Nosotros pensando que ‘Fever Ray’ era oscuro y ‘Plunge’, el segundo disco en solitario de Karin Dreijer al margen de The Knife, ha resultado ser, en comparación con su debut, ponzoña pura. Lo es, desde luego, en lo visual, con Karin convertida en una especie de súcubo emergido del sótano de ‘Posesión Infernal’ manipulando inquietantes utensilios metálicos –cuando no una suerte de Fester Addams femenino olfateando entrepiernas–. Pero también lo es en lo musical, con once canciones en las que la tónica general son ambientes sofocantes e industriales, sintes estridentes, percusiones tribales o metálicas, armonías disonantes… En ese sentido, aquel disco de 2009 suena hoy plácido, casi amable.
Y es que, del mismo modo que canciones como ‘If I Had a Heart’, ‘Seven’ o ‘When I Grow Up’ parecían una extensión de ‘Silent Shout’ del proyecto que sostienen con su hermano Olof, buena parte de ‘Plunge’ parece consecuencia de su denso último trabajo como The Knife, ‘Shaking The Habitual’. Solo que, para nuestro gozo, se ha quedado con la parte más pop del asunto. Porque sí, por tortuoso y retorcido que sea en apariencia, ‘Plunge’ es en buena medida un disco de pop, como ya dejaba intuir el single ‘To The Moon And Back’. Muy cercanas e incluso por delante de la melodía de aquella se sitúan las de ‘Wanna Sip’, ‘IDK About You’ –un locurón próximo al trance–, la sinuosa ‘Mustn’t Hurry’ o la hipnótica, catártica ‘This Country’. Un tema cuya letra parece una colección de frases lapidarias (diría que ese “This country makes it hard to fuck” se erige en lo másl alto), a cual más sonora, que definen en buena medida la temática del disco: la dependencia de la irrealidad de las redes sociales, la desigualdad social, la necesidad de respetar la diversidad humana, las políticas restrictivas en lo moral y lo económico… y lo sexual.
Sexo, sexo, sexo… ‘Plunge’ es la expresión de la parte más epidérmica y animal del deseo transformado en música, y sus textos lo verbalizan. Estas canciones nos presenta a una persona que, tras años de sexo y amor dentro de los estándares cisgénero –incluso la (¿se?) dibuja como una madre de familia–, vive un nuevo despertar sexual al transgredir las convenciones y abrirse a nuevas experiencias. Experiencias (como el sexo en grupo que traza en ‘An Itch’) que dejan emerger en ella algo visceral, impredecible, ansiosa por «un vistazo, un sorbo» (‘Wanna Sip’). “Me siento débil, una bestia por alimentar, lamiendo mis dedos, aprovechando las últimas migajas; mi curiosidad encontró una cavidad y algo que introducir en ella” (‘Mustn’t Hurry’). Una perspectiva, la de una mujer ansiosa de sexo que lo verbaliza sin sonrojo, prácticamente inédita en el mundo del pop… perdón, en el mundo. Y que encima culmina con un inesperado plot-twist: ‘Mama’s Hand’ es una canción-reproche hacia una madre por su desapego emocional y su educación excesivamente estricta. ¿Está la protagonista buscando una explicación freudiana a su comportamiento sexual tardío… o en realidad nos habla la hija de la protagonista de estas canciones?
En ese festín lujurioso en el que se convierte esta zambullida, Fever Ray no abandona en todo caso a la creadora más hermética y enigmática que era en su primer álbum. Aquella emerge en temas que, sin dejar de ser coherentes en lo sonoro, resultan densos y reflexivos, yendo de lo majestuoso (la étnica ’Red Trails’) o lo aceptable (el corte instrumental que da nombre al álbum es un interludio que se pasa de extenso) a lo plomizo (‘Falling’). Esos son los momentos menos lucidos de ‘Plunge’, leves desconexiones de la euforia generalizada, que no empañan el notable regreso de esta singularísima y preclara artista.