«Todavía tengo tu sabor en la garganta» es una de las frases más potentes del tercer disco de Travis Birds, una autora de nuestro país criada entre discos de Pereza y Estopa. La rumba puede asomarse por sus composiciones, tanto como un ska o un rock’n’roll. Estamos hablando de canciones que cambian de palo y de ritmo incluso antes de acabar, pululando por diversos subgéneros del pop-rock de nuestro país y Latinoamérica. Travis Birds recuerda sobre todo a los años en que la canción de autor de solistas y grupos como Bebe y Los Rodríguez vendía 500.000 copias en nuestro país, y parece cuestión de tiempo que ella dé también ese salto gracias a un anuncio, a una banda sonora, a una colaboración adecuada o a lo que sea.
Hablan -decía- las canciones de este álbum de deseo, de anhelo, de un amor que no fue bien pero aún recordamos y también de tormento y paranoia. La canción titular de ‘Perro deseo’ es sobre despertarse en un día normal, pero notarse «fuera de contexto». En ella, Travis Birds «pelea con las bestias de su propia fantasía». En sintonía con la imagen sucia de las «ratas que nos comen el cuerpo», la producción va presentando distintos niveles de intriga y distorsión. ‘Una romántica’ parece un tema más luminoso por melodía, pero la cabeza vuelve a jugarnos una mala pasada, idealizando a alguien de nuestro pasado, sin que «nada en algo coincida con la realidad». Al final, parece que no obstante logra primar la cordura: “me he acordado de por qué ninguna vez nos ha dado por llegar a nada más”.
‘Peligro’ versa sobre nuestra atracción hacia el mal, siendo un rock que se transforma en ska. Y el single ‘Mis aires’ es un agitado paseo por Madrid en el que la rueda de acordes a la guitarra y las palmas son pura liberación, en contraste con «el tormento que eres tú» en que deriva la composición.
Si ‘Grillos’ con Leiva luce como una sencilla propuesta de amor («si prefieres nos quedamos en mi habitación, y cogiditos de la mano, escuchamos los grillos, que ya están tocando»), el dúo ‘Urgente’ con Depedro suena más oscuro, incluso con ese aire a bolero, llevándonos hacia un final de disco más bien amargo. ‘Oruga’ podría llamarse «Cuando salgas, cierra la puerta bien», con uno de los mejores estribillos del álbum («que no me quede ni rastro de ti, que no te pueda volver a ver») y unas guitarras eléctricas influidas por los primeros Radiohead, los de ‘Creep’ y ‘Pablo Honey’. Después, el álbum se cierra con ‘Canción del valle’, un tema inspirado en ‘Bodas de sangre’ de Lorca, resultando ciertamente teatral en su ambientación.
Hay un momento en esa última pista en que la voz de Travis Birds recuerda a la de Luz Casal. Son canciones que pueden llegar a un público tan amplio y universal, incluso fuera de nuestras fronteras. No existen etiquetas ni géneros en el mundo de Travis Birds, si bien y pese al uso de algún que otro sintetizador, llama la atención el uso de vientos, trompetas, metales. Sobre ellos, el mayor atractivo de sus composiciones es su cercanía con el oyente, y su pasión. Incluso narrando un amor desde el escenario, ‘Cuando Satán vino a verme’ contiene frases que nos resultan increíblemente familiares: «No sé ni tu nombre y ya estoy loca por ti».