Música

Benidorm Fest no logra hacerse hetero (ni era lo que necesitaba)

Benidorm Fest llega a su tercera edición con la sombra de cierto vacío social. Parece que han pasado 100 años y no 2 desde que el programa robara todo el foco mediático. La falta de olfato para dar con una canción que se cuele de verdad en las listas, las condiciones leoninas que tienen que firmar los participantes (lo que espanta a superestrellas), los constantes problemas de realización y sobre todo de sonido, y una aparente cobardía para afrontar polémicas tamaño Chanel, podrían ser algunas de las causas.

Una cobardía que se torna mojigatería cuando compruebas que el programa reserva a la gran Inés Hernand para las altas horas de la madrugada de un martes, para decantarse en su lugar por un guión en el que alguien con pelos en el pubis ha escrito cosas como «hay cuchipandi». «Vamos al turrón», dijo el presentador Marc Calderó, pasadas las once de la noche, cuando allí todavía no había actuado nadie. Y al final lo de menos es que el programa acabe a la 1 de la madrugada, sino que el formato te desvela por completo por acumulación de tensión en sus últimos minutos. Intentar dormir después de verlo es como tratar de echar una siesta después de hacer una prueba de ‘El juego del calamar‘. ¿Queréis un último noqueo? El sábado, que tendrás más tiempo para desbarrar con tus amigos y sobre todo en las redes sociales, la final de Benidorm Fest se emite a las 22.00. Entonces sí que sí.

Si aguantaste el programa, no obstante, hay cosas que siguen en su sitio. Guille Milkyway accedió a ser jurado, y eso que tiene una canción con Miss Caffeina, si bien trató de desviar la atención hacia su admiración por otra jurado, Ángela Carrasco. Ruth Lorenzo tuvo su momento abriendo la gala moviendo las caderas al ritmo de ‘Waterloo’ por el 50º aniversario de la victoria de ABBA. Y qué sería del formato sin la clásica pitada final al jurado. A Angy la salvó el público. Si no, algún miembro habría tenido que volver a salir de la ciudad alicantina suplicando escolta.

La gala de anoche también sirvió como avanzadilla de lo que puede ser Eurovisión 2024. Como el año pasado Loreen ganó en solitario tirada en el suelo, tratando de quitarse una losa de encima, este año un porcentaje elevado de representantes va a tumbarse en el suelo del escenario, tan solo para -¡OH!- levantarse después.

Mención especial merece el intento de heterosexualizar el formato por parte de la organización de Benidorm Fest. Algo que 1) no ha conseguido en absoluto y 2) solo puede considerarse anacrónico cuando estamos viendo la edición más LGTB+ de la historia de OT. Amazon Prime, que no tiene ningún miedo de competir con El Hormiguero (¡el target!) no revela si están viendo Operación Triunfo 2023 hasta 3 millones de personas o solo 300.000 que hacen muchísimo ruido, pero copar la conversación social también es un éxito en 2024, y Benidorm Fest no va a conseguirlo con propuestas como Lérica.

La banda ganadora de la noche fue Nebulossa con su pequeño viral ‘Zorra‘, a punto de asomar la cabeza por el top 200 de Spotify España (no, aún no lo ha logrado). Esta semana vuelve a ser la canción favorita de nuestros lectores, por delante de ‘yes, and?’ de Ariana Grande: puede que mucha gente aún no la conozca o no la entienda, pero a quien le gusta, le entusiasma.

La voz de María Blas sabíamos que iba a ser el punto débil en un programa de estas características, sobre todo teniendo en cuenta que lo segundo mejor del tema es el uso tan cómico que hace del Autotune. Así, en la segunda estrofa de la canción, se escuchaba mucho más a un grupo de tíos desde el público gritando «soy más zorra todavía» que a la artista, y ese es el gran éxito y el gran fracaso de la actuación de Nebulossa. Aun así, el grupo, que partía de una posición muy modesta (2000 oyentes) sobrevivió con una propuesta que muy acertadamente devanea entre la estética puticlub y el Marqués de Sade, pasada por los filtros actuales de Kim Petras y Sam Smith. Suman la energía de la batería y los bailarines con corsé y tacones. Ya dijeron ellos mismos que su éxito era llegar a la final, y lo logran por la puerta grande, además con el inesperado apoyo del jurado. ¿Pero cuántos puntos les dio Carlos Baute?

La gala empezó muy heterosexual, con las actuaciones de Lérica y Noan, pero se clasificaron casi todas las actuaciones más mariconas (al menos todas las que cabían). A Lérica no les debió de beneficiar mucho que en su vídeo de presentación Tony se presentara como hermano de Abraham Mateo. Abraham Mateo, 24 horas después de actuar en la Gala 9 de OT, estaba allí también para actuar junto a Vicco, y a la gente estas cosas le huelen a enchufismo y colegueo. La presentación de ‘Astronauta’ tuvo alguna buena idea, básicamente los giros de la nave, más Black Eyed Peas que Avicci, pero después sobraron combas imaginarias, acrobacias repetidas y esa DJ que parecía puestísima de algo y desde luego no de esos cubatas con un líquido azul que no tocarías ni con una pajita. Faltaron voces y actitud: ni el dúo quiso beberse tal cosa.

Noan explicó que recibe su nombre de NOel Gallagher y ANthony Kiedis, lo cual es tan buena idea como haber llamado esta web Rolling Deluxe o Mojo Sonoro. Por un momento pareció que la invención de algo así como el «bedroom rock» (la actuación comenzaba con él en solitario en su cuarto) podía funcionarle, pero a esas horas de un martes, el público que compra discos de Blink 182 tenía mejores cosas que hacer que gastarse su dinero en votarle. Su camiseta «Thank God for Punk Rock» solo sumó confusión para una performance más lluviosa y tristona que punk rock o satánica. Noan parecía más un fan de Pignoise que de los Rolling. Quizá incluso de Keane o Tom Odell.

La tercera actuación de la noche hacía temer que lo de las superproducciones se saliera de madre. Casi ninguno de los semifinalistas escatimó en dobles alturas, trucos escénicos y/o cambios de vestuario. Nadie quiso jugar la carta del minimalismo, y mucho menos Sofia Coll, que apareció con una cómoda en las tetas, una gorra pastelera en la cabeza y unas caderas postizas tipo Jennifer Lopez debajo de su primer traje. La plataforma circular del principio se llevó una merecida ovación. Después, todo fue un poco demasiado para tan poco tema. En el «break», Sofia intentó ser Chanel y casi lo consiguió durante una pirueta, pero cuando tuvo que volver a subir escalones para culminar la canción, lucía ya agotada, quizá incluso un poco impedida. La segunda estrofa del tema apenas había sido balbuceada, y después de todos los chutes de hyperpop de los últimos años, a quien recuerda ‘Here to Stay’ sobre todo es a Soraya.

Que el televoto haya dado la victoria a Mantra solo puede significar dos cosas: que han votado muy pocas personas, porque las cifras no están acompañando a esta edición en ningún sentido, y que muchas de ellas pasaron un verano en el campamento de Auryn. ¿Por qué si gustaron tantísimo a la audiencia tienen una de las actuaciones menos vistas de esta noche en Youtube? Se vieron lágrimas cuando el grupo entendió que no se clasificaba ni con la puntuación máxima del televoto. Ya era obvio que los números no les daban (porque saben sumar, ¿verdad?), pero la inocencia y la simpatía habían sido las únicas bazas de su set. La letra ni siquiera se había entendido un poquito. Esa subida de medio tono, a estas alturas y en este contexto, tampoco.

El voto demoscópico -que en Eurovisión no existe- sobrevive por alguna razón en Benidorm Fest, como mera pesadilla eurofán. Nadie quiere conocerlo ni escucharlo. Su sola presencia se vive como una amenaza. Es un meterte en la boca del león gratuito, casi como pasear por la plaza pública el día de la manifestación de ese partido político que tanto te odia. Una plaza en la que cuenta lo mismo el voto de una persona que adora Eurovisión, que el de quien jamás lo vería o incluso se aburre tanto que disfruta boicoteándolo. Justo el programa más cuestionado por sus presupuestos en las cuentas públicas, es el que busca la aprobación de España desesperadamente, como quien busca aprobación en una relación tóxica, de manera enfermiza. Anoche ese sinsentido llamado voto demoscópico nos dio una de cal y otra de arena.

En el mayor atentado que se recuerda desde que lo ganó Gonzalo Hermida sin actuar siquiera, el pueblo español estuvo a punto de llevarse por delante a Miss Caffeina. Alberto Jiménez no había estado muy fino vendiendo su canción como un himno sobre ser «demasiado pop para los indies y demasiado indie para la gente pop», como si esta cuestión a la gente de la calle le importase para algo. ¿No habría sido mejor explicar que el tema habla del «qué dirán» de toda la vida? Por lo demás, su canción tan bien construida sí resultó de lo más decente de la noche, aunque fuera por eliminación, y su puesta en escena sí lució como una de las más cuidadas. En algunos puntos de hecho fue la más elegante y moderna (la coreografía de manos, las proyecciones en el suelo, el significado de los bailarines, los primeros planos de Alberto recordando a The Edge en ‘Numb’), con algún margen de mejora también (la bajada de la plataforma, cierta sobrecarga de cosas).

Quique Niza tenía todas las papeletas para pasar desapercibido entre toda esta fantasía electro y pop, y al final quedó último pese a (o debido a) haberse empollado un par de trucos escénicos de Loreen y otro par de Duncan Laurence. No hay nada que odie más una semifinal que un batiburrillo de otras propuestas eurovisivas. ¿Lo mejor? Contar cuántas canciones podían incorporar la frase «me quemaría por dentro» en una sola gala.

Aunque para homenajes a Física o Química, teníamos a la mismísima Angy, que nos dio la alegría en cuanto a voto demoscópico. Hizo, de calle, la actuación más emocionante de la noche. Bueno, la única. Fue la que mejor logró defender un relato: en el vídeo de presentación habló de dialogar con su yo cuando era niña, en la puesta en escena se enfrentó a su imagen gigante y cambiada en un espejo, las bailarinas (que parecían las mismas de Miss Caffeina) bien podían representar el odio o bien el autoodio, su viejo yo.

El tema se llama ‘Sé quién soy’ y su grandeza es que Angy se paseó por el escenario chillando frases como «ya no necesito de tu aprobación», pero con cara de haberla necesitado durante demasiado tiempo. Fernández está usando las guitarras de Avril Lavigne recuperadas ingeniosamente por Olivia Rodrigo para hablarnos de la crisis de identidad que ha vivido por culpa de la industria. Un recuerdo al pasado solo para superarlo, terapia mediante, que la llevó a terminar la noche llorando. Y España con ella (la poca España que estaba viendo esto, quiero decir).

Una de las mayores críticas que se están escuchando esta mañana en torno al formato es que quien gane el favor del televoto no puede quedar eliminado de una semifinal. Chanel solo recibió el 3% del televoto, pero ni gracias a que partimos de ese gravísimo error del público y solo del público, el público tiene la autocrítica suficiente para asumir que se equivoca, y sobre todo que el jurado cuenta el 50% en Benidorm Fest, porque cuenta el 50% en Eurovisión. Si ese fuera el único problema de Benidorm Fest, otro gallo estaría cantando.

Podcast: el declive de Benidorm Fest:

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Publicado por
Sebas E. Alonso