El viernes en Sónar de Día es una caza de nuevos talentos. Mientras en SónarVillage UTO anima el ambiente con su funky bailongo, en el Park AMORE da vueltas en torno a su tierno sonido de bedroom pop digital empapado de autotune. María Moreno, que acaba de colaborar con Amaia, presenta las canciones del que será su disco de debut, mientras los visuales que se proyectan en pantalla se ciñen a la «internet aesthetic» presente en todo su proyecto.
Pero apetece caña, y caña es lo que nos da Ela Minus en el SónarHall. A juzgar por la cantidad de gente congregada en su escenario, el deseo es compartido. Minus, que no saca disco hace cuatro años, presenta nuevas canciones, y suenan de lujo. Ella sigue apegada a su mezcla de ritmazos tecno y melodías pop, básicamente gritadas encima de la base, y presenta un show afilado a cierta estética oscurantista que le va como anillo al dedo.
Opiniones diversas con la presentación de Verde Prato en el Complex. Eso siempre es bueno, ¿no? De la renovadora folk de ‘Kondaira eder hura‘ ya no queda nada. Con su segundo trabajo, ‘Adoretua‘, Ana Arsuaga se ha transformado en una artista diferente.
Sobre el escenario, Arsuaga actúa sola, únicamente acompañada de su teclado y de su micrófono. Una sensación liminal, de extraño vacío, invade el ambiente: el escenario parece inmenso detrás de ella, mientras ella canta como si estuviera sola en su habitación. O como si se hubiera quedado sola en el karaoke, a altas horas de la noche. Da la sensación de que el público no debería estar allí. Sus canciones, estiladas en un somnoliento dream-pop lo-fi con bases programadas, poco a poco te van dejando embobado. La figura de Verde Prato -salvando las distancias- asemeja la de Julee Cruise en ‘Twin Peaks’: comparte con ella cierta dosis de glamour surrealista. Y el concierto parece directamente una escena de la serie: a David Lynch se le habría ocurrido algo parecido.
Mientras en SónarHall Surgeon revienta el escenario con su tecnazo clínico acompañado de Speedy J, con quien presenta el brutal show ‘Multiples’, en el siempre revelador Stage+D la combinación de tecno y coreografía deja sin aliento. Se trata del show ‘CORTEX’ ideado por el Kianí Del Valle Performance Group y, en este caso, son los bailarines los que roban completamente la atención sincronizándose en una coreografía llena de expresiones exaltadas y enloquecidas que respondeN a la brutalidad de la música.
En la jornada del viernes en Sónar hubo dos platos fuertes y no pueden ser más diferentes el uno del otro. Air presentaron su disco de 1998 ‘Moon Safari’ sumiendo al público en la calma total. Y Jessie Ware lo volvió a levantar ofreciendo un show disco con todas las de la ley, tocando inmediatamente después. Del letargo pasamos a la euforia.
Un letargo muy bienvenido, en cualquier caso, después de un Sónar de Día cada vez más intenso. La propuesta de Air no es inusual en el mundo del pop: los aniversarios sirven a muchos grupos para salir de gira tocando discos muy queridos, y es el caso de ‘Moon Safari’, uno de los discos de moda en el mundo alternativo en el año 1998. En la resaca del trip-hop y el apogeo del chill-out, Air entregaban una pieza sofisticada, futurista y edulcorada que no ha pasado al olvido en veinticinco años.
En Sónar, Air presentan el repertorio de ‘Moon Safari’ en el orden del disco, lo que significa que son exactamente dos los momentos álgidos que se suceden al principio del show, cuando suenan seguidas ‘La femme d’argent’ y ‘Sexy Boy’.
Jean-Benoît Dunckel y Nicolas Godin tocan delante de un panel rectangular decorado con luces, los dos vestidos de blanco impoluto, bastante separados el uno del otro, y acompañados de su batería, situado en medio. El panel hace parecer que Air ni siquiera están físicamente entre nosotros, sino aislados en su propia nave. Air crea por tanto una «distancia» con su público que, no obstante, contribuye al misterio de lo que sucede sobre el escenario, y del repertorio.
El sonido es fiel al disco y las canciones se suceden con todo el gusto -y empalague, también- de las producciones originales. En las primeras filas los fans de Air flotan, mientras, en las filas traseras, es cierto que las composiciones instrumentales generan menos entusiasmo. Aún así, la combinación de la música de ‘Moon Safari’ y el futurista escenario juega a favor de las canciones.
Pero Air no se ciñe exclusivamente al repertorio de ‘Moon Safari’ y se acuerda de otros éxitos como ‘Run’ igualmente celebrados. Me atrevo a decir que todo el que haya descubierto esta noche el downtempo sci-fi de ‘Moon Safari’ se guarda hoy un disco que seguir escuchando, como tantos han seguido haciendo durante veinticinco años.
Casi sin que dé tiempo de asimilar el bonito espectáculo de Air, el otro plato gordo de la jornada de noche inicia su actuación. Jessie Ware ha ideado una escenografía inspirada en los clubes nocturnos de los años 70. Su propio club se llama ‘The Pearl’ -como indica la decoración lumínica- y ella es la estrella de la noche.
Ware está presentando su último disco, ‘That! Feels Good!’. Al principio, el público se le resiste. Nota poca energía. No se sabe exactamente las letras de pe a pa, como su audiencia británica. En otras palabras, se lo va a tener que currar. Y vaya si se lo curra.
Ware, vestida de lentejuelas, ha ideado un show diseñado para su público gay, es decir, para su público, donde no faltan los bailarines haciendo drag y pasos de voguing. Ella se bautiza a sí misma la «mother of the house». No es el colmo de la originalidad, pero el buen rato está asegurado.
En ‘Pearls’ la cosa se va animando. Ware se merienda las altísimas notas del estribillo como quien no quiere la cosa. Sus agudos se escuchan hasta en la luna. De hecho, es su voz a la que recurre cuando desea llamar la atención del público, cuando percibe que este no le está entregando el entusiasmo que quiere y merece. Ware canta una nota infinita a pleno pulmón, como diciendo, “aquí estoy y me vas a escuchar”, y se viene el recinto abajo. El vozarrón de Jessie Ware es para ponerle un altar.
Poco a poco, el público está completamente sometido a la reina Jessie Ware. En ‘Spotlight’ su voz es oro. Después, en el show se suceden varias sorpresas. El remix house de ‘Running’ es de las menos agradecidas. La festiva ‘Beautiful People’ da pie al momento más divertido cuando Ware hace al público aprenderse una graciosa coreografía. Pero nadie está preparado para escuchar a Ware cantar, de repente: “No matter how hard I try…”
Una versión de ‘Believe’ de Cher es el momento más coreado del concierto de Ware, el que lleva al público al éxtasis. Definitivamente, el otro ‘I Will Survive’. Cuando Ware termina de cantar su cara de asombro lo dice todo: finalmente el público le ha entregado esa energía que anhelaba. De aquí, el show no puede acabar más arriba con ‘Free Yourself’: un himno con todas las letras.
El SónarCar se reserva uno de los conciertos más rabiosamente divertidos de la noche. La Goony Chonga, madre de las chonis, creadora de La Zowi y Bad Gyal, la diosa a la que Naiara le reza, sirve coño dándonos el perreo que queremos. Sobre el escenario se pone coqueta, firma contratos, se pone chula. La estética Messenger / politono decora las pantallas mientras La Goony Chonga y sus bailarinas menean el culo como si estuvieran en la playa. Los ritmos pasan del trap al reguetón al frenesí caribeño haciendo sudar al personal más que en una clase de spinning. Las primeras filas del escenario son una auténtica locura: el desfase está servido y ya no podemos salir del Goonyverso.
El otro rey de la noche es KAYTRANADA. Presenta nuevo disco, ‘Timeless‘ pero, sobre todo, el canadiense ofrece un set plenamente dedicado a su sonido señera, ese disco-funk de ritmos sincopados e hinchados, marcados a trompicones, atiborrados de samples exquisitos seleccionados por un «crate digger» sensacional. Los bajos son tan profundos que vibran sobre la piel.
Sobre sus beats escuchamos revisiones de canciones de Kelela, el ‘CUFF IT’ de Beyoncé o ‘If’ de Janet Jackson. Por supuesto no falta ‘100%’ con Kali Uchis. Da gusto bailar bases tan esmeradas y ricas, también darse un respiro de la tralla tecno que se proyecta de un lado a otro del recinto, y da gusto también ver a Louis Kevin Celestin ponerse funky detrás de su mesa de mezclas. Las pantallas pocas veces proyectan un primer plano de su cara, pero basta con ver su sombra bailar para que se contagie la energía. Él tampoco se puede resistir a esos grooves.