Este fin de semana se ha celebrado O son do Camiño, con un cartel peculiar en el que lo mismo cabía Maluma que Royal Blood. Lo mismo Delaporte que Aitana. Lo mismo alt-J que Bizarrap.
Sandra Sabater de Ginebras ha compartido su opinión sobre el festival, con el que está súper agradecida, por su mismísima variedad, pero también ha sido crítica con una parte del público que, en primeras filas, estaba allí aguardando a que saliera otro artista. “En varios conciertos, incluido el nuestro, las primeras filas estaban copadas de grupos sentados en el suelo reservando hueco para ver a un artista que actuaba después. Algunos estaban de pie, con cara de culo, bostezando o incluso vacilando”.
Sandra continúa: “Esas personas no dejaban disfrutar del concierto a los que sí estaban ahí para escucharnos. No necesariamente fans, también curiosos. Es molesto, es irrespetuoso y es de tener bastante mala educación”. El tuit ha recibido casi 3.000 “me gusta” en muy pocas horas en Twitter y han sido varias las opiniones interesantes surgidas al respecto. Por ejemplo, Chica Sobresalto ha indicado que se ha sentido exactamente igual en el mismo evento.
Ginebras estaban programadas según los horarios a las 19.00 del viernes en el Escenario Xacobeo, antes de Wolfmother, The Kooks y Mora. Los 4 artistas mencionados tienen bien poco que ver entre sí. Además, en el escenario colindante salían indistintamente Trueno, Maluma y Alesso.
Igual de locos pudieron ser otros momentos del festival, como los pasos de alt-J a Eladio Carrión y Bizarrap. O el de Vetusta Morla a Aitana y Duki.
Rayden, o el artista anteriormente conocido como tal, está entre quienes han dado su apoyo a Ginebras. Y además va a la que podría ser una de las raíces del problema: “Esto lo viví yo el año pasado en un festival. Los festivales que quieren enganchar al público joven se están llenando de personas que solo escuchan el TOP 50 de Spotify y se piensan que si echan al artista o grupo que toca con su banda, va a tocar su artista favorito antes”.
Algo parecido ha escrito en Twitter el periodista Arturo Paniagua: «En un mundo idílico ir a un festival es una oportunidad para descubrir música, no una acampada en primera fila para ver a un único artista. El respeto, la curiosidad y el amor por la música se está perdiendo por culpa de un consumo cada vez más rápido y menos heterogéneo».
Todos los asistentes a festivales hemos visto alguna falta de respeto hacia los artistas sobre el escenario, esa actitud «vacilante» de la que hablaba Sandra Sabater, sobre todo cuando un gran nombre va a salir a última hora del día. Y no es exclusiva de festivales tan extremos en su variedad como O Son do Camiño. Si presumimos a Primavera Sound una línea editorial más concreta, un redactor de esta casa aseguraba hace poco que los fans de Depeche Mode le amargaron por completo el show de Japanese Breakfast.
Escribía Fernando García: «Los fans de Depeche habían hecho una barrera en las primeras filas impidiendo el paso a cualquiera, y lo que hacían o dejaban de hacer Zauner y los suyos en el escenario les importaba más bien poco. Entre las continuadas y molestas charlas entre colegas era difícil disfrutar plenamente del concierto, que sonaba magnífico. Ojalá Japanese Breakfast hubiera tocado en un escenario más pequeño ante gente que de verdad quería estar ahí viéndolos». Lo que nos lleva a otro asunto: los fans españoles de Depeche Mode solo tenían la opción de ir a Primavera Sound si querían ver un concierto de su grupo favorito, pues estas eran sus únicas fechas en nuestro país. La cuestión es, por tanto, más compleja de lo que parece a primera vista.
En un país profundamente crispado y dividido políticamente, en el que la primera línea de la política se sumerge en lemas vacíos de contenido, con programas llenos de páginas en blanco y se sustenta en la alimentación abierta de bulos, es difícil que esperemos grandes niveles de educación de la calle. Y por extensión de un concierto. En este mundo, pedirle al fan de un artista que esté callado en el concierto de un grupo que no quiere ver, es pedirle peras al olmo, cuando la gente ni siquiera tiende a callarse en el propio concierto que ha ido a ver, en absoluto.
El modo de consumo, rápido, sin buenos equipos y sin profundidad ninguna, es ciertamente preocupante en los tiempos de las playlists de Spotify. Pero de eso no tiene la culpa O Son do Camiño. Es este un festival particular, que vende 33.000 abonos sin confirmar el cartel, y agota entradas en cuestión de minutos.
El eclecticismo es su marca y hace bien en apostar por él: no hay vuelta atrás en esto de abrazar la música sin etiquetas. Pero quizá sí haya algo de margen de mejora en la disposición de elementos. Quizá una jornada más enfocada al rock de Vetusta Morla, Viva Suecia, The Kooks y Royal Blood; otra a la música urbana con Bizarrap y Tokischa, y otra al pop con Aitana, Chica Sobresalto y Delaporte hubiera resuelto mejor la papeleta.
O quizá no hacía falta segregar tanto. Quizá si antes de Bizarrap, quien sale es Tokischa y no Leiva, el público de Bizarrap hubiera estado más entretenido por una mera cuestión de afinidad estilística. Quizá si la noche iba a terminar con Maluma y Mora, esa tarde hubiera pegado más Sila Lua que Ginebras. Detalles que hubieran pensar que la línea editorial de la noche está pensada y va hacia algún lado, en lugar de tirada en los huecos del festi, de manera totalmente random.
El caso es que parece haber un problema donde solo percibíamos alegría, diversidad y eclecticismo por obra y gracia del siglo XXI. Hace poco Royal Blood se sintieron muy poco mimados en un festival internacional y terminaron espetando a la gente, de muy mala manera, si habían escuchado rock en su vida. Parece que queda un camino por recorrer cuando se trata de recordar al público que un festival está para descubrir música (para escucharla), y que no solo los artistas se merecen un mínimo de respeto (saludos al que le acaba de tirar un teléfono a la cabeza a Bebe Rexha) y también a quien quiera verlos.