jurado en Cannes el año pasado, adapta el best-seller italiano de Paulo Cognetti e indaga en la fuerte amistad que nace entre ambos niños y que se prolonga durante el resto de sus vidas. Con ayuda tras las cámaras de su esposa, la actriz Charlotte Vandermeersch, Groeningen traslada el relato a la pantalla con un decidido preciosismo visual capturado con poderío por el director de fotografía Ruben Impens en 4:3.

Es particularmente en el primer acto cuando la película brilla con mayor intensidad; en ese delicado y nostálgico reflejo de la infancia despreocupada y feliz. Lástima que en sus intermitentes destellos de buen cine se cuele más a menudo de lo que debería la sensación de que Groeningen y Vandermeersh, pese al impacto visual de sus imágenes, no creen demasiado en ellas como vehículo narrativo. Una reiterativa y didáctica voz en off se empeña en contar lo que ya está contado, otorgando una innecesaria literariedad que juega en contra de sus virtudes cinematográficas.

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Pese a ello, estas virtudes levantan un filme que, si bien podría perfilar mejor su estructura narrativa, deja algunos momentos de notable sensibilidad y belleza en su tierno acercamiento al universo masculino, a ese amor de padre a hijo y de amigo a amigo. La gran noticia que deja ‘Las ocho montañas’ es que Groeningen consigue por fin esquivar su característica y peligrosa tendencia melodramática que tan menudo ha lastrado sus anteriores trabajos. Aquí, aun no alejándose en exceso de esa estela folletinesca, se muestra más comedido a la hora de plasmar la intensidad de las emociones en la pantalla. Por ello, los instantes menos explosivos son los que mejor funcionan para construir la relación entre sus personajes (esa conversación ebria, la construcción de la casa en las montañas).

Los directores consiguen unas entregadas interpretaciones de todo su reparto, especialmente de sus protagonistas en su versión adulta. Luca Marinelli (Pietro en la ficción) sigue demostrando ser uno de los grandes actores italianos actuales, pero brilla con particular intensidad el matizado trabajo de un pletórico Alessandro Borgi, encarnando a Bruno, un hombre que no conoce ni quiere conocer la vida más allá de su montaña.

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En ‘Las ocho montañas’ sobrevuela el contraste de ambas formas de vida, la de aquel que ansía ver y descubrir países y continentes para encontrarse a sí mismo, y la del que se conforma con el lugar en el que ha nacido porque no necesita de viajes para conocer su lugar en el mundo. Un choque interesante de perspectivas que los directores plasman con parcialidad y respeto. El filme, no obstante, sí puede ser acusado de ofrecer una visión foránea y romántica de más de un estilo de vida alternativo y rural. Pero con sus luces y sombras, siempre resulta agradable perderse en la inmensidad de los paisajes que aquí se retratan.

En los años 80, Pietro, un niño de ciudad, veranea con sus padres en una remota aldea en los Alpes italianos. Sin mucho que hacer allí más allá de explorar rutas con su padre y disfrutar del impresionante entorno rural que les rodea, conoce...Luces y sombras en ‘Las ocho montañas’, una épica historia de amistad masculina