Música

La «opereta» de Magnetic Fields: un emocionante repaso antológico

Quien se hubiese interesado en husmear los setlists del tramo veraniego de la gira de los Magnetic Fields por los EE.UU. comprobaría si asistió a alguno de sus recientes tres conciertos en España que el set interpretado era idéntico: 30 canciones escogidas de toda su discografía, tocadas en el mismo orden. 27 del tirón, falsa despedida, y tres bises.

Lo que podría parecer un spoiler resultaba ser en realidad todo lo contrario: el carácter teatral de buena parte de la música del grupo -emparentada tanto con el pop con la tradición del gran cancionero americano- otorgaba a esta previsibilidad una sensación parecida a la de ir a ver una ópera conociendo el libreto.

Así pues, un teatro ligeramente decadente reconvertido en sala de conciertos con un íntimo encanto (la sala Oasis de Zaragoza) resultó este domingo el emplazamiento idóneo para un concierto de este colectivo de nerds románticos comandados por Stephin Merritt. El planteamiento escénico, el previsible: músicos sentados, instrumentos mayormente acústicos, Merritt a la derecha, y todo con un volumen razonable pero nunca atronador, lo cual suponía una triple ventaja: no sobrecargar el dañado tímpano de Stephin, producir la música a un nivel perfecto para lograr la sutileza, y mantener a lxs fieles de la banda (de por sí ya volcadxs) con una atención y un civilizado silencio tan de agradecer.

El repertorio se desgranó a lo largo de una maravillosa hora y media como una cascada de magia y precisión. El hecho de que las piezas de los Magnetic Fields tiendan a la brevedad (especialmente las varias selecciones de ‘Quickies’) propició que por momentos los flashazos de belleza y genialidad fueran abrumantes secuencias de joya tras tesoro, sorpresa tras emoción, a menudo al borde de la risa y de la lágrima. Daba igual que fueran canciones bien conocidas o secretos “album tracks” que ya no recordabas de discos tan extensos como ‘50 Song Memoir’: la inmediatez de las tonadas de Merritt, su asombrosa facilidad para una nueva melodía simple y perfecta, podía conmoverte tanto como ese clásico que llevabas décadas esperando oír en directo… y cantar (pero bajito para no molestar).

Así pues, en esa ametralladora musical y emocional en cámara lenta hubo espacio (y perfecta coherencia) para selecciones históricas como la casi inicial ‘I Don’t Believe in the Sun’, o para joyas de los inicios como ‘Love Goes Home to Paris’, ambas canciones de amargo desencuentro amoroso. O para piezas más recientes que, interpretadas junto a las viejas, cobraban de repente sentido y sorprendente clasicismo: caso de la totalmente fascinante ‘Kraftwerk in a Blackout’ o la coreada ‘The Day the Politicians Died’ (“miles de millones rieron y nadie lloró / el día que los políticos murieron”). Incluso para clásicos que sonaban como los esperabas (la casi sagrada ‘Come Back from San Francisco’, cantada exquisita y emocionantemente por Shirley Simms, una de las mejores melodías del canon de Magnetic Fields), pero también para fascinantes variaciones.

Algunas de las numerosas selecciones del ‘69 Love Songs’ fueron las más cambiadas, posiblemente anticipo de la gira que se avecina en 2024 (re)interpretando el disco en su totalidad. Así, una espléndida ‘The Book of Love’ sólo con violoncello y voz resultó completamente bella e hipnótica, perfecta para entender cada palabra de su poesía emotiva y cómica (“el libro del amor es largo y aburrido / no hay quien lo pese, al maldito / Está lleno de estadísticas y datos y cifras / E instrucciones para bailar / Pero… me encanta cuando me lo lees”. ‘All My Little Words’ (celebradísima) sonó preciosa en la voz y ukelele de de Shirley, quien fue durante todo el concierto sostén y cómplice-con-la-mirada de un Merritt cuyo gesto de aparente confusión o tristeza contrastaba con el aplomo de sus interpretaciones, sosteniendo las canciones con su bajo vocal indestructible, entre emocionante y sardónico.

La presencia escénica de la banda ciertamente era singular: el semblante del líder (posiblemente producto de su síndrome de Asperger) y su curiosa postura interpretativa se reposaban en la mirada concentrada y voz jubilosa de Shirley, triangulando con la elegancia y compostura zen de Sam Davol al violoncello. Detrás, el más expresivo y sonriente Chris Ewen con el teclado y lanzando las nunca agresivas bases rítmicas, junto a la guitarra acústica de precisos y bellos arreglos a cargo de Tony Kaczynski. La compenetración de esta tropa tan aparentemente dispar fue otro de los milagros sencillos de la velada: todo sonaba en su sitio, preciso pero nunca mecánico, siempre emocionante. El público se mantenía con una sonrisa hipnotizada y con frecuencia descubrías aquí o allá a alguien echando una carcajada por un verso en particular, o cantando casi privadamente una favorita.

Los estímulos para gourmets de las melodías y la musicalidad fueron constantes: aquí el eco en la melodía de un musical de Stephen Sondheim, allá un destello de Abba. Más de una vez, un “twang” especial en la voz de Shirley que te recordaba que muchas de estas canciones podrían ser versionadas perfectamente por artistas de country.

Conforme la secuencia avanzaba hubo espacio también para que maravillas de su época tecno-pop mutasen en piezas casi totalmente acústicas, alejadas de su orígenes, y sin embargo totalmente deliciosas. Desprovisto de sintetizadores, en ‘Smoke and Mirrors’ Merritt ya no sonaba como el hermano depresivo de Phil Oakey, y la canción se amalgamaba más con el resto del repertorio, menos opresiva y más melancólica en su plasmación del desengaño (y del engaño) amoroso (“humo y espejos / efectos especiales / un poco de miedo, un poco de sexo / eso es el amor”). En ‘The Flowers She Sent’ casi se atisbaron ribetes de folk, otra de las esencias de mucha de la música de los Magnetic Fields una vez rascada la capa superficial de supuesto indie.

Personalmente me impactaron las tres piezas de ‘50 Song Memoir’ que interpretaron cerca del final. Stephin presentó ‘Have You Seen It In The Snow’ como “nuestra canción navideña”, y ciertamente sonó conmovedora en este noviembre. ‘Be True to Your Bar’ se tornó en un increíble himno. Pero el momento cumbre fue la despedida (entre comillas, como se encargó de gesticular Merritt con los dedos en un raro momento de complicidad) con ‘I Wish I Had Pictures’: una canción que tiene tan sólo cinco años pero que cobró el peso de un clásico, con una niebla de añoranza especialmente poética y sincera: “Ojalá conservase fotos / porque todos esos recuerdos se están desvaneciendo (…) Si fuera un artista / dibujaría cada uno de mis días (…) Pero sólo soy un cantante / Y esto es sólo una canción / Y las cosas que recuerdo seguramente no fueron así”. Fue un ejemplo sublime (otro) de la mina inagotable que es Merritt para engendrar nuevas melodías de oro puro con variaciones de los mismos tres o cuatro acordes. Brujería pura.

Tras ello, los tres bises esperados (excelente, festiva y coreada ‘Like a Chicken With Its Head Cut Off’, hermosísima ‘100,000 Fireflies’ conectando emotivamente con el comienzo de la banda en 1991, y la solemne ‘It’s Only Time’).

Cuando los Magnetic Fields anunciaron hace meses la corta serie americana de conciertos en 2024 interpretando la totalidad de ‘69 Love Songs’, un escalofrío de amargo FOMO recorrió las espinas dorsales de medio indie-verso. Incluso cuando posteriormente se anunció esta gira europea con canciones de todos los discos, parecía casi como un premio de consolación frente a ese acontecimiento previsiblemente histórico. Sin embargo, tras el concierto aquí descrito tengo claro que no lo cambiaría por aquello: por magno que sea el «69», poder escuchar un repaso tan ecléctico, caprichoso, sí (todos tenemos favoritas que no han sonado en esta gira), pero a la vez tan increíblemente hilado, esclarecedor del hilo de oro que entreteje el cancionero musical del genio Merritt, fue mucho más rico, y resultó deslumbrantemente bello. Inolvidable.

Los comentarios de Disqus están cargando....
Share
Publicado por
Jaime Cristóbal