‘Red State’: terror integrista

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‘Red State’: terror integrista

“¡God hates fags!”. Con este “mantra”, tan homofóbico como cómico, se ha hecho famosa la Iglesia Bautista de Westboro (ya hay un documental sobre ella, ‘The Most Hated Family in America’, y hasta “el follonero” les ha ido a visitar). Su líder, Fred Phelps, reprocha a los gays dos cosas: 1) que estén cabreando tanto a Dios con su actitud, y 2) que por su culpa, un Dios rebotadísimo no pare de enviar “plagas bíblicas” en forma de desastres naturales (Katrina) o atentados terroristas (11-S).

Basándose en este disparatado grupo religioso, Kevin Smith ha dado un volantazo a su decaída carrera tomando un desvío hacia el thriller y el género de terror. La antigua gran promesa de la comedia indie americana -que con ‘Clerks’ (1994), ‘Mallrats’ (1995) y ‘Persiguiendo a Amy’ (1997) exprimió con gracia un concepto que acaba de nacer: lo “políticamente incorrecto”- llevaba toda una década (sobre)viviendo de rentas pasadas –‘Jay y Bob el Silencioso contraatacan’ (2001), ‘Clerks II’ (2006)- y alimentándose de comedias anoréxicas como ‘Una chica de Jersey’ (2004), ‘¿Hacemos una porno?’ (2008) o ‘Vaya par de polis’ (2010).

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Sin ser ninguna maravilla, Kevin Smith recupera parte de su crédito en ‘Red State’. Hasta ganó, por sorpresa, el reciente festival de Sitges. Su última película empieza como una de sus comedias juveniles, con tres estudiantes en busca de sexo, y acaba, según sus propias palabras, “como si Tarantino hiciese una de los hermanos Coen”. Un revuelto de géneros –terror de supervivencia, thriller alocado, sátira social, comedia juvenil- que tiene su peor y mejor cara en la indefinición. Peor, porque esa mezcla tiene muchos grumos y no acaban de ligar todos sus elementos. Mejor, porque esas combinaciones, por muy deslavazadas que aparezcan, le permiten al director jugar con las convecciones de los géneros y romper alegremente las expectativas del público. Y eso siempre es de agradecer.

Pero si hay un territorio donde siempre se ha movido bien el director de ‘Dogma’ (1999), ese es el de la palabra. Y lo demuestra en la secuencia más terrorífica de la película. Ayudado por un inmenso Michael Parks (premio en Sitges al mejor actor), el sermón que lanza el líder de la secta a sus feligreses demuestra hasta qué punto la palabra, la retórica, es un arma más convincente y poderosa que las decenas de M-16 que guardan en el sótano de la iglesia. El pastor Abin Cooper aprieta el gatillo con su lengua, transformando las escrituras, la realidad y las conciencias. 6.

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