«Don’t forget me / Please don’t forget me / Make it easy on me just for a little while / You know I think about you / I hope you’ll think about me too» cantaba Harry Nilsson en una de las baladas más bonitas de los años 70. Una canción que ha tenido mil vidas, pues ha pasado por las voces de Macy Gray o Neil Diamond y, últimamente, ha sido citada por Lana Del Rey en una de sus últimas composiciones.
‘Don’t Forget Me’ es también el título del tercer disco de Maggie Rogers. Es, por un lado, un metacomentario sobre ese difícil tercer disco de cualquier artista. Aunque sea de manera involuntaria, Maggie está diciendo: no te olvides de mí, sigo teniendo algo que decir.
Por otro lado, la referencia a ‘Don’t Forget Me’ expone directamente las influencias que Maggie Rogers maneja en este nuevo álbum. Viéndola en las fotos que sube a Instagram escuchando música en un reproductor de cintas de casete, da la impresión de que Maggie prefiere vivir en otra época a la actual. En ‘Don’t Forget Me’ esa nostalgia le sienta bien… cuando no parece una estética sin más.
Concretamente a la canción de autor de los años 70 suenan muchas de las canciones incluidas en ‘Don’t Forget Me’. Inspiradas en la propia vida de Maggie Rogers, pero haciendo uso también de historias ajenas o directamente inventadas, la autora de ‘Alaska’ ofrece en ‘Don’t Forget Me’ un agradable compendio de canciones de pop-rock teñidas de Americana y country que escuchar, en palabras de su autora, durante un «viaje de coche de domingo». Guitarras acústicas, baterías y el ocasional banjo acompañan su madurada voz, que suena mejor que nunca.
Cuando lo escribía, de hecho, en la mente de Maggie emergió un personaje, una “chica que emprende un viaje de carretera a través del sur y el oeste de Estados Unidos”. Durante ese viaje, Rogers piensa en los males del mundo en ‘It Was Coming All Along’, reflexiona sobre el amor en la bonita -y cruda- balada ‘I Still Do’, sobre el sexo en la rockera ‘Drunk’ o sobre los recuerdos, en ‘The Kill’, de una relación donde ella y su pareja solían «escuchar canciones de indie rock en el coche». La inevitable ruptura vino después.
Los ecos a Sheryl Crow, pero también a Michelle Branch, Kacey Musgraves o por supuesto Fleetwood Mac, emergen de un lado a otro del disco apoyadas en una producción humilde y sencilla que, elaborada mano a mano con el artista de country Ian Fitchuk, co-productor de ‘Golden Hour‘ (2018) de Musgraves, realza la calidez de la voz de Rogers. Sin embargo, raramente las melodías de Maggie puedan competir con las de los clásicos de todas estas artistas.
Curiosamente, el disco está secuenciado en el orden en que las canciones fueron escritas y la mejor de todas es la pista final, ‘Don’t Forget Me’, lo cual da a pensar cómo sería el disco si Rogers hubiera seguido componiendo a partir de esta última canción. La realidad es que el álbum se escribió en exactamente cinco días, a dos canciones por día. En este breve periodo de tiempo, Rogers firmó melodías tan firmes como la de ‘So Sick of Dreaming’, pero también otras más endebles como las de ‘If Now Was Then’ o ‘Never Going Home’, que, durante un viaje en coche, pasarían a un segundo plano.
Tanto cuando se pone trotona, como en ‘The Kill’, como cuando se desnuda completamente en el formato balada, como en ‘All the Same’, Maggie Rogers demuestra exactamente qué disco ha querido hacer en ‘Don’t Forget Me’. Sin embargo, aunque las canciones se suceden en todo momento amables y agradecidas, en el repertorio se echa en falta un clásico a la altura de ‘Light On’ o ‘Horses’. Sobre todo, las composiciones habrían agradecido un músculo melódico mayor para hacerlas verdaderamente… inolvidables.