“¿Puede ser que sean conscientes (de sus limitaciones) pero prefieran sacrificar la belleza a favor de la creatividad y la experimentación?” Es la pregunta que se hace Alberto Varelo (aka ttrraaccaa) acerca de Flos Mariae en una entrevista reciente con este medio. Varelo reconoce que las hermanas Bellido Durán no son grandes cantantes ni compositoras y que muchas de sus canciones transmiten lo contrario de lo que pretenden, pero valora su falta de prejuicios y temor “a probar diferentes géneros y a experimentar con melodías y ritmos”. Sobre todo, de Flos Mariae, Varelo admira su honestidad, pues remarca que no existe “un ápice de pretenciosidad en su propuesta”. Dice que donde Virgen María “juega a hacerse la moderna”, la propuesta de Flos Mariae es “auténtica y vanguardista”.
La pregunta de Varelo ya la ha respondido la historia más veces de lo que probablemente nadie pueda contar: Flos Mariae no existiría si fuera “consciente” de que su música no sigue los parámetros convencionales. Si fuera consciente de ello, o si siguiera las reglas a propósito, sería Stella Maris. Y todos sabemos cuál de estos dos grupos es icónico de verdad.
Flos Mariae es un grupo “outsider” que encaja perfectamente en los parámetros de esta categoría musical caracterizada por artistas que operan completamente en los márgenes de la industria musical y que, aún sin saber cantar ni tocar instrumentos de manera “correcta”, palabra clave a la que volveremos más adelante, deciden hacer música igualmente siguiendo su propia necesidad sincera de expresión. A veces esa música llega a una audiencia y, otras, no.
Por supuesto es obligado recalcar la diferencia entre esos artistas que, como describe Varelo, dan “palos de ciego” ignorando toda noción de teoría musical, como Montserrat Bellido Durán o, en Estados Unidos, Rebecca Black en la época de ‘Friday’, de aquellos que habiendo más o menos aprendido a componer de manera autodidacta aún han sabido crear música que vale la pena escuchar. Daniel Johnston, icono outsider por excelencia, es autor de -al menos- una de las canciones más bonitas jamás escritas, ‘True Love Will Find You in the End’. Y aunque en la obra de Johnston prevalecen las maneras de un amateur, su sensibilidad se aprecia incluso en sus composiciones peor grabadas. Algo que puede decirse también de artistas españoles como Primogénito López, su sucesor Marcelo Criminal, o la pionera Kiki D’Akí. Pero lo que hace que un artista sea “outsider” les une a todos ellos.
¿Pero cuál son los requisitos? No está tan claro. En el foro musical Rate Your Music se listan algunos posibles requisitos: la música debe estar hecha por artistas que “no son conscientes” de sus propias peculiaridades y la música en cuestión debe ser “inepta pero sincera”, “pretenciosa” o, en algunos casos, haber sido creada por personas que padecen algún problema de salud mental. No entra ni la “música cómica”, ni ninguna “rareza de vanguardia”, ni la música que sea “simplemente mala”. Por supuesto, la realidad es más compleja y algunos de estos requisitos se solapan necesariamente. Estas categorías les sirven a las tiendas de discos para vender vinilos de Jandek (si es que los tienen) o Syd Barrett pero desde luego música outsider también es el disco de Farrah Abraham que sonaba a witch-house supuestamente sin pretenderlo, o la copla mal cantada de Rebe. Y cuando profundizamos en la historia, más compleja se vuelve la cuestión.
El gran precedente de Flos Mariae en la historia de la música (a menos que alguien descubra uno español, ojalá) es The Shaggs. Este grupo, compuesto por tres hermanas de Estados Unidos, se formó en 1965 por insistencia de su padre, Austin, quien, convencido de que su madre había adivinado que se convertirían en estrellas de la música, les hizo ensayar y tocar en directo durante años. Ni por esas aprendieron a tocar, pero publicaron un disco, ‘Philosphy of the World’, que gracias al boca a boca se empezó a conocer como el “peor disco de rock de la historia”. Sin querer, ‘Philosphy of the World’ anticipó la explosión garage de los 60, el twee-pop e incluso el punk, o eso dijeron algunos críticos.
Previa a la llegada de ese peor disco de todos los tiempos que hoy seguimos recordando con curiosidad -y que las revistas especializadas abrazaron- es la figura de Florence Foster Jenkins, soprano estadounidense que, durante los años 20, se hizo popular básicamente por no saber cantar. Jenkins grabó música e hizo carrera precisamente gracias al efecto cómico que provocaba en el público cuando cantaba en directo. Era considerada la “peor cantante de ópera del mundo”. La video-ensayista y Youtuber estadounidense Natalie Wynn, conocida por el alias de Contrapoints, analiza la figura de Jenkins en su mejor vídeo, ‘Cringe
’, en el que ahonda en el concepto de vergüenza ajena. Wynn diferencia la vergüenza ajena del cringe, al que llama “vergüenza vicaria”, una forma de “empatía” que nace de un ridículo percibido a los demás, a través de sus acciones, al que respondemos de manera “solidaria”, pero del que ellos no son conscientes. Jenkins solo se dio cuenta del ridículo que hacía cantando cuando actuó en Carnegie Hall y leyó las valoraciones de los críticos en la prensa. De repente, Jenkins se vio a sí misma como la veía el resto del mundo. Y seguro que no le hizo ninguna gracia.Pero los artistas “outsider” no dan necesariamente vergüenza ajena como Flos Mariae o Rebecca Black. Muchos de ellos crean música verdaderamente bella y valiosa aunque sus formas de creación no sigan métodos convencionales. Aunque convencionalmente no “canten bien” o toquen instrumentos correctamente. Porque la música de Jandek sigue creando fascinación muchas décadas después aunque la gente sea incapaz de dilucidar si toca la guitarra de esa manera a propósito o no, aunque otros digan que suena “como tener un pelo en el ojo” y aunque encontrar una canción sublime en su extenso repertorio sea como encontrar una aguja en un pajar. Y la música de Rebe goza de una considerable aceptación, pues la artista agota entradas y existencias de vinilos. Y el suyo es un estilo absolutamente personal, ajeno a modas, innovador a su manera. Y polarizante, también y por qué no decirlo. Como la de Daniel Johnston. Porque todo lo que diga Kurt Cobain no va a misa. La música de Johnston desorienta en una primera escucha. Pero cuando la aprecias lo haces de verdad.
Precisamente los artistas outsider innovan porque no siguen las reglas. Juegan en su propio campo. Lee “Scratch” Perry, pionero del “dub”, es conocido por ser un outsider. Algunos de estos artistas son descubiertos tocando en la calle a cambio de limosna. Wild Man Fischer, un hombre que padece esquizofrenia paranoide, posee un talento que Frank Zappa decide potenciar fichándole en su sello Bizarre Records (creado para dar salida a este tipo de artistas poco convencionales). Fischer cantaba de manera “errática”, a su bola, y llegó a publicar varios discos aunque pasó gran parte de su vida institucionalizado. The Space Lady también da sus primeros pasos en la música tocando en la calle, fiel a su mono espacial y a su casco con alas. Es evidente, escuchando canciones como ‘Synthesize Me’, que Susan Dietrich posee una mínima noción musical, pero desde luego es más amateur que Captain Beefheart aunque a este se le considere ejemplo de artista outsider por grabar un tipo de rock inusual, y desde luego nunca ha gozado del mismo reconocimiento.
Las líneas que separan la música outsider de la que no lo es son difusas, pero el escritor Irwin Chusid, que analiza el fenómeno en su libro de 2000 ‘Songs in the Key of Z’ (2000), separa a los artistas que son “raros” a propósito, como Frank Zappa, de los que lo son de manera inconsciente, como el querido Wesley Willis o Malinda Jackson Parker, congresista liberiana que grabó un disco canónico de la música outsider, ‘The Liberian Landmark Joy’ (1971), compuesto por canciones como ‘Cousin Mosquito’ tan evidentemente amateur como admirables en su sincera inocencia. A Joe Meek se le considera outsider igual que a Lucia Pamela, a pesar de que ambos eran músicos profesionales. Excéntricos, eso sí. Los dos innovaron mirando hacia el espacio exterior.
De manera significativa, Chusid diferencia la música outsider de la «incorrecta». Esta segunda es «creada con la intención de provocar reacciones negativas». No es música sincera. No es Leona Anderson grabando un disco llamado «música para sufrir» en 1956. No es el «Velaske, yo soi guapa». Es Los Ganglios haciendo música tremendamente interesante aunque sus vídeos amateur tengan un evidente componente de humor. Es Tiny Tim cantando exactamente como promete su nombre… y logrando un hit multimillonario siendo un vocalista -masculino- completamente atípico.
Quizá la gran diferencia que separa a los músicos outsider de los que no es la experiencia de disfrute y curiosidad que puede generar su música. Y esa experiencia es estética y no pasa por la comedia. Entonces es difícil considerar a Florence Foster Jenkins una artista outsider a pesar de que se convirtiese en una artista «de culto» y no fuera consciente de sus limitaciones vocales, porque su carrera básicamente se basó en la burla que los demás hacían de ella. Y no es burla lo que provocan la discografía de Johnston o las grabaciones de Jet Lady aunque esta a duras penas lograra sostener una nota en el aire más de un segundo. En realidad es admiración lo que ellos generan porque demuestran que en los inhóspitos callejones de la industria musical, allá donde casi nadie se atreve a ir, aún es posible encontrar música verdaderamente valiosa que existe al margen de una industria que fabrica artistas como cromos. Ahí es donde Flos Mariae -salvando las distancias- también pueden convertirse en objeto de admiración.