‘Like I Used To‘ no es solo el nombre del temazo de Sharon Van Etten y Angel Olsen, también es el disco por el que conocimos a Lucy Rose hace una década. Después del más flojillo ‘Work it Out’ vendrían su salida de Sony, su gira autogestionada por Latinoamérica y la publicación dentro del sello independiente Communion de dos discos (‘Something’s Changing’ y ‘No Words Left’) justo antes de la pandemia y del suceso doble que cambiaría su vida por completo: su embarazo, sí, pero también la enfermedad rara que le acompaña desde entonces. Una forma de osteoporosis inducida por embarazo de la que hay pocos casos descritos pero que, desde luego, existe.
Poco después de dar a luz, a Rose empezó a dolerle muchísimo la espalda. Cuando iba al médico, le decían que era psicosomático y, cuando sugirió hacerse una resonancia, le dijeron que se calmase un poco. Meses después de un dolor intenso que no se iba (“me daba vergüenza no poder coger a mi hijo en brazos cuando lloraba, pero es que ni siquiera podía escupir la pasta de dientes”, cuenta) y harta de que, cuando comentaba que su fisio le sugería que podía haber una vértebra rota, rechazaran esa posibilidad sin hacer pruebas y trataran sus dolencias como una actitud histérica de madre primeriza, se acabó dejando el dinero en una resonancia pedida por ella misma… que reveló que tenía ocho vértebras rotas. A partir de ahí, la cantante afrontó una larga rehabilitación, se puso en contacto con asociaciones de personas afectadas por la misma patología, y, claro, no pudo sentarse al piano para escribir durante mucho tiempo. Muchas veces, de hecho, no podía levantarse de la cama.
Lucy ha insistido en la ayuda que recibió del rapero Logic, de Paul Weller y de Kwes. para retomar su carrera artística cuando empezó a sentirse mejor. Por limitaciones de presupuesto, solo hubo dos días de grabación en el estudio y, aún así, Lucy Rose se las ha apañado para dar a luz (jé) al que probablemente sea el mejor disco de su carrera. Lleno de referencias a todo este proceso que hemos comentado, hay algo curioso en ‘This Ain’t the Way You Go Out’. Pese a que su predecesor (‘No Words Left’) ya trataba su maltrecho estado mental previo a esta enfermedad, en esta ocasión hay un marcado carácter luminoso en el sonido, e incluso, a veces, en las letras.
“I blame myself for being so weak / but this brave body is still carrying me”, canta en el corte titular. En ‘Could You Help Me’, sobre su experiencia con los médicos, canta: “Could you help me? Well, I’m fighting my way through each day / Could you see me? Could you fit me in your busy day? / Seems like no one believes my mind”. ‘Whatever You Want’ es bastante clara respecto a la relación entre su enfermedad y su embarazo (“A miracle, a disaster, all in one foul swoop”); ‘Life’s Too Short’ y ‘No More’ tratan sobre el aislamiento y la decepción con algunas amistades que puede conllevar una enfermedad, y en ‘The Racket’ tira para adelante cantando “You can’t break me down, I won’t let you bring me down / take a deep breath / cause I’m still picking up the racket / and hit the ball”. Precisamente esta canción, encargada de cerrar el disco, es uno de los mejores ejemplos de lo que significa este disco en el sonido de Lucy Rose: empieza como una canción de Norah Jones
y acaba como una de St. Vincent.El piano es más protagonista que nunca en este disco, pero la unión entre Lucy y el productor Kwes. (a quien, aparte de por su carrera en solitario, se le conoce por su trabajo para Kelela, The xx o Solange) consigue que nunca se haga monótono: hay a lo largo del tracklist toques psicodélicos (como en ‘Whatever You Want’) o distorsión de guitarras (‘Could You Help Me’), ‘No More’ recuerda -salvando las distancias- a ‘Teardrop’ de Massive Attack, los arreglos de piano de ‘Dusty Frames’ son una preciosidad y, si te pones, incluso la percusión de ‘Sail Away’ está a un remix de ser jungle. Es para estar orgullosa del resultado, pero Lucy explica que, aunque lo está, todo el rato tenía una voz diciéndole que ya no era relevante, que nadie iba a querer escuchar el disco, y las frases de algunos amigos tipo “qué campeona, ¡vas a intentarlo pese a todo!”, en vez de ayudarle, le hacían sentir patética, como cuando le intentaban consolar diciendo que quizás tenía que pasar por esto para sacar arte de ahí: “¡Cómo me dolía oírlo! Por mucho que ame la música, te aseguro que si pudiese volver atrás y no pasar por todo esto, lo preferiría un millón de veces”.
Lucy también había asumido que no podría volver a ser madre. De hecho, estuvo a punto de tener confirmación absoluta: los medicamentos que le dieron para el dolor tenían ese efecto secundario y, de no ser por la información que le dieron en las asociaciones, y que le hicieron preguntar por una pastilla alternativa, ahora sería estéril. Afortunadamente, sus expectativas de hace un par de años no son las actuales: ha anunciado que está embarazada de su segundo hijo, ha sacado el mejor disco de su carrera, y está a punto de volver a dar conciertos cuando hace poco no podía ni levantarse de la cama. Como dice en una de las canciones de este disco, “it ain’t over till we say it’s over”.