Están los espíritus libres, están los artistas que desarrollan carreras ajenos a la demanda inquisidora del público, y luego está lo de Björk. Feliz de seguir su propio camino, obedeciendo únicamente su instinto, sus emociones y sus preocupaciones sociales -en especial por el medio ambiente-, la cantante islandesa acaba de visitar Madrid por primera vez en 16 años. En teoría, lo hacía presentando un disco llamado ‘Fossora’ inspirado en el ecofeminismo, en la tradición de su país, y en la muerte de su madre, a su vez activista. Pero las cosas nunca son tan sencillas en el universo de Guðmundsdóttir.
En verdad, la gira ‘Cornucopia’ que desarrolla estos días es anterior a ‘Fossora’, comenzó en 2019 como residencia en Manhattan dado su carácter teatral, y bajo la supervisión de la directora de cine Lucrecia Martel. El disco asociado a ella es en realidad ‘Utopia’ (2017), sin duda el más complicado de toda su carrera, lo que no le impide recuperarlo casi en su integridad total, en un recinto grande como el WiZink Center, frente a una multitud de 8.500 personas. Con la deferencia de poner sillas a todas ellas, eso sí.
Varios mensajes marcan el camino de este show, el único que recuerdo haber visto en la capital comenzar a las 20.00 en punto de la tarde, en horario europeo. Una voz en off recuerda poco antes que a Björk le «distrae» el uso de teléfonos móviles durante el concierto. Fotos se colgarán en su página web, al término del show, nos consuelan. La advertencia surte más efecto del que parece: digamos que reduce en un 90% las grabaciones desde el foso. Si pensabas hacer 10 fotos o vídeos de los muchos momentos mágicos del set, terminas haciendo 1 y a hurtadillas. Con vergüenza. Otro mensaje proyectado en inglés ya a mitad del show nos habla de la importancia de actuar a tiempo por un mundo más verde, de la necesidad de unir ciencia y tecnología y del protagonismo que tendrán las mujeres en el camino hacia el bienestar del mundo. Y finalmente, por si no había quedado claro, se proyecta un vídeo de Greta Thunberg en el que la joven nos habla de la lucha a su edad, del futuro que puede que no conozcamos, de no dejar para mañana las actuaciones contra el cambio climático, de reconocer que estamos en una grave crisis.
Estos mensajes sirven para enmarcar y dar contexto a un viaje a un mundo que podríamos considerar de fantasía, pero que en realidad está inspirado en la naturaleza. Era ‘Utopia’ un disco en el que «los pájaros suenan como sintetizadores, los sintetizadores como flautas, y las flautas como pájaros», lo que explica muchos de los sonidos que preceden y acompañan al show. Una tarima grande se eleva sobre el escenario principal, y una segunda un poco más hacia delante se sitúa más cerca del público. Sobre la primera suele danzar el sexteto de flautas Viibra, a veces más un cuerpo de bailarines en su coreografía cuidada al ritmo de la música. La segunda suele ser el pequeño truco escénico para que Björk conecte algo con la audiencia, de vez en cuando. Aunque en general, ella parece más cómoda oculta en su vestuario de detalles en rojo, y detrás de una cortina de flecos que consiente proyecciones, y que no para de abrirse y cerrarse repetidas veces a lo largo de todo el show.
Quizá demasiadas. Björk pone por delante de sí misma el obtuso mensaje de las proyecciones de Tobias Gremmler, una colorida amalgama que alude al mundo natural y biológico, y que sólo los científicos podrían determinar si lo hace de manera abstracta o en verdad realista. En ‘Blissing Me’, una especie de acuario aparece en el escenario para servir de instrumento.
El percusionista Manu Delago, al arpa Katie Buckley, y Bergur Þórisson en la parafernalia electrónica sirven de base para un show sin grandes coros -al menos en Madrid- del que es muy difícil adivinar cuán orgánico realmente es. En ocasiones suenan instrumentos de cuerda y alguno de viento que no verás en ningún lugar sobre las tablas, y ya puestos en el camino de la duda, el sonido es demasiado alto y perfecto como para estar siendo ecualizado en directo por alguien. Pero si hay exceso de lata, está muy bien disimulado. Y eso es gracias a la atención que es capaz de acaparar Björk.
Tras haberse dejado la piel en proyectos tan experimentales como ‘Vespertine‘, ‘Medúlla’, ‘Volta’, ‘Biophilia‘ o ‘Vulnicura‘, unos más acertados que otros, pero todos justificados en su desafío a los cánones del momento, la voz de Björk continúa siendo la que nos derritió vivos en ‘Debut’, ‘Post’ y ‘Homogenic’. Anoche, en Madrid, estuvo especialmente escalofriante, atreviéndose incluso a sonar a capella en ‘Show Me Forgiveness’, rebotando hasta en el último rincón del WiZink Center. Pocas veces he oído una voz tan bonita, tan emocionante y tan bien proyectada en este recinto. A riesgo de que me falle la memoria y alguien ose pronunciar algún nombre, voy a decir que ninguna.
Lo que nos lleva a la frustración de lo que podría hacer con ella en más momentos a lo largo de estos 90 minutos de show. Puestos a ignorar sus primeros discos, qué menos que haber interpretado ‘stonemilker’ o ‘Black Lake’, las dos canciones que cortaban el hipo de ‘Vulnicura’. Por supuesto, este desgarro por desamor y despecho, no encajaba en el show conceptual. Prefiere ‘Notget’. Puestos a incluir unas pocas canciones del reciente ‘Fossora’ en el repertorio, qué menos que recrearse en los beats de techno gabber de temas como ‘Atopos‘ y ‘Fossora’. No: aparecen un poco a correprisa, si bien con taconeo salao de Björk sobre la tarima más cercana. ‘Pagan Poetry’ corta el hipo y pone todos los pelos de punta reproducida tal y como sonaba en ‘Vespertine’ (¡por fin!). Y cuando estabas a punto de llorar en el cénit de la canción, la corta para pasar a otra cosa. Por ejemplo, a algo llamado ‘Losss’.
El troleo se completa con un final abrupto, unos minutos antes de tiempo, con Björk además tropezando o dejando caer accidentalmente un micro que genera un pequeño estruendo. De sus canciones más populares ha sonado únicamente una apabullante ‘Isobel’ y una deconstrucción de ‘Venus as a Boy’, irreconocible en su reducción a flauta. No había más canciones en sus «greatest hits» aptas para el show conceptual de Björk. Así que disfruto como un enano escuchando opiniones a la salida del recinto. Pregunto a todo aquel que puedo. Mi opinión favorita es la del que no entiende nada de lo que ha visto pero afirma ser consciente de haber presenciado algo único y hermoso. Algo trabajado hasta la extenuación escénica y al mismo tiempo libre. De hecho, el repertorio de Lisboa unos días antes no había sido el mismo. Matthew Arnold definió en el siglo XIX la «alta cultura» como «el empeño desinteresado por la perfección del hombre». ¡Empeño! ¡Desinteresado! ¡Perfección! Cambie «hombre» por «mujer» y encontrará la fotografía de la carrera de Björk durante este siglo.