Música

Viva Rufus T. Firefly y su técnico de sonido

Creo que hay cierto pesimismo en la filosofía de Víctor Cabezuelo, cantante de Rufus T. Firefly, cuando rechaza la competitividad que supuestamente fomentan los premios musicales, y también algo de romanticismo cuando celebra, durante el concierto de Rufus T. Firefly celebrado el viernes en la Sala Apolo de Barcelona, que Rufus haya logrado acaparar la atención del público con sus álbumes 7º y 8º, comparándose con otras bandas que viven del pasado porque su obra más nueva no conecta. Diría que la trayectoria ascendente de Rufus no es rara ni inédita, y está claro que un grupo no tiene por qué publicar ocho discos para alcanzar su mejor versión. Simplemente este ha sido el caso de Rufus: sus dos últimos discos son más accesibles que los primeros y para muchos, además, son los mejores.

Resulta llamativo que hablen de su trayectoria sin detenerse en el cambio de sonido que han supuesto sus dos últimos discos, que se han alejado tanto del rock psicodélico de sus inicios. Tampoco parece casual que ‘Todas las cosas buenas‘, su trabajo más reciente, haya sido el primero en recibir un premio -el de Proyecto Discográfico en los AUPA! del BIME, algo así como el Disco del Año-. Es un álbum más inmediato, casi un recopilatorio de éxitos en su diversidad de estilos.

Puede que Victor tenga razón cuando canta eso de «hice tanto por el indie, y el indie no hizo nada por mí». En las entrevistas habla de precariedad laboral y de festivales que pagan mal o que dejan de llamar, y esta realidad choca con la calidad de su propuesta, admirada por tantos. Rufus T. Firefly es un grupo de culto en el sentido clásico. «Tengo amigos que son fans fanáticos», comentaba hace meses un usuario en los foros. «Está claro que tienen algo que despierta la fibra más sensible a algunas personas que les defienden a muerte como si se tratara de un asunto casi personal».

No sé qué necesita Rufus T. Firefly para triunfar como, por ejemplo, Viva Suecia, con los que han colaborado; desde luego, el estatus de grupo de culto suma prestigio pero no ceros en el banco. El grupo lo tiene todo ya: un repertorio enorme, un directo apoteósico y, por si sirve de algo, la admiración de bandas más exitosas que ellos. Dudo que el discurso de grupo perdedor en torno a Rufus sume: empieza a ser cansino. Afortunadamente, dentro de la Sala Apolo ninguna de estas reflexiones importa a la gente feliz que acude al concierto simplemente para disfrutar de un rato de buena música, y que sale de ahí probablemente convencida de que lo que hace Rufus T. Firefly es extraordinario.

Dice mucho de un grupo que el público responda a su actuación con extensas ovaciones durante el ecuador de un concierto y no solo al final. Habla en concreto de su virtuosidad y en este concierto los desarrollos progresivos y épicos de canciones como ‘El principio de todo’ -con su excitante suma de capas- o la extensa coda disco de ‘Trueno azul‘ construyen una experiencia musical que detona lo sublime, producto de su rodaje, esfuerzo y talento. Hasta seis músicos sobre el escenario -incluida, por supuesto, la batería Julia Martín-Maestro- trasladan de forma meticulosa y emocionante las canciones de Rufus T. Firefly al directo, apoyadas en un sonido excelente, cortesía de su técnico de sonido y «séptimo Rufus» Ángel Luján, quien para trabajar con ellos les impuso la condición de que incluyeran en su repertorio ‘El problemático Winston Smith’, una canción que no tocaban desde hacía una década.

Es total durante el set el equilibrio entre altura compositiva y de sonido, salvo quizá los teclados de ‘C’est nes pas une pipe’, que desde mi posición suenan demasiado bajos. Afortunadamente, Rufus T. Firefly no deja de lado ni sus primeros discos -suenan apabullante y afiladísimo el stomper hard-rock de ‘Pompeya’; apabulla también el muro de sonido de ‘Tsukamori’ creado con la fusión de guitarras y sintetizadores- ni mucho menos el repertorio de ‘El largo mañana‘ (2021), representado en ‘Polvo de diamantes’ o la épica paciente de ‘Selena’, la última canción antes de los bises, introducida por Victor con un discurso sobre la importancia de escribir buenas canciones de cierre para los discos. Irónicamente, ‘Lumbre’ es una de las dos pistas de ‘Todas las cosas buenas’ que no suenan en el concierto, junto a ‘Camino a través del fuego’.

El ritmo y la construcción de atmósfera están muy cuidados también, representados en las geniales transiciones entre canciones y en su final. Es mágica la transición entre los redobles de batería finales de ‘Magnolia’ y los que introducen ‘El principio de algo’, constituyendo prácticamente un segundo inicio de show; y de ahí ‘El principio de algo’ asciende hasta desembocar en un clímax apoteósico que desata los aplausos y ovaciones de la audiencia. También es simpático el momento en que Victor aprovecha el puente de ‘Nebulosa Jade’ para presentar a los miembros de su banda, preparando el terreno para otro de los grandes subidones de la noche.

No tengo claro que ‘Canción de paz’ funcione como cierre, pero quizá ninguna de las canciones del repertorio se prestaba a una despedida basada en una sinergia natural con el público, que corea la melodía mientras cada uno de los músicos abandona sus instrumentos, dejando la canción desnuda. La canción, preciosa, sirve para rebajar la intensidad de una noche apoteósica llena de melodías emocionantes, curiosidad musical, épicos viajes sonoros y un sonido de lujo. Rufus T. Firefly ha tardado ocho discos en llegar hasta aquí, pero obviamente no lo ha hecho de la noche a mañana. Por el camino ha construido una discografía y directo cada vez mejores, que más pronto que tarde recibirán el reconocimiento que merece.

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Publicado por
Jordi Bardají