Hwang Dong-hyuk, el creador de ‘El Juego del Calamar’, no quería hacer más temporadas, pero Netflix le convenció como son convencidos los personajes de la serie para arriesgar sus vidas: con mucha pasta. Casi cuatro años ha tardado en llegar la segunda temporada (realmente es como si estuviese divida, porque la tercera llegará este mismo año) y el resultado no ha defraudado en cuanto al éxito. En cuanto a su calidad, ya es otro cantar. Terminaba mi reseña de la primera temporada con la esperanza de que “si se pulen ciertos aspectos, podría ser no solo un fenómeno, sino una serie notable”, y pista: no ha ocurrido. De hecho, esta entrega es bastante peor que la primera.
Recordemos: en la primera temporada se nos presentaba a Seong Gi-hun (Lee Jung-jae), un padre de familia surcoreano que, desesperado por las deudas, aceptaba participar en un reto organizado por las más altas élites. Un reto que parecía salido de una pesadilla: lo que parecen inocentes juegos infantiles son en realidad asesinatos en masa de los “perdedores”, con el dinero del premio subiendo por cada muerte. Gi-hun fue el ganador de los juegos, pero en este tiempo ha decidido invertir el dinero no en su familia (que era lo que le llevó a estar tan desesperado en primer lugar) sino en localizar a los responsables y, finalmente, en volver a entrar al Juego.
Por motivos obvios, repiten muy pocas personas de la primera temporada; además del protagonista, solo volvemos a ver a Lee Byung-hun (cuyo personaje mágicamente está vivo), Lee Seo-hwan (ahora con mucho más protagonismo) y al reclutador interpretado por Gong Yoo, siendo el resto del reparto completamente nuevo. Además de estrellas de la ficción coreana, hay que mencionar que varias figuras de la música hacen sus pinitos aquí, tanto el rapero Choi Seung-hyun como los kpopers Jo Yuri (de Iz*One) y Yim Si-wan (de ZE:A).
Sin embargo, quienes más llegan al espectador (los únicos, diría) son el personaje de Park Sung-hoon (la decisión de poner a un actor cis interpretando a una chica trans en este caso tiene un buen argumento) y el dúo de Kang Ae-sim y Yang Dong-geun como madre e hijo. En cualquier caso, los personajes no son el punto fuerte de ‘El juego del calamar’, y menos en esta temporada, donde parecen diseñados simplemente como carne de cañón, lo que hace escasamente interesante y más cercano al relleno cualquier interacción entre ellos.
Esto, sumado a lo fuera de lugar que parecen ciertos momentos de humor y a lo predecible de escenas realmente soporíferas como las votaciones, hacen que cueste encontrar puntos positivos aquí. Uno de ellos podría ser la rara avis de que Hwang Dong-hyuk no solo es creador de la serie, sino director y guionista de todos los episodios. El resultado es el que es, pero sí que hay cierta coherencia autoral, tanto para los aciertos como para los errores.
Otro podría ser la estética: de nuevo, el uso de los colores en fotografía y vestuario da una personalidad fuerte a ‘El juego del calamar’, que podría verse reforzada por su crítica social si no pareciese planteada por un alumno de instituto o, lo que es peor, si no fuese tan cobarde. Al final, vuelve a caerse en una banalización de la violencia y un shock value sin más que, encima, ahora tiene poco de shock (si acaso, en el juego de las parejas).
Se intenta hacer algún paralelismo con la democracia actual y, llevado de otra manera, podría ser interesante pero, al igual que ocurría cuando en ‘La casa de papel’ intentaban hacerlo, queda forzado e infantil. De hecho, ‘La casa de papel’ es un buen ejemplo de lo que se ha hecho aquí: alargar con subtramas (la de la enmascarada podría haber sido un puntazo, pero está muy desaprovechada) y deus ex machina por doquier algo que, aunque tampoco es que fuese una maravilla en sus inicios, al menos era mejor. Eso sí, al igual que con ‘La casa de papel’, ha sido un negocio redondo.