La semana pasada Justin Young, líder de los Vaccines, la liaba. «Rihanna es tan importante como Radiohead», decía, dejando un titular que aparecía jugoso por doquier, y esta vez sin que la frase hubiera sido sacada de contexto. El contexto era el siguiente. En verano otro miembro de Vaccines, el guitarrista Freddie Cowan, había despreciado a Rihanna durante una entrevista, alegando que alguien que contaba con 15 autores de canciones y 15 productores no era un verdadero artista. Desconocemos si esta rectificación se debe a que los Vaccines han sido amenazados de muerte por los fans de Rihanna, como estos habían hecho con Calvin Harris cuando se lanzó al mercado ‘We Found Love’ y no era lo que ellos esperaban, pero lo importante es que sus declaraciones suenan honestas.
Justin dice que siente que Vaccines son más una «pequeña banda de pop» que un grupo «indie que se ha hecho famoso». Todos sabemos que los autores de ‘Post Break-Up Sex’ carecen, al menos por el momento, de ambición experimental. Al contrario, canciones con tantísimo potencial como ‘Teenage Icon’ o cualquiera de los singles de su notable debut, son hits despreocupados para bailar mini en mano, que están marcando a una generación… como ‘Umbrella’, ‘Don’t Stop The Music’, ‘What’s My Name?’, ‘Where Have You Been’ o, mal que me pese, ‘Diamonds’, extraída de ‘Unapologetic‘, a punto de lograr para Rihanna su 12º top 1 en Estados Unidos, y empatando por tanto con Madonna.
El caso es que los Vaccines no han comparado a Rihanna con Madonna, algo que podría haber sido asumido fácilmente como «el grupo cree que Rihanna es la Madonna del siglo XXI«. Ni siquiera han recurrido a una banda rock separada o en plena decadencia tipo los últimos Oasis para su paralelismo. Han recurrido al grupo más (justamente) endiosado y venerado sobre la faz, uno que sigue siendo considerado «banda de rock» incluso después de haber cedido todo el terreno posible a la máquina: Radiohead. ¿El resultado? El que era de esperar. Atendamos a los comentarios del NME, firmados con nombres y apellidos y procedentes con toda probabilidad de fans de los de Thom Yorke: «Es como comparar la Mona Lisa con una revista porno y decir que ambos son artísticamente relevantes», «Un pedo de Jonny Greenwood es más importante que The Vaccines», «Mis desperdicios en el váter son más importantes que The Vaccines» o «Rihanna es para gente estúpida que no presta atención a la música. Radiohead es para gente a la que le gusta invertir su tiempo en música meditada».
Independientemente de las formas, la declaración estrella de Vaccines trae varios temas interesantes a debate: por supuesto la devaluada función del intérprete -de Elvis a Édith Piaf pasando por Raphael, la historia de la música ha estado llena de estrellas que apenas componían nada-, lo infravalorado del pop en contraposición al rock- no hay más que ver dónde están U2 y dónde están Pet Shop Boys o Saint Etienne- o la importancia del single frente al álbum. Este último tema, menos manido, es también curioso: aunque Rihanna se empeña en sacar un disco todos los años como si fuera la Aretha Franklin de los 60, la de Barbados pertenece a una generación en la que han vuelto a venderse más singles que álbumes, una generación en la que un hit vende fácilmente 4 millones de copias sólo en Estados Unidos, pero en la que un disco suda tinta para alcanzar 2 millones en todo el mundo. Por el contrario, Radiohead vienen de los 90, la era «álbum» por excelencia, aquella en la que los CD singles se empezaron a dejar de editar, la venta digital no existía, los móviles tampoco y los 7 pulgadas prácticamente estaban extinguidos.
Por ello, entre por otras muchas razones, es absurdo comparar el valor que tuvieron ‘The Bends’, ‘OK Computer’ y ‘Kid A’, tan influyentes como disfrutables como obras de nuestro tiempo todavía en 2012; con el valor de una sucesión de singles casi impecable que ya hubieran querido para sí muchas estrellas de los años 80 -pienso en gente más o menos respetada como Human League, George Michael o Culture Club- y que ha seducido por ejemplo también a los mismísimos Hot Chip. Enfrentar ambas cosas con la balanza inclinada para ridiculizar a Rihanna es volver a los tiempos del «disco sucks», aquel verano del 79 en que el punk y el rock ahogaron a la música disco tildándola de banal y comercial, relegando a valores tan reconocidos hoy como pueden ser Chic. Cuando entrevistábamos a Nile Rodgers nos hablaba de aquellos días con cierta resignación: «Después de ‘Good Times’, nunca volvimos a tener tanto éxito porque todo el mundo apoyó la campaña ‘Disco sucks’, así que me quedé con las ganas de insistir más en la línea de un par de canciones que contenía aquel álbum, como ‘A Warm Summer Night’, ‘My Feet Keep Dancing’ o ‘My Forbidden Lover’». Esto es, un icono de los 70 traumatizado que tira la toalla por falta de reconocimiento y la burla popular en el mejor momento de su carrera (por suerte luego llegaría Bowie para rescatarle).
La mala noticia es que 30 años después, seguimos más o menos igual, sólo que cambiando «disco» por «dance» o «urban». En un artículo reciente en el que Víctor Lenore analizaba para Rockdelux el mundo del pop, se extrañaba de que los vídeos de las «divas pop», a pesar de estar aparentemente dirigidos al público heterosexual por su falta de ropa, «no se comentasen en reuniones de amigotes, sino en las redacciones de moda, webs como JENESAISPOP y los institutos de secundaria». Lenore destacaba que no quería decir que estos clips «fueran un producto cultural inferior», anticipándose hace unos meses a este nuevo resurgir del debate sobre la dignidad de las mujeres que hacen música pop que, desgraciadamente, como el rollito «de los modernos», nos acompañará hasta que nos muramos.