90 minutos escuchando a Thom Yorke en silencio en el Palacio de Linares

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90 minutos escuchando a Thom Yorke en silencio en el Palacio de Linares

¿Quién no recuerda los fascículos con las psicofonías del majestuoso Palacio de Linares de Madrid que se distribuyeron durante los años 80? La verdad es que pocos lugares se antojan más apropiados para la presentación en nuestro país de la banda sonora de la nueva versión de ‘Suspiria’, el clásico del gran Dario Argento. A falta de ver la película de Luca Guadagnino, Thom Yorke ha afrontado el reto de manera completamente diferente a Goblin, con una canción tenebrosa pero accesible como es ‘Suspirium’ y con un disco doble que pulula entre un ambient afilado como cuchillos, las voces eclesiásticas e incluso también el trip-hop. Foto: Casa de América.

Solo se han programado 10 escuchas del disco en todo el mundo, y la de Madrid se produce para unas 43 almas, con los móviles confiscados y tan solo una tenue luz roja apenas iluminando, que no permite apreciar las telas del mismo color pero sí los dorados y ocres predominantes, las imponentes lámparas de candelabro (dos gigantes y cuatro pequeñas a cada lado), las columnas -corintias, por supuesto-, o las ‘Travesuras del Amor’ de Cupido a cargo de Francisco Padilla que preside el techo. El Salón Embajadores, la que se considera la estancia más lujosa de todo el Palacio de Linares, fue construida como un salón de baile para los Marqueses de Linares, pero esta noche es el lugar elegido para pinchar lo nuevo de Thom Yorke. ¿Dará algo de miedo?

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Hay momentos lúgubres en la banda sonora de ‘Suspiria’. El single que ya se ha presentado, que puede ser la canción en solitario de Thom Yorke que más lejos llegue hasta el momento, es desde luego la composición más «pop» del conjunto, aunque carezca de estribillo. Vuelve a aparecer a modo de «reprise» con cuerdas, y volvemos a oír su voz en alguna pista, pero ante todo estamos ante una banda sonora lógicamente funcional, en la que de hecho se cuelan voces y sonidos procedentes de la película que podrían colar como las mencionadas viejas psicofonías.

Qué pasará por la cabeza de la cuarentena de asistentes -no, no todos cuarentones, olviden el chiste fácil- al cabo de 40, 60, 70 minutos de audición sin guía ni tracklist es tal misterio como el de la sala de danza de la película. Algunos miran maravillados al techo, otros al suelo, solo un par de personas se atreve a ir al baño. Es imposible no reparar en los espejos presentes, tan fundamentales en la cinta y por tanto esenciales para la elección del lugar. Nadie se queda dormido, nadie osa hablar. La experiencia no ha dado tanto miedo, pero difícilmente se olvidará. Sólo Thom Yorke puede congregar a tal cantidad de periodistas un jueves por la noche en silencio en torno a un despliegue de pianos, teclados, baterías y lamentos que, ojo, puede ponerle en la carrera de premios que ya han conocido Trent Reznor o… su mismo colega Jonny Greenwood.

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