La escena del pasillo del metro de Posesión k/JhlYATCn205EmuH92bN-r5W7NY1nZGjQCLcBGAs/s1600/%25D5%258D%25D5%25A1%25D5%25B5%25D5%25A1%25D5%25A9-%25D5%2586%25D5%25B8%25D5%25BE%25D5%25A1.%2B%25D5%2586%25D5%25BC%25D5%25A1%25D5%25B6%2B%25D5%25A3%25D5%25B8%25D6%2582%25D5%25B5%25D5%25B6%25D5%25A8%2B%25281969%2529%2BPoster.jpg """>
El color de la granada (Sayat Nova) es una de esas pelis de culto cultísimo cultérrimo que sólo con describirlas (Armenia, 1969, basada libremente en la vida de un poeta del siglo XVIII) ya harán enarcar más de una ceja. A la altura de El Topo (sin su psicodelia) o Eraserhead (sin su malrollismo), y con más de un momento que oscila en la delgada línea roja que separa la genialidad de la tomadura de pelo, lo cierto es que, superado el hecho de que no tiene argumento, ni diálogos, es una experiencia cinematográfica única, hipnótica, innegablemente bella. El tramo final es especialmente potente. Lo que no quita para que el que estuvo a mi lado en el cine se pasara media horita roncando tan a gusto.
Pues todavía no la había visto --hay gente que no ha visto Pretty Woman, no sé qué es peor--, así que me fui al Phenomena a ver la extended version (qué alegría de pantallón, pero qué coñazo lo de tener que hacer una hora de cola: es 2021, sesión numerada PORFAVORT) y sí, es un espectáculo visual y narrativo, aunque peca un poquito de too much info. Sinceramente no me quedé con ganas de saber qué les pasa a los personajes, no acabé de empatizar quizás. En definitiva, me entretuvo muchísimo pero no me interesó.