El nuevo disco suena impecable. Está bien producido, pulido hasta la última nota, todo en su sitio. Pero sinceramente, a estas alturas no me parece ningún mérito... es Taylor Swift. Que suene bien es lo mínimo.
La sensación que me queda es la misma que cuando entras en una pastelería y te ofrecen un pastel sin azúcar, vendiéndotelo como algo natural y revolucionario. Sí, muy bonito, pero yo venía buscando el subidón, ese chute de azúcar que te dispara la dopamina y te deja flotando. Aquí, en cambio, todo parece diseñado para que no moleste, para que guste sin arriesgar.
No tenía expectativas, pero sí pensaba que al menos iba a sonar diferente. No hablo de complacer o no al público, sino de aspirar a algo más como artista. A estas alturas, Taylor podría haberse permitido un desvío, un giro de guion.
No tengo mucho más que decir. Yo en la música busco pasteles cargados de azúcar, los que te llevan a otros mundos. Y aquí, aunque el envoltorio es precioso, no hay sabor.