Hablando del primer disco en 6 años de Nudozurdo, su artífice Leo Mateos dice que no ha querido «incidir demasiado en una dirección». El autor de alguna que otra canción nihilista habla incluso de «desaparecer», para «evitar la repetición». La descripción más interesante que se le ocurre de ‘Clarividencia’ es la de «un juego que trata de procurar otro tipo de personalidad más poliédrica y compleja parecida a la realidad».
Nudozurdo fueron una banda tan importante en el revival del post-punk, que cuando volvieron vi claro que lo hacían porque había demanda para algo así. Proyectos como Depresión Sonora estaban pegando, y se les echaba de menos como echamos de menos a Décima Víctima o Parálisis Permanente. Sin embargo, el artista nos habla ahora de una personalidad «más poliédrica». ¿Porque así lo mandan las modas? ¡Jamás! Porque así se «parece a la realidad». ¿Otra prueba de que siguen a lo suyo? El single ‘Angel Genetics’, todo un «grower», no está en el álbum.
Los cambios en el sonido de la banda, culminados con la mezcla de Paul Corkett, son sutiles, pero tan evidentes como los que vimos en todos sus discos posteriores a ‘Sintética’. Una grabación orquestada como ‘Úrsula Hay Nieve en Casa’ terminó situándose entre las favoritas del público. Y no sé si Filomena tuvo algo que ver, pero después de todo nadie debería sorprenderse tanto de la evolución que encontramos aquí.
Por un lado, la esencia de Nudozurdo está. Si la intro instrumental de ‘Mil espejos’ es historia de España, los primeros 3 minutos de ‘La Isla del Diablo’ representan el típico pasaje de la banda en el que te quedarías a vivir. Por otro, hay cierta querencia por el indie-rock 90’s no tan asociable al grupo en principio, en composiciones como ‘Elvira / Santuario Combate’ o ‘Bisontes albinos’. Y esta es una de las muchas canciones de Nudozurdo que se preocupan por la identidad («temo que el gran imitador se haga pronto con el control (…) no quiero ser lo que me gusta sino lo que soy»). Deja además uno de los ganchos más tarareables de esta era: «no era una broma… ¡era un presagio!».
De manera un tanto obtusa y aparentemente inconsciente, las indescifrables letras nos sitúan en otra era, gracias al uso de unos campos semánticos que a veces resultan anacrónicos. «Soledad, del sortilegio yo te voy a liberar», asegura uno de los adelantos. Osos nocturnos que quieren hablar, delfines que lloran, ballenas que dejan secas «la piscina del amor», flores extrañas, cofres, jinetes y manzanas Golden son las imágenes de unas letras que apelan muy veladamente a la ecología.
En ‘La isla del Diablo’ alguien busca un reloj mientras Kiev arde (en guerra), mientras ‘Crevillente / La industria del sueño’ se inspira en historias probablemente inventadas de una de las abuelas del artista, de esta localidad levantina. ‘Carta a Nina’ sí introduce el elemento moderno a través de sus «torres de ciberseguridad», sin que la angustia parezca muy diferente.
Los punteos de guitarra, el ligero sinte y el redoble de batería al final de ‘Crevillente’ continúan dejando momentos poéticos de gran altura en la música grabada por Nudozurdo. Una primera parte más árida va dando paso a una cara B paradójicamente reconfortante en su propio desamparo. Las composiciones de Nudozurdo pueden ser tan tristes como para organizar nuestro «propio linchamiento» o versar sobre que solo te dejen ser «un exhibicionista en un tren». Pero al menos el cierre con cuerdas y piano de ‘Cripto Mundi’, suena hermoso. «Miénteme, pero hazlo bien» puede ser una solución aceptable.